Ciudad del Cabo/Abuya. Nigeria está asustada: los islamistas siguen atacando a cristianos y miles de personas huyen por miedo a represalias, a lo que se une el peligro a disturbios sociales tras la eliminación de las subvenciones a la gasolina. Muchos desconfían del Estado y temen una guerra civil. La desesperación es visible, incluso, en el presidente Goodluck Jonathan: con la dignidad de un mandatario de Estado sentado ante la bandera del país, con un sombrero negro y gesto serio, apelaba a su pueblo a no empujar al país a la crisis. "No son tiempos fáciles, pero se necesitan decisiones más duras. Siento su dolor, pero debemos actuar", dijo en un discurso a sus compatriotas en la noche del sábado.

Jonathan teme nuevas revueltas sociales, después de que los sindicatos convocaran una huelga general en protesta por su estricto curso de ahorro y la eliminación de subvenciones a la gasolina. El presidente, en el cargo desde 2010, enfrenta de repente retos en varios frentes políticos del poblado país, rico en petróleo. Y muchos sienten ya incluso el peligro de una guerra civil, impulsada por el terror que difunde la secta islamista radial Bokio Haram contra los cristianos en el norte del país, que se volvió a cobrar numerosas víctimas este fin de semana.

La multiplicación por dos del precio de la gasolina la semana pasada desató la ira de los habitantes del país más poblado de África. Las protestas, en parte violentas, dejan en evidencia una insatisfacción profundamente arraigada en la población. Porque en el país, rico en materias primas y recursos naturales, la mayoría de sus 150 millones de habitantes viven en la extrema pobreza. Desde hace décadas, la corrupción y la mala gestión impiden el desarrollo económico. Las tasas de crecimiento económico celebradas por el Banco Mundial y el FMI benefician solamente a una minoría. Jonathan lleva a cabo ahora una vía de ahorro y solo quiere liberar fondos para inversiones en educación, sanidad e infraestructura, mientras los ciudadanos ven cómo empeoran sus condiciones de vida.

Conflicto no tan religioso También el conflicto en el norte del país, de mayoría islámica, tiene un trasfondo económico. Boko Haram utiliza el descontento de la población y el sentimiento de discriminación ante el sur cristiano más rico para azuzar la ira contra los cristianos, al tiempo que la campaña adquiere dimensiones cada vez más amenazadoras para el propio gobierno. Una ofensiva de las fuerzas de seguridad en el norte, la imposición del estado de excepción y toques de queda, así como foros interreligiosos no han conseguido ni evitar nuevos atentados ni frenar la huida de miles de musulmanes al norte del país por miedo a ataques de represalia por parte de cristianos.

Y nada indica hasta ahora que la secta vaya a frenar su lucha. Su ultimátum del lunes, que llamaba a los cristianos a abandonar el norte en el plazo de tres días, se vio seguido de actos sangrientos en los que 30 personas perdieron la vida. Ya durante las fiestas de Navidad, el terror islámico se cobró unas 50 vidas. Boko Haram, que significa algo así como "la educación occidental está prohibida", amenaza cada vez más la unidad del país con más de 400 etnias. Los islamistas gozan de la simpatía de la población joven, con pocas perspectivas de futuro.

La confianza en el Estado y las fuerzas del orden en Nigeria no suele ser mucha. Y los altercados entre clanes en el sur del país son la prueba del escaso control que tiene el Gobierno sobre el territorio nacional. La intranquilidad crece, sobre todo, entre los 60 millones de cristianos. Las iglesias acusan al líder musulmán, el emir de Sokoto, de no condenar lo suficiente a la secta como organización terrorista. El presidente de la organización de iglesias cristianas de Nigeria, el pastor Ayo Oritsejafor, recuerda ahora a los peores tiempos de la historia de Nigeria, cuando tas la secesión de Biafra hace más de 40 años desató una guerra civil en la que murieron más de un millón de personas.