Marikana (Sudáfrica). Sudáfrica recordó ayer con emoción a los 34 mineros muertos en la masacre de la mina de Marikana, donde resultaron muertos por disparos de la policía durante una huelga hace una semana, en el episodio más sangriento acaecido en este país desde el fin del régimen de apartheid. Miles de personas acudieron al servicio religioso celebrado en el campamento minero, a escasamente un centenar de metros del lugar de la matanza, en un acto marcado por el dolor de las familias y la indignación de los compañeros de las víctimas, que continúan en huelga por trigésimo día consecutivo.

"Mi corazón está roto. La policía nos está matando", señaló Benet Maganisa, minero de la explotación de platino de Marikana, que gestiona la empresa Lonmin y está a unos 100 km de Johannesburgo. "Es muy triste que nuestros compañeros hayan muerto en vano", subrayó Aubrey Ziza, otro trabajador. La emoción por el recuerdo de la masacre y un calor asfixiante hicieron que un gran número de familiares perdiera el conocimiento y tuviera que ser atendido por los servicios sanitarios. La huelga en la mina ha puesto de manifiesto la fractura de un país que atesora enormes recursos, pero que apenas ha logrado reducir las diferencias heredadas del apartheid.