bilbao. ¿Qué interés tiene recordar el concilio, medio siglo después?

Hemos sido llamados a recordar, a no olvidar, a llamar a la memoria. Y eso es necesario, porque el Concilio, más que olvidado, ha sido acusado, de forma disimulada, de culpas que no son suyas. Y cuando ha sido oficialmente honrado -porque deslegitimarlo hubiera sido deslegitimar a la misma Iglesia- ha resultado enredado en el juego de las interpretaciones. Pero las únicas interpretaciones que han resultado eficaces han sido las que han garantizado el mantenimiento invariado de todo el organismo eclesiástico, o las que proponían reformas ineficaces y no las que podían mostrar la novedad y eficacia del Concilio. Recordarlo bien significa hacerlo contemporáneo a todas las generaciones y transmitirlo como una nueva fase de la vida de fe de la comunidad cristiana en el mundo.

¿Recordarlo es una fantasía de nostálgicos?

Existe una visión reductiva con el diagnostico negativo que patrocina la corriente neoconservadora, que afirma que después del Concilio ha venido lo peor con la creciente secularización, laicidad y postmodernismo. Pero hay otra corriente amplia en la Iglesia que opina que el Concilio fue un verdadero acontecimiento y pide que se mantenga y se renueve su impulso transformador.

¿En qué sentido habla usted de acontecimiento?

Con el paso del tiempo, la inculturación del mensaje cristiano, la manera de expresarlo a la humanidad, había quedado obsoleta. El 11 de octubre de 1962 Juan XXIII en su discurso de apertura del Concilio, "Se alegra la Madre Iglesia", dio las claves y planteó una agenda de renovación y de relación con el mundo. Las voces oficiales están subrayando la continuidad del Vaticano II con toda la historia anterior en lugar de destacar la experiencia de un nuevo comienzo, y en el fondo de esa afirmación hay un intento de justificar el retorno de la Iglesia a posiciones del pasado. Pero son muchos los historiadores que opinan que el Concilio fue un acontecimiento epocal, origen y causa de un nuevo comienzo. Se convierte en algo vivo si le plantea a la Iglesia preguntas de hoy y produce frutos nuevos e inesperados que preparen un futuro mejor. No se trata de hacer lecturas fragmentarias e interesadas de los documentos que produjo, sino de hacer una consideración global de su enseñanza.

¿Qué fue lo novedoso y nuclear en el Concilio?

El hecho de su propia celebración. Eso es mucho más significativo que todo el conjunto de documentos que produjo. Su fuerza está en la reunión en sí misma, en aquella "conciliaridad", toda una atmósfera, en la que apareció el rostro de la Iglesia, percibido como participación de todas las iglesias locales, mediante la experiencia desacostumbrada del trabajo en común. Y no sólo participaron 2.500 obispos, representantes de esas iglesias locales, sino también teólogos, especialistas en ciencias humanas, laicos varones y mujeres, todos reunidos no para enfrentarse o para oponerse, sino para tratar de leer juntos los nuevos "signos de los tiempos". Otro aspecto totalmente nuevo fue la presencia de observadores de iglesias cristianas no católicas, que intervinieron de manera creciente a través del "secretariado para la unidad", y de otras religiones. Esa experiencia de "conciliaridad" constituyó un punto de no retorno.

¿Hubo cambios en el lenguaje?

Fueron decisivos La asamblea renunció a condenar errores o a luchar a favor de la ortodoxia. No hay voces de imposición o de mandato. Se llama a la conciencia y la libertad. Se pasa del monólogo al diálogo, de la rivalidad a la asociación, de la sospecha a la confianza. Y se invita a cada cual a expresarse según su lengua y estilo propio.

¿Hay conflicto en la Iglesia entre tradición y modernidad?

La Iglesia viene de una tradición, de una voz primera, constitutiva, que pasa de una a otra generación. Remontándonos a Jesús, se podría hablar no de una sola tradición, sino de varias tradiciones diferentes, reflejadas ya en los cuatro evangelios. Pero, sucedieron discontinuidades como la que trajo el Concilio. No debería haber conflicto entre tradición y modernidad. Charles Peguy escribió que "tradición es la mirada interior que remonta nuestra raza para hacernos ver el presente"

¿Es posible el aprendizaje en un tiempo que corre muy deprisa?

Verdaderamente el ritmo histórico se ha acelerado mucho. Los desafíos sociales y culturales cambian con rapidez. Aquel tiempo de celebración del Concilio ya no es éste. Se encuentran problemas, mucho de ellos de lenguaje, para la transmisión de la fe a las nuevas generaciones. La misma pregunta sobre Dios está en crisis. Antes había que enfrentarse al ateísmo. Ahora hay que hacerlo a la idolatría del dinero.

¿La opción por los pobres fue algo posterior al concilio?

Ese tema sólo se abordó en el punto 8 de la Constitución sobre la Iglesia, y en el 76 de la Constitución sobre la Iglesia en el Mundo Actual. Ya lo empezaron a plantear entonces Helder Cámara, Oscar Romero y el Cardenal Lercaro. Pero la irrupción de los pobres como sujeto de la historia en la agenda mundial, en Medellín y Puebla, en la teología y espiritualidad de la liberación, vinieron después. El pobre descubre a Dios, y el teólogo Juan Bautista Metz dice que "la autoridad de los que sufren es la mayor autoridad en la Iglesia"

¿Cuál debe ser ahora la agenda prioritaria de la Iglesia?

Centrarse, con más verdad y fidelidad en la persona de Jesús y su proyecto de reino de Dios. Dar a Dios absoluta prioridad sobre la Iglesia. Actualizar la verdad y bondad profundas del mensaje evangélico. Optar, sincera y decididamente por los pobres. Generar y reproducir vida comunitaria eclesial. Posibilitar la participación de todos y todas, con voz y voto decisivo, en los asuntos que a todos afectan.

¿Tiene futuro el Concilio?

Eso depende de la recepción y desarrollo que se haga de sus textos, lo que no significa acomodarse al espíritu de la época actual, sino ser fieles al Espíritu de Dios que conduce a la Iglesia hacia una nueva época. Pero también hay que decir que la mayoría de los cristianos de hoy, por razones de edad, no han experimentado lo que fue la cerrazón asfixiante de la época anterior al concilio, y la liberación que éste trajo. Que mucho de lo que hace 50 años se experimentó como liberador se ha convertido hoy en algo obvio. Y que la orientación teológica, jurídica y pastoral que la jerarquía eclesiástica ha hecho del posconcilio ha sido un frenado continuo del proceso de reformas. Es tarea de los cristianos llevar a fruto las semillas del Concilio haciendo presente la verdad, evolutiva, dinámica, acrecentada, no sólo mediante la búsqueda intelectual, sino con la práctica de valores evangélicos.