Kilis (Turquía)
LOS refugiados sirios en la frontera con Turquía llevan una existencia desconsolada: las informaciones que llegan del frente no son precisamente alentadoras. Mientras en la provincia de Alepo continúan las muertes y los asesinatos, el campamento de refugiados turco de Kilis ofrece protección justamente al otro lado de la frontera. Pero el escenario de los combates está cerca y desde allí se escuchan los aviones que actúan en el lado sirio y que recuerdan cada día el derramamiento de sangre. A comienzo de mes, a toda familia en este campamento se le entregaba una nevera.
La mujer de Emad Muhib, de 48 años, que vive en la segunda calle al pasar la entrada, acaba de dar a luz. La pequeña Fadhila tiene solo 15 días. Tumbada en un fino colchón en una vivienda prefabricada, sonríe. Su padre Muhib es embaldosador. Una vez trabajó en Milán colocando suelos de mármol. Entonces, el sirio de Alepo estaba totalmente afeitado. Pero ahora lleva barba en signo de devoción musulmana. En el campamento es popular porque enseña a los niños el alfabeto árabe y las primeras suras del Corán. Y a él también le ayudan las clases, que son como medicina contra la claustrofobia que sufre, como muchos otros refugiados del campamento. Muhib espera que los revolucionarios combatientes derroquen lo antes posible al régimen del presidente, Bashar al Asad. Entonces quiere regresar a su hogar y conseguir pasaportes para su hija nacida en Turquía y su hijo Mohamed, nacido antes de la revolución. Los tres hijos de su primer matrimonio tenían 16,17 y 19 años cuando fueron asesinados por las tropas del régimen.
"En Siria no veo futuro, quiero volver a Italia", afirma. "Cuando termine la guerra, se necesitará un año hasta que la situación se haya calmado y otros diez hasta que la tierra destruida vuelva a recuperarse a medias, y no quiero esperar tanto". Otro de sus amigos en el campamento sueña también con ir a Europa. "Cuando termine la guerra pasaré allí un mes para descansar, para tener tranquilidad, seguridad y no tener que pensar en nada", afirma el fornido obrero, conocido por el apodo de el tío. Apenas ve a su mujer y sus hijos, pues el comandante pasa la mayor parte del tiempo al frente de una pequeña unidad de desertores, compuesta por 30 hombres a las órdenes del Ejército Libre de Siria.
El tío llevó a su familia a Turquía hace cinco meses, antes de que las tropas del Gobierno atacaran su ciudad natal, Marea, a medio camino entre la frontera turca y la disputada metrópolis comercial de Alepo. "250 viviendas y unos 150 negocios fueron reducidos a cenizas esta primavera por las tropas del Gobierno. Nuestra casa ya no está habitable, quedó destruida con una bomba incendiaria", señala. "Teníamos la esperanza de poder celebrar el fin del Ramadán sin Al Asad", cuenta el tío, mientras su mujer suspira y sus hijos miran turbados al suelo.
Ante el rápido aumento de la cifra de refugiados sirios, Turquía ha pedido comenzar los preparativos para el establecimiento de zonas de protección en suelo sirio. Los campamentos turcos no pueden acoger a más de 100.000 refugiados, según al ministro del Exterior, Ahmet Davutoglu. Hasta el momento, unas 70.000 personas han huido de la violencia en Siria a Turquía.