En octubre del año pasado, el presidente sirio Bashar al Assad advirtió abiertamente que incendiaría toda la región si su régimen se veía amenazado. Poco después, la violencia se contagiaba al vecino Líbano, una víctima fácil donde las diversas facciones pro sirias y anti sirias hacen que la estabilidad y la paz pendan permanentemente de un hilo. Durante los últimos dos meses, los disturbios han crecido en intensidad y frecuencia y, aunque muchas ciudades a lo largo de la frontera se han visto afectadas por escaramuzas, intercambios de disparos y secuestros, los enfrentamientos más descarnados se han concentrado en la septentrional ciudad de Trípoli, segunda más poblada del país después de Beirut. La urbe posee todas las condiciones para ser atraída hacia el centro del conflicto: por un lado, su mayoría suní y su situación cercana a la frontera, a Homs y a Damasco la convierten en uno de los enclaves preferidos por activistas revolucionarios y contrabandistas de armas para los rebeldes sirios. Por otro, la ciudad se encuentra rodeada de poblados chiís alawis (la secta a la que pertenece Assad) que vigilan el lugar desde los montes circundantes. Y la notable pobreza en una zona urbana tan densamente poblada, fruto de la negligencia gubernamental, no hace sino terminar de encender la chispa.

El 12 de mayo, agentes de paisano libaneses arrestaron en la ciudad al activista islamista suní Shadi Mawlawi, y le acusaron de apoyar a Al Qaeda. Poco después, el 20 de mayo, el clérigo suní Ahmed Abdel Wahid y su compañero, el sheij Mohammad Hussein al Mereb, morían a manos del ejército libanés en un punto de control de la región de Akkar, al noreste de Trípoli, de camino a una manifestación en Halba organizada por el Movimiento del Futuro del ex primer ministro Saad Hariri. Los dos sucesos fueron instigados por secciones chiítas del ejército libanés, sobre el cual Siria ha ejercido siempre mucha influencia. Los ánimos se encendieron y los enfrentamientos armados dejaron 15 muertos y decenas de heridos en dos de los barrios más pobres de la ciudad, Bab Tabbaneh y Jabal Mohsen, suní y chií respectivamente. Fueron las pesadas armas empleadas por las dos partes (cohetes, fusiles de asalto, etc…) fuera del alcance adquisitivo de dos zonas tan deprimidas, las que demostraron que los bandos estaban siendo armados también en Líbano.