PAMPLONA. Estados Unidos respondió al inicio del conflicto sirio con la prudencia. El presidente Barack Obama tardó cinco meses en reclamar públicamente la salida del mandatario sirio, Bachar al Asad y quiso dejar claro que Washington no pretendía "intervenir" de forma alguna en la transición siria. Los fracasos y la impopularidad de las guerras de Irak y Afganistán, así como de la intervención en Libia, provocaban escalofríos en la administración estadounidense.

Observó impotente en el verano de 2012 el bloqueo de Rusia y China en el Consejo de Seguridad de la ONU a las resoluciones contra el régimen sirio. Pero hace unos meses, con decenas de miles de muertos en el terreno y sospechas del uso de armas químicas, cambió de estrategia y decidió pasar a la acción. A pesar de los nuevos temores por las informaciones sobre la infiltración de grupos yihadistas afines a Al Qaeda entre los rebeldes, Obama autorizó la colaboración de la CIA con la insurgencia -los rebeldes han recibido entrenamiento militar en Jordania- y en junio anunció ayuda militar no letal.

Su postura se endureció tras la denuncia de la oposición de un ataque químico a las afueras de Damasco con más de 1.400 muertos. Bachar al Asad se convirtió así en el enemigo número uno y su régimen estaba en el punto de mira de la comunidad internacional. Washington aseguraba tener sus propias evidencias y de forma unilateral anunció una intervención militar relámpago contra instalaciones nucleares. Recibió el respaldo de su aliado británico, David Cameron, que vio frenados sus planes por el "no" del Parlamento.

A comienzos de septiembre de este año, la intervención parecía inminente, pero la mediación de Rusia consiguió un acuerdo de última hora: Al Asad aceptó entregar su arsenal químico a la comunidad internacional para ser destruido. Apenas tres meses después, el escenario es completamente diferente. Estados Unidos y Reino Unido han retirado la ayuda militar al Ejército Libre Sirio (ELS) en el norte del país después de que una milicia islamista asaltara unos arsenales en la frontera con Turquía y se llevara armas antiaéreas y antitanque. Y en Washington empieza a verse a Al Asad como "el mal menor".

"Esto subraya una política vacilante, que no ha sido coherente. Hoy en día se puede percibir que la dirección de Estados Unidos va hacia, si no apoyar al Gobierno de Al Asad, sí dejarlo en paz. La opinión de muchos en Washington es que el status quo es mejor que lo que puede venir con la oposición, porque la parte más radical, los yihadistas, están ganando a los moderados", opina Roberto Matthews, asesor y analista del Centro. Noruego para la Construcción de la Paz (Noref). "Hoy en día estamos en un contexto muy diferente al de la Guerra Fría. Al Asad no es la URSS, no representa una amenaza para EEUU, y estamos en la época post 11-S. No se puede obviar el radicalismo de la oposición como se hizo como los muyahidin en Afganistán. Los radicales han demostrado que tampoco respetan los derechos humanos", agrega.

una dura y larga batalla La situación en el terreno es más que complicada. Los grupos yihadistas como el Frente al Nusra o el Estado Islámico de Irak y Levante, se hacen cada vez más fuertes frente a una oposición moderada que corre el riesgo de ser absorbida por los radicales. "Están en una posición débil, están fragmentados, con un liderazgo vacilante. Si los soldados rasos ven que el futuro está con los fuertes, pueden terminar uniéndose a los radicales", augura Matthews.

Mientras, el régimen ha recuperado fuerza y terreno. La caída de Al Asad parece hoy lejana; de hecho, su régimen hablará con voz propia en la Conferencia Internacional de Paz Ginebra 2, que en enero tratará de acercar posturas entre los bandos -para una parte de los rebeldes, esto no es más que una legitimación del régimen-. Por su parte, la oposición estará representada por el Consejo Nacional Sirio y queda pendiente el papel que jugarán Irán y Arabia Saudí. La cuestión siria es regional y se enmarca en la creciente división entre el chiismo, representado por Irán que respalda a Al Asad incluso con combatientes, y el sunismo de los países del Golfo, que ayudan y financian a la oposición. En este contexto, el analista pronostica una "larga batalla en la que la oposición va a ir radicalizándose".