Bruselas. La intervención del presidente de Túnez, Moncef Marzouki, ayer ante el pleno de Estrasburgo no llegó a la media hora pero fueron veinte minutos intensos, de los que hacía tiempo no se vivían en el hemiciclo y que hicieron saltar las lágrimas de emoción a eurodiputados tan batalladores como el ecologista Daniel Cohn-Bendit o el conservador Joseph Daul. Y es que su presencia en la capital europea de la reconciliación franco-alemana se producía apenas unas horas después del asesinato del líder de la oposición Chukri Bel Aid en la capital tunecina. Un atentado que lo único que busca, advirtió, es desestabilizar al país y al proceso de democratización.

"Esa revolución pacífica tiene muchos enemigos que están decididos a hacerla fracasar. Hay una violencia verbal orquestada y este odioso asesinato de un líder político, al que conocía bien, justo en el día en que me dirijo a ustedes, es una amenaza, un mensaje que nos negamos a recibir. Continuaremos desenmascarando a los enemigos de la revolución", advirtió durante una sesión solemne que estalló en aplausos. El presidente admitió que el proceso es más difícil y más lento de lo esperado pero aseguró que seguirá siendo pacífico y que no amedrentarán al pueblo tunecino ni al pueblo árabe a quien pidió que no se criminalice.

Marzouki también recordó que vivió precisamente en la capital alsaciana durante más de una década de exilio, donde estudió medicina, y donde estudió el horror de los campos de concentración y de la "banalidad del mal". Una ciudad en la que conoció la declaración universal de derechos humanos "que lo cambió todo", indicó. "No les pido solo su atención sino también su empatía. Por supuesto que la revolución árabe puede suponer un problema para Europa" porque el riesgo de que degenere en desórdenes como en Siria, la inmigración ilegal hacia Europa o el extremismo pero aseguró que las revoluciones árabes son sociales y democráticas y que siguen firmes en "la estrategia de absorber la fracción moderada del islamismo".