El número de combatientes que se suman al frente rebelde que avanza y retrocede entre Brega y Ajdabiya (a 100 kilómetros de Bengasi) se ha reducido en las últimas tres semanas. La espontaneidad y el caos del primer mes de la revuelta contra Muamar Gadafi han dejado paso a un campo de batalla estancado y que, progresivamente, va perdiendo el interés para los jóvenes del bastión insurgente. "Estaba muy bien cuando avanzábamos hacia Ben Jawad, cuando nos veíamos con fuerza para llegar a Sirte y, de ahí, a Trípoli", explica Yousef, un joven decepcionado porque sus compañeros, los que compartieron con él la ofensiva de finales de marzo, han decidido quedarse en Bengasi. "No quieren morir", señala. La guerra libia se enquista y lo que nació como una revuelta popular que pretendía imitar a las vecinas Túnez y Egipto ha terminado paralizando el país en dos. Ninguno de los tres actores implicados en el conflicto (gadafistas, rebeldes y OTAN) propone una salida realista para un enfrentamiento civil que, según los rebeldes, ya ha provocado más de 10.000 muertos. Ahora, la batalla está centrada en Misrata, el bastión insurrecto aislado en el oeste del país, mientras que Trípoli y Bengasi se acostumbran a vivir con la separación de bienes todavía por pactar.
"No aceptaremos una división del país", asegura desde Bengasi Mustafá Gheriani, uno de los portavoces habituales de los insurgentes. El problema es que, de facto, Libia ya está rota por la mitad. Ni los rebeldes son capaces de llegar más allá de Ajdabiya ni las tropas leales a Gadafi tienen permitido el acceso a esta localidad clave. Cada vez que se acercan a la puerta oeste, los aviones de la OTAN castigan sus posiciones. Por eso, los esqueletos calcinados de los carros de combate del ejército libio se acumulan en las afueras de esta ciudad fantasma en la que solo algunos hombres se han quedado para proteger sus domicilios. Periódicamente, el municipio es asaltado por varios vehículos de leales a Gadafi. Pero la intervención de los aliados y la respuesta de los rebeldes sitúan el campo de batalla en el punto cero.
Frente este
Un combate entre cuarenta coches
El frente oriental de la guerra de Libia, al menos en el bando rebelde, se reduce a una carretera y tres decenas de camionetas pick-up con artillería. Ni es un campo de batalla amplio ni el fervor guerrero está en aumento. Además, como ahora se exige un mínimo de entrenamiento y no basta con tener un arma para sumarse a los guerrilleros, los jóvenes que antes jugaban a la guerra y salían escopeteados con la primera explosión han comenzado a quedarse rezagados. Y, como protestaba Yousef, han descubierto que en Bengasi tampoco se vive tan mal y que las victorias en el este les permiten disfrutar de una libertad que antes no podían ni soñar. Por eso, sumarse al frente ya no es una prioridad para todos los jóvenes. Algo que se comprueba incluso en el principal centro de entrenamiento del bastión insurgente, donde Marey El Bejou, uno de sus responsables, se esfuerza en mostrar una afluencia de personal que no ha hecho sino descender en el último mes.
Con el entusiasmo revolucionario en retirada y a pesar de su manifiesta dependencia de los bombardeos aliados, los insurgentes mantienen intacto un punto de soberbia. "No aceptaremos nada que no incluya la salida de Gadafi", insiste Imam Boughigis, portavoz del Consejo Nacional de Transición. Aunque todavía tendrán que explicar cómo pretende expulsar a un general al que la revuelta popular le puso contra las cuerdas pero que se mueve cómodo en una guerra en la que, si no fuese por la intervención extranjera, ya habría finalizado. No se puede olvidar que los insurrectos controlan únicamente un 25% del país. En este sentido, su discurso, especialmente el de sus combatientes, tiene un punto infantil. "¿Dónde está la OTAN?", es una de las frases que más se escuchan tanto en el frente como en las manifestaciones diarias que se celebran en Bengasi. Paradójicamente, los insurrectos culpan a los aliados de toda su incapacidad, olvidando que, al menos en teoría, la resolución 1.973, la que avaló la intervención, solo mencionaba la protección de civiles. Y en Ajdabiya, ahora mismo, ya no hay civiles. Se han marchado todos.
Trípoli
Nadie sabe qué ocurre en la capital del régimen
No conocemos la composición del ejército leal a Gadafi, pero no parece que sea la armada invencible. De hecho, todo apunta a que se parezca bastante a lo que se ve en el bando rebelde. Con algunos tanques de más y la aviación inutilizada. A pesar de ello, el coronel tampoco da su brazo a torcer. El autodenominado "rey de reyes" no está dispuesto a moverse de su trono. Y hechos como la muerte de su hijo, Saif Al Arab Al Gadafi, en un bombardeo aliado, no ayudan a buscar una solución negociada.
El problema a la hora de analizar la posición de Gadafi es que, al contrario de lo que ocurre en Bengasi, nadie puede asegurar con certeza cuál es la situación en Trípoli. Los periodistas han sido expulsados y casi mejor no fijarse en la propagandística televisión pública, donde se repiten las marchas favorables a Gadafi. "Trípoli está a punto de explotar", aseguraba recientemente Josep Saad, de padre libio y madre catalana, que salió de la capital del régimen el 19 de marzo y que relata el ambiente opresivo que se registra en la ciudad. "En todas las esquinas hay miembros de la Guardia Revolucionaria", señalaba.
Lo cierto es que, con Libia condenada a una bicefalia que va de Trípoli a Bengasi, el verdadero centro de decisión está un poco más lejos del país. Roma, que el jueves acogió la tercera reunión del Grupo de Contacto que agrupa a los 22 países involucrados en la intervención militar en el país norteafricano. Las notas enviadas por sus gabinetes de prensa hablan de acuerdos de paz, pero seguimos en el mismo punto de hace un mes. Los rebeldes solo aceptarán un pacto sin Gadafi, y éste todavía se ve con fuerzas como para plantar batalla. Teniendo en cuenta que la OTAN ya se ha convertido en parte del problema, habrá que esperar a escuchar lo que digan países como Francia o, especialmente, Qatar, principales aliados de los rebeldes y quienes podrían imponer una salida a un conflicto que, si continúa así, puede alargarse durante meses. Si esto ocurriese, no sería extraño terminar viendo a los rebeldes exigir un desembarco de tropas extranjeras que ahora mismo rechazan contundentemente. Ya descartaron la intervención extranjera y han terminado pidiendo más bombardeos.