Mogadiscio. La avioneta de diecinueve pasajeros parece de papel. Corta las nubes blancas con sus hélices mientras avanza en paralelo a playas de arena blanca. Kilómetros y kilómetros de costa paraíso. De vez en cuando, una carretera de arena parte en dos la tierra con una línea perfecta que se pierde en el horizonte. El resto es la nada.

-"¡Mira eso! Vaya playas, tío, increíble", comentan en el asiento de atrás dos tipos con pinta de escandinavos y que dicen ser trabajadores humanitarios.

El más joven saca una cámara digital y lanza un par de fotos.

-"Vaya playas… y qué solitarias", pienso. Aunque volamos junto a la playa un buen rato, no hemos visto ni un alma.

Al cabo de unos minutos, la ciudad de Mogadiscio aparece al fondo y el aparato se balancea suavemente para tomar tierra en un tramo de asfalto que roza el mar. Un puñado de casas blancas dan un toque marinero a la ciudad. En cuanto las ruedas de la avioneta tocan tierra, una ola enorme choca contra unas rocas cercanas y lanza un montón de espuma al aire. Si no fuera por más de veinte años de guerra y olvido, Somalia y su capital probablemente serían lugares bellísimos para visitar. Pero desde la caída del dictador Said Barré en 1991, el país se esfumó. Hoy Somalia es un país fantasma. Un caos sin un gobierno efectivo donde casi la mitad de la población está condenada al hambre. Mogadiscio, su capital, es el único lugar que controla el Gobierno Transicional de Somalia (a duras penas y porque cuenta con el apoyo de las tropas Amisom de la Unión Africana). El centro y el sur del país está en manos de la milicia fundamentalista Al Shabab, vinculada a Al Qaeda, y a quien se acusa de estar detrás del secuestro hace doce días de dos cooperantes españolas de Médicos Sin Fronteras en el campo de refugiados keniano de Dadaab. Aunque la semana pasada un portavoz de la banda radical negó hasta tres veces a este diario que estuvieran detrás del asalto, su palabra hay que ponerla en el congelador. Hace unos meses, Al Shabab también negó que hubiera hambruna en su territorio y hoy su gente se muere de hambre: el mes pasado, la ONU declaró la hambruna en una sexta provincia del sur del país y advirtió que 750.000 personas podrían morir en los próximos meses si no reciben asistencia humanitaria urgente.

En Mogadiscio pronto se comprueba que el control de la ciudad es una forma de hablar. El aeropuerto es una suerte de búnker rodeado de sacos y cilindros llenos de arena y decenas de soldados ugandeses del Amisom en cada rincón. Nadie bajo su responsabilidad da un paso por la ciudad si no es en un blindado o vestido de Gi-joe con casco y chaleco antibalas. En el Jumbo Feeding Center, centro de reparto de alimentos de la ONU a medio kilómetro del aeropuerto, Mohamed Hadi, que trabaja para el Programa Mundial de los Alimentos, es claro al describir los riesgos: "No se puede caminar por la calle, no se puede. A vosotros los occidentales os podrían secuestrar, mi caso sería diferente…", dice. A su espalda, la joven Zino nos mira con curiosidad y, sin pretenderlo, nos deja en evidencia. Tiene a un hijo colgado del pecho y espera paciente en la fila para recoger comida. Ella no ha visto jamás un chaleco antibalas y los blindados le parecen extraterrestres. Apenas viste una fina túnica marrón que le llega hasta los pies y le cubre la cabeza. Pero es ella quien vive en la capital del miedo. "La vida es difícil en Mogadiscio. Dejamos nuestra aldea por la sequía y la violencia pero aquí no hay nada que comer. La calle no es segura. Si llueve volveremos a casa para plantar", explicaba a finales de verano.

El problema es que la situación no ha ido a mejor. Tras el secuestro de las dos cooperantes españolas y otras dos occidentales en territorio keniano (una inglesa y una francesa, esta última murió de enfermedad el miércoles pasado porque sus captores no le proporcionaron medicinas), el Gobierno de Nairobi contraatacó a lo bestia: ordenó una ofensiva en territorio somalí para luchar contra Al Shabab en su propia guarida. Los enfrentamientos han provocado un nuevo alud de desplazados que se han visto obligados a dejar sus casas. Así que dramas como el de Zino no son excepción: de los casi 10 millones de somalís, 1,5 millones son desplazados internos y otros 935.000 viven refugiados en campos de Kenia, Etiopía o Yibuti. En crudo: uno de cada cuatro somalís ha perdido su hogar. Luego está el miedo a perder el resto. Aunque Al Shabab se retiró de la ciudad el pasado 6 de agosto -el Gobierno somalí lo vendió como una victoria, la milicia como un cambio a tácticas de guerrilla-, la capital está muy lejos de ser un remanso de paz. La semana pasada, la banda insurgente mató a decenas de soldados de Amisom y a principios de mes un camión bomba asesinó a más de 70 personas en el que era el peor atentado en años en Somalia.

Por eso, cuando se le preguntaba a Hadi si la gente respiraba más tranquila en Mogadiscio por la retirada de Al Shabab, casi se echaba a reír. "Volverán en cuestión de horas o días, cuando quieran", decía. Las calles de Mogadiscio dicen lo mismo sin palabras. Hay decenas de edificios derruidos y casi todas las paredes tienen orificios de bala o de mortero. En la carretera también hay baches o directamente cráteres en medio del asfalto que recuerdan enfrentamientos recientes. En el kilómetro cuatro, una intersección de calles y punto clave de la ciudad, un grupo de vacas sestean aburridas en el centro de la rotonda. No es raro ver a gente armada aquí y allá.

La ciudad encierra en sus calles polvorientas los motivos de una crisis tan aguda y sostenida. El cielo tiene parte de culpa porque las lluvias Deyr, de segunda estación, el año pasado fueron inexistentes y porque las Gu, entre marzo y abril, fueron muy escasas. Pero la peor sequía en 60 años hirió de muerte al país por motivos más humanos. Una montaña de sacos flanqueada por alambres en punta dibuja otra causa. La barricada de sacos, con una abertura en medio por la que asoma la punta de una ametralladora, da la bienvenida a Villa Somalia, el palacio presidencial. La seguridad es tan impresionante que indica que algo no va bien. El Gobierno de Transición de Somalia no ejerce autoridad ninguna en el país y está considerado el más corrupto del mundo por Transparencia Internacional. Se defiende de los ataques sin demasiados reparos: Human Rights Watch denunció en el informe "No sabes a quién culpar: crímenes de guerra en Somalia" que tanto Al-Shabab como las fuerzas del GFT habían lanzado indiscriminadamente fuego de mortero a zonas densamente pobladas para atacar al enemigo.

Dos décadas de guerra civil han disparado al pie de cualquier posibilidad de reacción. También porque el mundo le dio la espalda. En 1993, diecinueve soldados estadounidenses murieron en la batalla de Mogadiscio, que pretendía liberar a la ciudad del yugo de los señores de la guerra que controlaban el país. La retirada norteamericana cerró también la puerta del interés del mundo hacia la ex colonia italiana.

Con la violencia enquistada en el país, el hambre es cuestión de tiempo. La sequía que ha agrietado los campos y matado al ganado, ha sido la puntilla a una población que vive con lo mínimo. Y lo mínimo cada vez es más caro además: según el Banco Mundial, los precios del sorgo y del maíz se han multiplicado por ocho y por cuatro respectivamente en menos de un año.

Manifestantes kenianos piden armas para luchar contra la milicia de Al Shabab, vinculada a Al Qaeda. Foto: afp

Un grupo de personas pasean por Mogadiscio. Foto: x. aldekoa

Somalia es hoy un país fantasma donde casi la mitad de la población está condenada al hambre

somalia en cifras

l 1,5 millones de somalís son desplazados internos en Somalia.

l 13,3 millones de personas en el cuerno de África necesitan ayuda humanitaria. La previsión es que la cifra llegará a 15 millones antes de final de año.

l De los 2.400 millones de dólares requeridos para paliar la crisis se ha recaudado el 74%.

l Los niveles de mortalidad y de malnutrición son comparables o superiores a las de crisis recientes como las ocurridas en Níger (2005), Etiopía (2001), Sudán (1998) o Somalia (1992) pero dada la combinación de gravedad y alcance geográfico, es la crisis alimentaria más severa desde 1992.

l La FSNAU advirtió en agosto de 2010 lo que iba a ocurrir.

l Según Save The Children en Somalia, dos de cada tres niños no acuden a la escuela primaria.

la cifra

934.793

l Son los refugiados somalís en campos de Kenia, Etiopía y Yibuti. 750.000 somalís están en riesgo de morir de hambre en los próximos meses.