El Cairo. Más que una residencia oficial, el palacio del presidente egipcio, Mohamed Mursi, se ha convertido en la ventanilla pública a la que numerosos ciudadanos acuden cada día para presentarle peticiones de lo más variopintas. Portando una ristra de papeles bajo el brazo, una fila de personas espera a la entrada del que fuera un complejo infranqueable en la época de Hosni Mubarak, ubicado en el acomodado barrio cairota de Heliópolis. Los demandantes vienen de distintas partes del país con la ilusión de que el nuevo gobernante atienda sus reclamaciones, aunque son conscientes de las dificultades que eso entraña. "Mi hermano fue condenado en 2005 a siete años de cárcel por tráfico de drogas y queremos que Mursi lo libere sin condiciones", apunt Engy Adel, vestida con un niqab negro que le cubre toda la cara salvo los ojos.
Esta mujer procedente de la provincia de Qalubiya, en el delta del río Nilo, acompaña a su madre a las puertas del palacio, donde se concentran otros familiares de presos que piden la gracia presidencial. Adel reconoce que su esfuerzo por sacar a su hermano de prisión puede no verse recompensado y afirma de forma lacónica: "No creo que Mursi haga nada". Tras dejar su queja por escrito en la entrada del recinto, algunas de las mujeres congregadas interrumpen el tráfico por momentos sentándose en la calzada, mientras otras alzan su voz y muestran pancartas reivindicativas.
custodiados por veinte policías
Para evitar que esa clase de actos derive en disturbios, una veintena de miembros de la policía egipcia custodia la residencia. "¿Cómo pueden salir de la cárcel personas que han sido condenadas por drogas o asesinato?", cuestiona ante los presentes el general de brigada Naser Hashim, al tiempo que habla con ellos para intentar disuadirles de continuar con su protesta. Las solicitudes van cambiando en función de los días y no resulta extraño encontrar en el lugar a agricultores cuyas tierras sufren de sequía, trabajadores despedidos que buscan ser readmitidos o afectados por todo tipo de contenciosos.
Solo en los primeros cinco días desde que el islamista Mursi asumiera el cargo, el pasado 30 de junio, se contabilizaron casi 10.000 peticiones.
La procesión de personas que llega a diario a Heliópolis ha llevado a la apertura de oficinas en otros complejos presidenciales de El Cairo donde poder presentar los escritos.
En el centro de la capital, en el palacio de Abdin, la escena se repite y muchos de los visitantes descansan en los jardines del exterior tras rellenar sus datos en el papel y entregarlos. Shamia Ahmed, que tiene 16 años y amamanta a su bebé en público, se conforma con tener comida y una casa propia en el popular barrio cairota de Imbaba, donde vive. "Nosotros votamos a Mursi, ahora él tiene que ayudarnos", sostiene la adolescente, que se muestra dispuesta a aceptar cualquier trabajo.
En Egipto, donde se calcula que una quinta parte de los ciudadanos vive con menos de dos dólares al día, el desempleo subió al 12,4% de la población activa a finales de 2011, según estadísticas oficiales que, sin embargo, no reflejan la alta tasa de informalidad. La mejora de la economía es una de las prioridades expresadas por el nuevo presidente.