TOKIO. Con flores, velas, oraciones y un minuto de silencio, Japón recordó ayer a las víctimas de la catástrofe que, hace seis meses, asoló la costa noreste del país. El terremoto y posterior tsunami del 11 de marzo causaron, según los últimos datos, 15.781 muertos y 4.086 desaparecidos.

A esto se suma la peor crisis nuclear en los últimos 25 años, en Fukushima, por la que 80.000 personas tuvieron que ser evacuadas y el 80% de los reactores del archipiélago están paralizados. Ayer, miles de manifestantes pedían al gobierno nipón el cierre de los reactores atómicos, que no sólo afecta a Japón, sino también al resto del mundo.

TERREMOTO Y TSUNAMI La tragedia se recordó con homenajes y ceremonias por las 20.000 víctimas en municipios costeros afectados, como Ishinomaki, ciudad portuaria que contaba con numerosas fábricas que quedaron barridas por el tsunami.

Pese a la lluvia y a la niebla, cientos de personas se concentraron en el mirador sagrado de la colina de Hiyoriyama, engalanado hoy de flores y mensajes llegados de todo el mundo, y que en su momento sirvió de refugio cuando llegó el tsunami. Desde allí pueden verse los escombros que se acumulan en el puerto de Ishinomaki, donde apenas quedan una veintena de edificios en pie. En esta ciudad perdieron la vida más de 3.000 personas y cerca de 800 permanecen aún desaparecidas.

A las 14.46 hora local, momento en el que el terremoto sacudió al noroeste nipón, una caravana de coches y autobuses llenó el aparcamiento del recinto para recordar a las víctimas en un minuto de silencio mientras sonaba la sirena de una ambulancia, acompañada de lágrimas y oraciones. Minutos después, los taikos, tambores japoneses, resonaron por todo el lugar.

Como muchas localidades vecinas, Ishinomaki es hoy una ciudad con dos vidas: la de su casco urbano menos dañado y la de su costa, dominada por escombros y cientos de cuervos. El paso de estos seis meses se puede ver reflejado en la presencia de grúas, las más de 6.100 toneladas de escombros recogidos que poco a poco dejan ver las calles de lo que antes era una ciudad. Muñecos, fotos, motocicletas... todo se apila en los márgenes del camino que atraviesa los espacios aún sin recuperar y campos de tierra fresca allanados por las apisonadoras. "Aunque queda mucho trabajo por delante, el progreso es visible", declaró uno de los cientos de voluntarios que luchan por volver a la normalidad.