VEINTE años en dos minutos. Un BMW oscuro se detiene en un semáforo de Johannesburgo. Al volante, una mujer joven. Un chico con ropas raídas y una bolsa de basura en la mano se sitúa frente al vehículo. Pide una moneda. Se lleva la mano a los labios. "Hambre", dice sin decir. La mujer no le mira. El chico se arrodilla. Ella admite verle por fin, alza la mano y gira la muñeca: "Nada", responde sin responder. Se enciende la luz verde del semáforo y el coche se va. El chico se echa a un lado y espera a que el semáforo vuelva a cambiar de color.
Sudáfrica fue un milagro imperfecto. Pero un milagro al fin y al cabo. El pasado día 8, el estado africano más rico del África negra se vistió de ocasión solemne para celebrar el centenario del partido en el poder, el Congreso Nacional Africano (CNA). Es el partido de Mandela, pero no solo. El CNA, uno de los movimientos liberadores más antiguos del continente, ha tenido el apoyo de la mayoría de los sudafricanos -entre el 60 y el 66% de los votos- desde el fin del apartheid. Su aniversario invita a detenerse a observar los frutos de casi dos décadas de libertad. Desde la excelencia al suspenso, de la zozobra al andar decidido, Sudáfrica busca su sitio
Estabilidad y paz social
Excelente
La figura de Nelson Mandela logró lo imposible: que la transición del régimen racista del apartheid hacia la democracia esquivara una guerra civil. Por contexto, habría sido lo más normal. Pero Sudáfrica dio una lección al mundo y evitó un baño de sangre. El estado donde la ley incitaba al racismo, donde los negros no podían ir a los mismos servicios públicos que los blancos, ni usar sus autobuses, playas o puentes, se convirtió en el país del arco iris, como definió el arzobispo sudafricano Desmond Tutu. Desde entonces se busca la normalización. El Gobierno ha dado luz verde a leyes de discriminación positiva como la BEE act, que obliga a las empresas a contratar un porcentaje de no blancos o a tener un mínimo de accionistas negros, para corregir las desigualdades raciales heredadas del apartheid.
Sudáfrica es un país estable políticamente donde, más allá de las desigualdades y los altos índices de criminalidad, sus ciudadanos viven en paz.
Desigualdad
Suspenso
Hace veinte años, el país empezó a arrancar para todos. Pero diecisiete años después de que Mandela se convirtiera en el primer presidente negro del país, quedan demasiados deberes por hacer: la Sudáfrica del siglo XXI es uno de los estados más desiguales del mundo, donde el 10% de los más ricos controla el 58% de la riqueza nacional. El doctor en Economía por la Universidad de Pretoria, Dirk Scholtz, cree que no se ha logrado mejorar la vida de la mayoría: "Desde 1994, las políticas del gobierno sudafricano sólo han conseguido crear una "elite negra" -bien conectada políticamente- en lugar de lograr avances significativos en la redistribución de la riqueza". Los recién llegados a la bonanza se unen a quienes ya estaban allí: los blancos sudafricanos ganan ocho veces más que los negros y las carencias castigan de forma desigual. La cifra de paro, alrededor de un 40%, es casi seis veces más alta entre los negros que entre los blancos y uno de cada dos negros vive por debajo del umbral de la pobreza.
Libertad individual
Aprobado alto
Jamás los sudafricanos habían sido tan libres como ahora. Las 10.000 huelgas o protestas anuales en un país de 50 millones, apuntan la capacidad de queja en el país.
Sudáfrica tiene una de las constituciones más progresistas del mundo donde se prohíbe la discriminación por raza, sexo o religión. El problema es que el cambio en la sociedad va a otras velocidades. "Sé que la ley dice que somos todos iguales, pero en Sudáfrica sólo puedes ser lesbiana rica, en los barrios pobres no se acepta. Y con los chicos homosexuales es mucho peor", explica Kunu Semake, activista de Equality Project, organización que trabaja por los derechos de los homosexuales.
También hay amenazas: en noviembre, el ejecutivo sudafricano aprobó una ley que penaliza a los periodistas que publiquen documentos secretos aunque éstos sean de interés público y/o denuncien casos de corrupción política. La denominada "ley del secreto" se calificó de agresión a la libertad de prensa por los medios y varias organizaciones locales.
Corrupción
Suspenso
"El espíritu Mandela hace tiempo que acabó", dice a este diario el director del Centro de la Sociedad Civil de Kuazulu Natal, Patrick Bond. El icono antiapartheid, de 93 años, lleva años retirado de la vida política y su ejemplaridad moral no se ha conservado. Según Transparencia Internacional, cuando Mandela llegó al poder Sudáfrica era el vigésimo primer país menos corrupto del mundo. Hoy ha descendido a la posición 64 del ránking.
No sólo es que los escándalos de corrupción salpiquen a ministros o políticos de alto rango -incluso se ligó al presidente Jacob Zuma con un acuerdo de venta de armas turbio y que acabó con uno de sus hombres de confianza encarcelado-, también es la desfachatez. El pasado domingo, las celebraciones por el centenario del CNA empezaron con un torneo de golf. Un portavoz del partido se defendió de las críticas: "Era un deporte de elites antes, cuando durante el apartheid sólo podían jugar los blancos, ahora el CNA abraza todos los tipos de deportes". La celebración, con actos durante todo el año, costará 9,5 millones a las arcas públicas.
Educación y salud
Aprobado bajo
El fin del apartheid dio a la población negra, por primera vez, la oportunidad de mejorar sus vidas. Durante el apartheid, sólo el 58% de la población alcanzaba la educación secundaria, el porcentaje hoy ha subido hasta el 72%. En las universidades, que antes en su mayoría prohibían la entrada a los negros, seis de cada diez alumnos son de color. El margen de mejora está en la calidad: la diferencia de nivel entre escuelas privadas y públicas (e incluso entre colegios públicos de barrios de diferente nivel económico) es abismal. Algo similar ocurre en los hospitales públicos y privados.
Aunque el gobierno de Zuma ha empezado a rectificar, las políticas negacionistas de su predecesor, Thabo Mbeki, frente al sida, causaron una crisis con consecuencias aún visibles: con 5,7 millones de infectados, Sudáfrica es el país con más VIH del mundo
Delincuencia
Suspenso
Sudáfrica es uno de los países con mayor índice de criminalidad del mundo. Y 50 asesinatos y 180 violaciones al día se traducen en miedo y en ciudades armaduras: los barrios ricos son búnkers de casas con muros altos y vallas electrificadas. Según la policía sudafricana, sin embargo, el 85% de las agresiones se producen en barrios pobres. Desde la gravedad de las cifras, el contexto invita a un cierto optimismo. El ratio de asesinatos por 100.000 habitantes se ha reducido a la mitad desde la época del apartheid.
Pocas cosas en Sudáfrica son blanco o negro. Indiscutibles logros se mezclan con injusticias reprochables e inaceptables. Sudáfrica es hoy una potencia emergente -desde 2010 forma parte del grupo BRICS con Brasil, Rusia, India y China- que encara el futuro con la mochila llena de logros pero también frustraciones. Para el economista político Patrick Bond hay mucho trabajo que hacer, pero para un análisis equilibrado hace falta perspectiva. "Yo soy muy positivo, hoy los sudafricanos son libres. Sé que hay varios problemas como corrupción, desigualdad o violencia, pero soy positivo si se tiene en cuenta que la revolución social aún no ha acabado, que aún estamos a medio camino".