MOSTAR. Hace 17 años que los acuerdos de Dayton pusieron fin al conflicto armado de Bosnia y Herzegovina, en el que se produjeron 250.000 víctimas mortales y 1,8 millones de personas refugiadas o desplazadas. Hasta entonces, 4,5 millones de habitantes compartían una identidad cultural.
A pesar de que aún no puedan establecerse cifras -el último censo oficial es de 1991-, la ciudad de Mostar, al sur del país, sufrió importantes movimientos de población que cambiaron la demografía local. Con ella se modificó el imaginario colectivo. Hoy, la ciudadanía de la capital del cantón Herzegovina-Neretva diferencia la zona este de la zona oeste. También lo diferencia el turista, que observa cómo las mezquitas se sitúan a un lado del río y las iglesias en el otro. El Bulevar, la antigua línea de guerra que separó la ciudad durante el conflicto, continúa siendo frontera imaginaria entre las nacionalidades que habitan Mostar: en el este, bosníacos o bosnios musulmanes y en el oeste, bosniocroatas o bosnios católicos. Pocos son los que deciden vivir en el lado que no les corresponde. Los serbobosnios y otras minorías étnicas no tienen un espacio predefinido, por lo que pueden elegir zona. Según revela un estudio del Colegio de Psicología de la Federación de Bosnia y Herzegovina, el 54,5 % de los jóvenes de Mostar de entre 15 y 29 años no conoce a personas de otras nacionalidades.
Amar Husejic, estudiante de ingeniería informática en la Universidad bosníaca de Mostar, explica que los lugares de reunión están predefinidos "aquí (en la zona este) hay cafés, bares, restaurantes… y en la otra zona también, así que ellos van allí, nosotros aquí". Husejic, que tiene amigos de otras nacionalidades gracias a un taller de teatro multiétnico en el que participó un verano, considera que debería haber más espacios de reunión para perder "el miedo a lo desconocido". Su amiga, Ena Misaljevic, está de acuerdo "hay personas que han vivido siempre en Mostar y nunca han visto el puente". Misaljevic se mudó a la zona este de Mostar desde el norte de Bosnia y Herzegovina para estudiar filología inglesa y latina. La Universidad croata de la ciudad, situada en la zona oeste, es la única del Estado que ofrece tal título. Su primer año universitario también fue el primero en el que estudiaba con personas de otra nacionalidad, pues en su pueblo sólo vivían bosníacos. No tuvo problemas para adaptarse, aunque explica que le da vergüenza no conocer la cultura de sus nuevos compañeros porque nunca antes le hablaron de ella. "Tampoco conocía su historia, y me molesta tener que estudiarla porque es nueva para mí y ya no sabes qué creer", lamenta la joven. Actualmente tiene muy buenas amistades bosniocroatas, aunque reconoce que nunca se casaría con alguien de otra nacionalidad. La división de la ciudad también le afecta, pues según confiesa, "tengo amigas que no vienen a mi casa a tomar café porque no quieren cruzar a esta zona, y eso me parece ridículo". Kristina Coric, miembro de la ONG y centro cultural juvenil Abrasevic de Mostar, explica que la división de la ciudad trajo consigo la creación de instituciones paralelas y la eliminación de espacios de encuentro. "Cada nueva generación tiene menos oportunidades para encontrarse, por lo que la sociedad es progresivamente más monoétnica", señala Coric. En el ámbito cultural, aquellas instituciones que existían antes de la guerra, ahora se duplican: dos teatros nacionales, dos teatros de marionetas, dos centros culturales... Los museos están en su mayoría en el casco histórico de la ciudad, situado en la parte este, por esto "son boicoteados por la otra zona, aunque en realidad muestran Mostar en su totalidad", explica la trabajadora del Abrasevic. Este centro, situado muy cerca de la línea divisoria de la ciudad, es de los pocos espacios que no tiene identificación bosníaca o bosniocroata.