MADRID. Todos las especulaciones sobre su paradero, la incógnita desde que el pasado 22 de agosto abandonó precipitadamente el palacio de Bab El Aziziya en Trípoli, han concluido con la muerte, según los rebeldes, del otrora poderoso mandatario, que sólo encontró refugio con la tribu de los Gadadfa, de la qué el mismo era miembro.

Sirte, ciudad a la que solía llevar a los mandatarios africanos y a sus huéspedes internacionales para las celebraciones con las que trataba de edificar su imagen de líder africano y panárabe, era el último enclave gadafista al que podía ir.

Todos los suntuosos palacios, alojamientos de lujo y avenidas de la ciudad con las que en su megalomanía pretendía epatar a sus huéspedes han sido testigos y pasto de los feroces combates que han devastado la ciudad y explican la férrea resistencia de los últimos combatientes gadafitas, leales hasta el final.

En la estampida de los prohombres del régimen de la capital la última semana de agosto pudo comprobarse como ésta fue inesperada, pese a que la sublevación popular comenzó ocho meses antes y contaba con el respaldo militar de la OTAN.

Pareciera como si quien durante tantos años dominase a su antojo el poder fuese incapaz de asimilar que podía ser destronado.

Sus veleidades sin fin no le habían granjeado simpatías en las capitales árabes u occidentales y sus aliados de los países africanos, muchos de los cuales han recibido sus donaciones y también sus intromisiones, no han sido suficientes para evitarle este final.

Nacido en la ciudad de Sirte en 1942 y criado en una familia dedicada al pastoreo de camellos, logró estudiar para acceder a la Academia Militar, donde aprovechó las enseñanzas de liderazgo y alcanzó el mando absoluto mediante un golpe de Estado el 1 de septiembre de 1969 cuando derrocó al rey Idris Senussi, en el poder desde la independencia del país en 1951.

Su enfrentamiento con Estados Unidos tuvo su episodio bélico con el bombardeo en 1986 de su palacio en Trípoli y la ciudad portuaria de Bengasi por orden del entonces presidente estadounidense, Ronald Reagan, en represalia por un atentado terrorista en una discoteca berlinesa frecuetada por militares norteamericanos.

La escalada tuvo su cénit con la aprobación de sanciones en 1992 por el Consejo de Seguridad de la ONU ante su negativa a entregar a dos sospechosos del atentado contra el avión de Pan Am cuando sobrevolaba Lockerbie (Escocia) en 1988 y en el que murieron 270 personas.

El desmoronamiento de su Yamahiria (República) Árabe Libia Popular Socialista, con una huida con lo puesto de sus más significativos dirigentes, incluida su familia, dejó al descubierto un régimen de latrocinio, rapiña y represión completamente inerte e incapaz de hacer frente a las columnas de rebeldes que en apenas unas horas pusieron en fuga su defensa capitalina.

Su presencia en Sirte, explica ahora su empeño en defender este enclave desde el inicio de los combates hace ochos meses y la fragilidad de las defensas capitalinas, muy castigadas por los bombardeos de la OTAN, que sólo le permitieron una retirada ordenada hacia el sureste, en dirección al aeropuerto pero cuyo destino final era Sirte.

Por el camino perdió a su hijo Hamis, encargado del frente militar, muerto en los combates el 29 de agosto, mientras su mujer Safia, y tres de sus hijos, Mohamed, Aníbal y Aisha emprendían el camino del exilio en Argelia.

De Saif el Islam, la cara mediática en los últimos tiempos de la apolillada y acartonada Yamahiria, nada fehaciente se ha sabido salvo esporádicos llamamientos a la guerra, ni tampoco de Mustasim, asesor de seguridad nacional desde 2010 aparentemente también capturado hoy.

En sus cambiantes políticas encaminadas a resplandecer como líder árabe recurrió a la desestabilización de países africanos, increpó a los dirigentes palestinos y de otras naciones árabes que auspiciaron negociaciones con Israel, aunque durante la guerra del Golfo Pérsico, en 1991, se abstuvo de apoyar a Sadam Husein.

Entre sus "genialidades" políticas -además de su Libro Verde- en torno a la unidad del mundo árabe ha pretendido establecer alianzas que le pusieran al frente de unos Estados Unidos del Sáhara, o efímeras fusiones con Egipto, Túnez, Argelia o Marruecos.

Mientras el jefe del clan dedicaba el tiempo al culto a su personalidad, sus vástagos acumulaban propiedades de ensueño poco acordes con las proclamas de una república popular y disfrutaban de amplios contactos en los circuitos internacionales del poder y el dinero.

Implacable en la represión de cualquier disidencia, logró sobrevivir al embargo al que fue sometido, y a pesar de sus contactos clandestinos desde 1984 con la red de tráfico nuclear del ingeniero paquistaní A.Q. Khan, en 2003, Estados Unidos y Libia iniciaron una acercamiento después del anuncio de la renuncia de Gadafi al desarrollo de armas de destrucción masiva.

Su salida del llamado "eje del mal" culminó en el intercambio con Washington de embajadores en 2008, pero su acercamiento a un Occidente ávido de suministros petroleros, no le evitó que la represión interna desatase finalmente una rebelión popular que acabó con su régimen.