El pasado 14 de enero, el camión en el que viajaba Abdul Rahman, un niño centroafricano, fue detenido en un puesto de control de la milicia Anti-Balaka. Sus integrantes obligaron a bajar del vehículo a todos los pasajeros musulmanes y seis miembros de su familia fueron asesinados: tres mujeres y tres niños pequeños. Este es uno de los desgarradores testimonios denunciados por Amnistía Internacional, que ya entonces calificó de tibia la respuesta internacional ante la "limpieza étnica" de civiles musulmanes que estaba teniendo lugar en el país africano.
Han pasado caso cuatro meses y las matanzas tanto de musulmanes como de cristianos continúan. El pasado sábado, dieciséis personas, entre ellas tres trabajadores de Médicos Sin Fronteras (MSF), fueron asesinadas en un asalto al hospital que la ONG gestiona en Boguila, al norte del país. El ataque, atribuido a milicianos musulmanes de exSéléka, se produjo durante una reunión que mantenía el personal del hospital con 40 líderes locales para tratar sobre el acceso a la salud y a la atención médica en la zona. Tres días después, un convoy humanitario de las Naciones Unidas que transportaba a 1.300 musulmanes que habían sido evacuados de la capital, fue atacado por la milicia cristiana Anti-balaka. Resultado: dos muertos y siete heridos.
República Centroafricana vive sumida en el caos desde abril del año pasado, cuando tuvo lugar el último golpe de Estado en este país de turbulenta historia y miseria endémica. Entonces, Michel Djotodia se autoproclamó presidente, aupado por los rebeldes del grupo Séléka (coalición), cuyos miembros son principalmente musulmanes centroafricanos y milicianos chadianos. Estos justificaron su alzamiento por el incumplimiento por parte del Gobierno de los acuerdos de paz suscritos entre 2007 y 2011 con estas milicias.
Durante casi un año, los rebeldes saquearon el país con extremada violencia, abusando de la población, mayoritariamente cristiana (son autores de masacres, ejecuciones, violaciones, torturas, así como la quema y destrucción de aldeas cristianas), lo que llevó a un ánimo revanchista de la milicia Anti-Balaka (antimachete), formada mayoritariamente por cristianos partidarios del anterior presidente, François Bozizé (2003-2013), quien también llegó al poder mediante un golpe de Estado y que huyó a la vecina República Democrática del Congo ante el avance de los rebeldes.
El mandato de Djotodia duró menos de un año, hasta que el pasado 10 de enero, presionado por la comunidad internacional por su incapacidad de estabilizar la situación y controlar a las milicias, presentó su dimisión. El grupo Séléka había anunciado su disolución cuatro meses antes, sin embargo, un gran número de milicianos se negaron a desarmarse y quedaron fuera del control gubernamental. Mientras, los antibalaka, que tienen su origen en la década de los 90, cuando surgieron como milicias de autodefensa, se armaron en septiembre de 2013 y comenzaron a amenazar a la comunidad musulmana.
Tras la dimisión de Djotodia, el Parlamento eligió a Catherine Samba-Panza, alcaldesa de Bangui, como presidenta interina. La actual mandataria tiene por delante una más que complicada tarea: intentar sacar al país del conflicto armado, que ha adquirido desde septiembre un peligroso carácter étnico-religioso. Y es que, de momento, el avance político no ha puesto fin a la crisis humanitaria, ni mucho menos.
Vecinos contra vecinos República Centroafricana es un país mayoritariamente cristiano, donde los musulmanes son apenas el 15% de la población. Pero el miedo y la venganza se han instalado en ambos bandos en una espiral de violencia que ha sumido a República Centroafricana en el caos. El conflicto entre religiones ha derivado en violencia indiscriminada de grupos descontrolados que ha causado miles de muertos y casi un millón de desplazados. "República Centroafricana ha sufrido un periodo de deterioro muy grave. Era ya un país previamente muy pobre, muy corrupto y con golpes de estado sucesivos en toda su historia. A finales de 2011, un estudio de Médicos Sin Fronteras encontró unos niveles de mortalidad equiparables a los de un campo de refugiados mal llevado. Los índices de malaria, tuberculosis y sida eran altísimos. Y desde el golpe de Estado y del tipo de violencia que surgió después, sobre todo a partir de septiembre, con masacres de civiles, instigamientos a la violencia entre comunidades cristianas y musulmanes, hay sobre todo muchísimo miedo, y se está dando una espiral de violencia motivada por ese miedo, piensan antes de que me ataques tú, te ataco yo", explicaba el presidente de Médicos Sin Fronteras en el Estado español, José Antonio Bastos, en una entrevista con este diario el pasado febrero.
Según Bastos, antes del golpe de Estado de hace un año, musulmanes y cristianos vivían pacíficamente, sin ningún tipo de tensión. "Este es un ejemplo de cómo la violencia se puede cultivar y crecer rápidamente", concluye Bastos. Y la violencia generada empeora cada vez más la ya precaria situación: "La gente, huyendo, se desplaza al bosque, allí le pican los mosquitos, aumentan las enfermedades, pierden la última cosecha...", explica. El panorama es desolador.
El origen. Los rebeldes de Séléka, en su mayoría musulmanes y mercenarios chadianos, dieron un golpe de Estado el pasado abril. Llegó así al poder Michel Djotodia. Durante un año, esta milicia ha sembrado el terror entre la población civil, de mayoría cristiana.
La hora de la venganza. Djotodia dimitió el pasado enero por la presión internacional y la milicia Séléka se disolvió oficialmente, lo que dio paso a que otra milicia comenzara a sembrar el terror: los Anti-Balaka, compuesta principalmente por cristianos con sed de venganza. Los civiles musulmanes y los rebeldes de Séléka son sus principales objetivos. Esto ha dado lugar a una lucha fratricida entre musulmanes y cristianos ante la inmovilidad de las tropas internacionales.