DUBLÍN. El avión que transportaba a la soberana tenía previsto aterrizar en el aeródromo de la localidad de Enniskillen, al suroeste del Ulster, pero el mal tiempo obligó al aparato a desviarse hasta el aeropuerto militar de Aldergrove, a las afueras de Belfast.
Desde ahí, un helicóptero llevó a la reina hasta Enniskillen para asistir a un servicio religioso en su catedral, muy cerca del escenario de uno de los atentados más sangrientos perpetrados por el Ejército Republicano Irlandés (IRA), que acabó con la vida de once personas en 1987.
Con un abrigo, vestido y sombrero de color azul celeste, Isabel II llegó acompañada por su esposo, el duque de Edimburgo, y fue recibida en el aeródromo de Saint Angelo por el ministro británico para Irlanda del Norte, Owen Paterson.
En la catedral ya aguardaban para el acto de acción de gracias por sus 60 años en el trono, el llamado Jubileo de Diamante, los máximos representantes de las cuatro religiones mayoritarias en la región, así como una representación de su clase política, encabezada por el ministro principal, el unionista Peter Robinson.
La reina se reunirá después del servicio religioso con varios grupos representativos de las fuerzas sociales de esta localidad del condado de Fermanagh, engalanada para la ocasión con cientos de banderas con los colores del Reino Unido.
A continuación, Isabel II mantendrá un encuentro con las familias de las víctimas del atentado del IRA que en 1987 causó once muertos y 60 heridos, una de las mayores atrocidades del conflicto norirlandés.
Su primera visita a la región en una década ha despertado enorme expectación por el tipo de recibimiento que le ofrecerá, con un apretón de manos incluido, el viceprimer ministro norirlandés, el excomandante del IRA Martin McGuinness, este miércoles en Belfast.
Con ese gesto, el dirigente republicano y su partido dejan así atrás años de boicot a la presencia en territorio irlandés de miembros de la familia real británica, objetivo, además, durante el pasado conflicto de su brazo armado.