el pasado 10 de septiembre, doce víctimas del conflicto colombiano narraron su sufrimiento en la mesa de diálogo establecida por el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla en La Habana. De ellas, nueve eran mujeres: Consuelo González, congresista secuestrada por las FARC; Marisol Garzón, hermana del periodista y humorista Jaime Garzón, asesinado en 1999; Teresita Gaviria, madre de una víctima de desaparición forzosa de los paramilitares; Marley Orjuela Monjarrés, prima de militar secuestrado por las FARC; Juanita Barragán, víctima de reclutamiento forzoso, obligada a ingresar en las FARC a los 13 años; Gloria Luz Gómez, hermana de líder estudiantil torturado y asesinado en 1983; Esperanza Uribe, esposa de juez asesinado en la masacre de Rochela en 1989 -15 funcionarios judiciales fueron asesinados por paramilitares en colaboración con la fuerza pública-; y Jessica Hoyos Morales, hija de sindicalista asesinado en 2001. “Este grupo refleja la dura realidad del conflicto armado, en el cual las mujeres han pagado un precio alto”, explicó Fabrizio Hochschild, delegado de la ONU en Colombia, al revelar en Bogotá la composición de la segunda delegación de víctimas que viajaría a la capital cubana.
Las mujeres colombianas sufren tres niveles de violencia: físico, psicológico y sexual; el ocasionado por las pérdidas, ya sea de seres queridos o de su hogar; y el tercero, el control sobre sus vidas. “Lo que se establece en los territorios de militarización o paramilitarización es un control del tejido social y ese control pasa específicamente por controlar la vida de las mujeres, qué hacen, con quién se relacionan, el comercio, la actividad productiva, las redes de mujeres, cómo se visten”, explicó Carlos Martín Beristain, médico y doctor en psicología social, experto en investigaciones sobre víctimas de violaciones de derechos humanos que ha participado en la elaboración del informe La verdad de las mujeres. Víctimas del conflicto armado en Colombia.
El informe, hecho público en noviembre de 2013, en medio del proceso de paz, se basa en la experiencia de más de 1.000 mujeres en el marco del proyecto de Comisión de la Verdad y Memoria de Mujeres Colombianas, de la organización civil Ruta de las Mujeres. “Dolor y renuncia es el lenguaje común de todas las historias reveladas en las entrevistas. En esta historia aparece de manera recurrente el control masculino sobre los cuerpos, los proyectos y las vidas de las mujeres”, relata el texto.
Marina Gallego, directora de la Ruta de las Mujeres, explica que “el conflicto armado tiene unas implicaciones en las mujeres que muchas veces no se ven, que no son reconocidas por el Estado y por la sociedad” y que “mucho menos son reconocidos los aportes que las mujeres han hecho en medio del conflicto; ellas han tejido la vida, las dinámicas colectivas y la vida en sus comunidades mientras trataban de sobrevivir en contextos difíciles, muy crudos y dolorosos”.
Gallego cuenta que las mujeres víctimas han sufrido una media de entre cinco y seis tipos de violencia. “Han sufrido desaparición forzada, reclutamiento, violencia sexual, esclavitud doméstica, sexual, el asesinato de sus familiares, desplazamientos, heridas graves en su cuerpo... Todo esto genera una violación de sus derechos y violencias masivas a su cuerpo y su entorno”, denuncia.
La violencia sexual La directora de la Ruta de las Mujeres asegura que “la violencia sexual apenas se está planteando y aquí hubo violencia sexual generalizada por parte de todos los actores”. La Unidad para la Atención y Reparación de las Víctimas, creada en 2012, ha recibido 6.000 denuncias de mujeres por agresiones sexuales en el conflicto colombiano, sin embargo, investigaciones estiman que serían mínimo 30.000 las víctimas. “La violencia sexual no son solo las violaciones sexuales, es también la esterilización forzada, el aborto forzado, la prostitución y la esclavitud forzada”, señala Belén Sanz, representante de ONU Mujeres en Colombia.
Para Gallego, “la seducción también es violencia sexual”. “Las mujeres jóvenes están expuestas a un riesgo permanente de ser reclutadas, de ser seducidas para el reclutamiento, porque muchas veces lo hacen voluntariamente al involucrarse afectivamente con hombres armados. Los actores armados utilizan esta estrategia para reclutar mujeres, todos lo hacen, el Ejército también”, ahonda. En el caso de las mujeres adultas, su victimización viene de “lo que les ocurre a sus hijos, sus esposos, la desestructuración familiar a la que se ven abocadas por todos los movimientos que han tenido que realizar para sobrevivir, a hechos violentos que han sufrido”.
La directora de la Ruta de las Mujeres destaca lo importante que ha sido la elaboración de un informe sobre la violencia que sufren todavía hoy en días las mujeres colombianas, un dolor silenciado por el conflicto y la omisión de las autoridades -según la ONU, por ejemplo, el 95% de las denuncias de violencia sexual quedan en la impunidad-. “Para nosotras se trataba de dejar una constatación histórica, además de que sirviera como herramienta política”.
Todos los actores en conflicto recurren a la violencia psicológica como escarmiento para los jóvenes y niños que habitan en las zonas de conflicto. Este es el relato de una niña que presenció, junto a sus compañeros de clase, la ejecución de un guerrillero por parte de soldados.
La violencia sexual ha sido ejercida por todos los actores en conflicto en Colombia.
El informe recoge relatos de cómo el cuerpo de las mujeres se convierte en territorio de disputa entre los actores armados, que se sienten con derecho a controlar los sentimientos y elecciones amorosas de las mujeres e, inclusive, a asesinarlas si estas no son de su agrado.