EL escándalo Petraeus, con tintes de novela rosa y ficción de espionaje, va camino de nutrir un culebrón protagonizado por héroes americanos en plena reelección del presidente Barack Obama. La polémica en torno a la dimisión del director de la CIA, que también ha apartado al general John Allen del codiciado mando de las tropas de la OTAN en Europa, se complica a medida que se conocen los detalles del affaire. Los generales David Petraeus y John Allen, máximos responsables de las tropas americanas en Irak y Afganistán y aclamados militares, compatibilizaban la dirección de operaciones en el teatro militar con una ajetreada vida sexual. Pero el glamour que adorna las bambalinas de las historias de poder e infidelidad en Estados Unidos no se agota entre las sábanas porque compromete la seguridad nacional.
En la CIA un adulterio puede derribar un gobierno. El general, el estratega más prestigioso del país desde que Colin Powell condujo la guerra del Golfo en 1991, tiene suficiente información clasificada como para hacer tambalear a sus enemigos, pero sobre todo, a su propio país. Pocos como Petraeus, conocido por el sobrenombre del rey David, conocen al detalle la operativa militar y de inteligencia que Estados Unidos ha desplegado en Oriente Medio, Irán y Siria.
Mientras se investiga si la amante de Petraeus tuvo acceso a información confidencial, lo que resulta evidente es que en un discurso en la Universidad de Denver el pasado 26 de octubre, Broadwell hizo afirmaciones sorprendentes sobre el ataque en Bengasi en el que murieron el embajador Chris Stevens y tres estadounidenses.
Un affaire con consecuencias
Derribar más piezas del tablero
La aparición en escena del comandante de las fuerzas estadounidenses en Afganistán, general John Allen, derribado por el Petraeusgate, vaticina que aún caerán más fichas del dominó. Y es que el escándalo sexual es solo el envoltorio ya que estas salidas de la escena política son dinamita para el Congreso y al presidente Barack Obama le vienen como anillo al dedo, ante una muy comentada renovación de su gabinete, del que saldrían su jefe de seguridad nacional y la Secretaria de Estado, Hillary Clinton.
La vida de los rectos Petraeus y Allen se disipó en Tampa donde las fiestas y la alegre vida social hizo caer a los generales en trampas y líos de faldas. El entonces reputadísimo general Petraeus estuvo de 2008 a 2010 destinado en la base aérea de McDill (Tampa). El general de los marines, John Allen, también llegó destinado allí y, al igual que Petraeus, su presencia en las fiestas y actos sociales, les sumergió en un escándalo mayúsculo. La encargada de organizar estas fastuosas fiestas en su casa era Jill Kelley, la detonante del escándalo.
los nombres del 'petraeusgate'
Quién es quién en la trama
Además de al casanova Petraeus, el affaire involucra a otros personajes. El primero, Paula Broadwell, la Lewinsky del Pentágono y amante obsesiva, a la que el FBI destapó tras comprobar que había intercambiado mails lujuriosos con Petraeus, a quien visitó varias veces en Kabul. Autora de la biografía del general tiene 40 años y vive en Carolina del Norte, con su esposo médico y sus dos hijos. Al parecer, los correos retenidos eran más que simples flirteos con la reina de los círculos sociales de Tampa, y las autoridades los comparan con un teléfono erótico por su explícito contenido sexual.
La esposa furiosa de esta historia es Holly, de soltera Knowlton, defensora de militares veteranos y casada desde hace 38 años con Petraeus con quien tiene dos hijos.
Jill Kelley es la mujer atemorizada que contactó en mayo con un amigo, agente del FBI, para contarle que había recibido mails anónimos en los que le advertían que se alejara de Petraeus; mensajes que provenían de Broadwell. Los correos electrónicos incluían frases como: "Sé lo que hiciste" o "Aléjate de mi hombre".
El agente del FBI que comenzó la investigación sobre los correos amenazadores de la ex amante del director de la CIA es Frederick W. Humphries II, un tipo que había enviado mails suyos con el torso descubierto a una de las mujeres implicadas en el caso de adulterio. Humphries, de 47 años, es un veterano investigador de antiterrorismo a quienes sus colegas describen como "un tipo apasionado y obsesivo. Si muerde algo, es como un bulldog", dicen.
John Allen es el otro militar en el punto de mira, investigado por intercambiar entre 20.000 y 30.000 documentos potencialmente inapropiados con Jill Kelley, la mujer que recibió mails amenazantes de la amante de Petraeus. El intercambio de correos es desorbitado ya que se produjo entre 2010 y 2012 y para acumular tal cantidad, tuvieron que enviarse una media de 20 ó 30 mensajes al día.
Cia y FBI, dos enemigos íntimos
El FBI, en el punto de mira
Con este golpe de gracia, el FBI vuelve a atizar a la CIA ya que la revelación del adulterio de Petraeus fue realizada por un desconocido chivato del FBI que filtró la investigación de la vida privada del general justo tras las elecciones, a pesar de conocerla desde verano. La renuncia de Petraeus resucita así la histórica rivalidad entre esa agencia y el FBI, una disputa ancestral de celos e intrigas. El staff del FBI siempre receló del alto perfil, protección e inmunidad que supo tener la CIA cuando nació en plena Segunda Guerra Mundial. Mientras el FBI marcaba literalmente el territorio norteamericano y se garantizaba el monopolio del espionaje interno, la CIA labraba su reputación en el exterior. La desconfianza entre ambas agencias se vio acentuada por sus líderes. J. Edgar Hoover, amo y señor del FBI durante 48 años, despreciaba a los mandos de la CIA e intentaba no compartir información con esta administración.
Al mismo tiempo, y en medio de la fiebre anticomunista que hizo delirar al país en la década del 60, el FBI fue parte de una cacería de brujas de la que tampoco salió inmune la agencia de inteligencia. Pero las consecuencias de esta lucha que exaspera a cada presidente que ocupa el despacho oval, emergen junto con traumas nacionales como los asesinatos de Kennedy y Martin Luther King o la renuncia de Richard Nixon, que usó ex empleados de la CIA para espiar a los demócratas (la información fue filtrada por un subdirector del FBI). Aunque sobre todo sobrevuela la tragedia del 11 de septiembre, donde también se produjeron acusaciones cruzadas de mal desempeño e ineficacia.
Guerras encubiertas al margen, la nueva tempestad desatada en Washington parece ahora casi un huracán seguido como un thriller en los informativos en las principales cadenas yankis de televisión. Es solo cuestión de tiempo que se convierta en un guión morboso para Hollywood.