Estambul/Bagdad. Mientras todo el mundo tiene sus ojos puestos en la guerra civil en Siria, en la vecina Irak crece la amenaza velada de escalada de un nuevo conflicto armado. La Liga Árabe ha advertido del riesgo de una "catástrofe previsible para Irak y para toda la región" en el caso de que las partes en conflicto no lleguen pronto a un acuerdo. Pero hasta ahora parece que ni los clanes suníes ni el jefe de gobierno chií Nuri al Maliki están dispuestos a ceder. De esta situación se aprovechan terroristas y grupos rebeldes, que han matado en los últimos diez días a unas 300 personas.

Desde hace meses, Al Maliki está enfrentado con casi todos los partidos de su coalición de gobierno, desde la alianza suní secular Al Irakiya hasta el movimiento del clérigo chií Muktada al Sadr. Todos lo acusan de haber desarrollado una tendencia dictatorial, a lo que se suma una lucha de poder por dinero y cargos tras bambalinas. Los partidos kurdos buscan la participación de las tres provincias autónomas kurdas en el negocio del petróleo; además, el Gobierno autónomo kurdo quiere extender su área de influencia sobre regiones habitadas por kurdos en las regiones de Kirkuk y Nínive. Los árabes suníes, favorecidos por el ex presidente Saddam Hussein, se sienten ahora discriminados por las autoridades, dominadas mayoritariamente por miembros de la mayoría chií. Y suníes radicales ofenden a los miembros del Gobierno, a los que califican de ser marionetas del régimen chií en Irán. Una afirmación exagerada, si bien es cierto que Teherán ha podido expandir su influencia en Bagdad y en algunas ocasiones hasta aprovechó para crear rivalidades entre partidos.

Las manifestaciones protagonizadas por suníes contra Al Maliki comenzaron a finales de 2012. Pero el conflicto escaló el 23 de abril, cuando soldados mataron a tiros a unos 50 participantes en una protesta en el enclave suní de Al Howaiya. Cada parte en este conflicto tiene su propia versión de los acontecimientos. Los opositores al Gobierno afirman que las fuerzas de seguridad dispararon intencionalmente contra la multitud al no lograr dispersar a los manifestantes con gases lacrimógenos. Por su parte, las tropas gubernamentales acusan a los manifestantes de haber protegido a extremistas buscados y haber evitado su detención por la policía, así como de haber disparado primero.

Tras los enfrentamientos, que desde entonces se conocen en las ciudades suníes como la masacre de Al Howaiya, se produjeron actos de venganza contra las fuerzas de seguridad. También células de Al Qaeda y los restos del régimen de Hussein en la clandestinidad intentan aprovechar la ola de inconformidad.

Los defensores de derechos humanos ven con gran preocupación que, en el marco de la crisis, Al Maliki ataque ahora la libertad de prensa, una de las pocas conquistas de la era post-Saddam. A finales de abril, el Gobierno revocó las licencias de diez cadenas de televisión, entre ellas la de Al Jazeera. Bagdad acusa a las emisoras de profundizar la división entre los diferentes grupos religiosos. Sin embargo, el Gobierno de Al Maliki recibió hace unos días exactamente la misma acusación de International Crisis Group. Este think tank declaró que el Ejecutivo ha presentado a los manifestantes como seguidores del régimen del derrocado Hussein. "De esta manera, el ambiente se recalentó y el resultado es que la comunidad chií se radicalizó", denunció.