OSAMA Bin Laden nació en la elite saudí y murió como el terrorista más buscado del mundo (Washington ofreció una recompensa de hasta 25 millones de dólares por su captura), un huidizo blanco que, desde la sombra, tuvo en jaque durante más de una década a Estados Unidos y al mundo.
Bin Laden, que murió el domingo a los 54 años en un ataque a su escondite en Abottabad (Pakistán), tenía manchadas las manos, en opinión de millones de personas, con la sangre de miles de inocentes fallecidos en ataques terroristas en las últimas décadas.
Pero además de una mente sanguinaria, Bin Laden fue el gran ideólogo de la guerra santa islámica, el artífice de la reunión de grupos militantes de países poco afines bajo un solo lema: el de una hermandad sin fronteras en defensa del Islam. Esa idea bastó para sustentar una sólida base de operaciones que le convertiría, incluso antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001, en el "enemigo público número uno" de Washington.
Nacido en 1957 en el seno de una adinerada familia saudí, el joven Bin Laden forjó su violenta obsesión por la identidad musulmana en los años 80, durante la invasión soviética de Afganistán. Ese país se convertiría en su nuevo hogar la década siguiente, cuando rompió relaciones con su familia y la monarquía saudí por su apoyo a EEUU durante la Guerra del Golfo. Abandonó Arabia Saudí con la promesa de luchar por un "verdadero" Estado islámico allí.
Después de cinco años en Sudán, el líder terrorista volvió a Afganistán, donde apoyó durante cinco años -entre 1996 y 2001- a la milicia talibán que acababa de conquistar Kabul. Rodeado siempre de su grupo de leales, los Muyahidin Jalq (Combatientes del Pueblo), Bin Laden fue acusado de haber financiado campos de entrenamiento de terroristas en Afganistán, Sudán y Pakistán, y relacionado con grupos integristas como la Yihad Islámica o el Hizbulá libanés.
Estados Unidos lo identificó como una amenaza a mediados de los 90, y lo ha responsabilizado desde entonces de los más de 200 muertos en los atentados contra sus embajadas en Tanzania y Kenia en agosto de 1998 y de un primer atentado en 1993 contra las Torres Gemelas que dejó seis muertos, entre otros. Pese a su incontestable gancho como ideólogo y propagandista, el verdadero alcance del poder de Bin Laden sigue en el aire.
Convertido sin pisar el suelo de EEUU en uno de los grandes actores de su política, Bin Laden muere caracterizado por Washington como el gran rostro del mal de las últimas décadas, un villano a la altura de Adolf Hitler o Iósif Stalin que perdió la vida como él mismo había pronosticado muchas veces: a manos de su peor enemigo.