Cada dos o tres días, Khaled, un hombre con barba perfectamente perfilada, recorre las principales calles de Ajdabiya con un bolígrafo y un cuaderno. Apunta los nombres de quienes todavía no se han marchado y manda el encargo a Bengasi, a 160 kilómetros. Aquí no hay ninguna tienda abierta, así que la comida y el agua llegan desde la capital rebelde. Aunque, si existiese algún comercio sin la persiana bajada, apenas quedaría nada que vender después de dos semanas con la ciudad convertida en retaguardia. La escasez de género tampoco es un problema excesivo. Muchos de los habitantes se marcharon de Ajdabiya hace tres semanas, en medio de una contraofensiva de las tropas leales a Muamar Gadafi. El asedio del pasado fin de semana terminó convenciendo a quienes todavía resistían. Ahora solo quedan 73 familias. Los únicos 73 nombres que aparecen anotados en el cuaderno de Khaled.

"Llegamos a casa dos horas antes de que el cohete reventase la fachada". Suleiman muestra el enorme boquete abierto entre el suelo y la pared. El motor de varios coches, la mayoría de ellos militares, es uno de los pocos sonidos que se escucha en Ajdabiya. Algunos milicianos, guardando la posición junto a sus precarias baterías antiaéreas soldadas a la parte trasera de una furgoneta, las únicas personas visibles. Poco a poco, mientras que Suleiman relata el miedo y el ruido de las ametralladoras ("no se podía escuchar otra cosa"), comienzan a asomarse algunos de los vecinos que no se han movido a pesar de la intensidad de los combates. Son todos hombres, la mayoría jóvenes y, en gran proporción, de raza negra. Aunque no todos están por elección propia. Algunos optaron por quedarse para proteger sus viviendas. Otros, buscan la forma de marcharse. Como Asyl Sharaf, presidente de la comunidad de Chad en Ajdabiya, que reconoce, casi desesperadamente, que "no tenemos manera de llegar a Bengasi". Este hombre entrado en años, que lleva tres décadas en Libia, pero que da la sensación de haber pasado todo este tiempo en la calle Anjamina, bautizada con el mismo nombre de la capital chadiana, insiste en que "querría alquilar un autobús para la comunidad, pero no sé dónde puedo llamar". Nadie se ha molestado en informarle de que, si se asoma a la calle Trípoli, la avenida principal, cualquier coche que pase estará dispuesto a recogerle. Y, sobre todo, que en la entrada oeste de Bengasi está instalada la tienda de campaña de la Sociedad Libia de Primeros Auxilios, donde varios voluntarios buscan alojamiento en viviendas de la capital rebelde para desplazados de Ajdabiya.

Consecuencias

Una ciudad en ruinas que tardará en reconstruirse

"Salí de casa una hora antes de que el cohete atravesase la pared". Salah Ramadan, de 39 años, ni siquiera se atreve a recoger la carcasa del proyectil que atravesó la pared de su salón el pasado sábado. No sabe si explotó o solo destrozó el muro. Los muebles están cubiertos de polvo y sobre uno de los sillones se mantiene un pequeño tobogán que utiliza Sara, su hija pequeña, que apenas tiene dos años y medio. "Suelo sentarme a leer el Corán en esa esquina y mis dos hijas siempre vienen a jugar conmigo", señala, preocupado. Aquel día tuvieron suerte y la madre de Salah les llamó para que le hiciesen compañía porque sabía que los bombardeos no tardarían en comenzar. Horas después, hicieron las maletas y se instalaron en Bengasi, en casa de su tío, donde 18 personas comparten tres habitaciones y un solo baño.

"Me siento triste. Estas son las calles en las que he crecido y mira ahora cómo están", reflexiona Ramadán mientras conduce por una ciudad destrozada. No solo es su casa, sino toda la ciudad. Especialmente, en los alrededores de la calle Estambul, donde se concentraron los combates del fin de semana. Para quien llega a Ajdabiya por primera vez, es imposible distinguir cuándo se produjeron los impactos. Pero las sucesivas visitas permiten fechar cada una de las heridas de guerra de la ciudad libia que más veces ha cambiado de manos.

Ajdabiya es el punto de no retorno, tanto para las milicias rebeldes como para el ejército de Gadafi. Esta localidad, de 100.000 habitantes, fue objeto de una fuerte ofensiva lanzada durante el fin de semana pasado por las tropas leales al régimen. Solo la intervención de la OTAN impidió que la ciudad, que comunica directamente con Bengasi y Tobruk (las dos principales ciudades del este de libia), pase nuevamente a manos del coronel. Ahora los rebeldes intentan sacar pecho y alardear de un control que nunca hubiesen soñado sin la ayuda de los aliados.

"La ciudad es segura. Ya la tenemos controlada", asegura Jibrill Abdallah, de 38 años, que señala una de las azoteas de una rotonda donde se celebra una manifestación rebelde indicando que "ahí estaba el último francotirador". Desde que las tropas leales a Gadafi lograsen entrar durante algunas horas en Ajdabiya, la rumorología es incesante: francotiradores, escudos humanos y ejecuciones sumarias son las sospechas que más se repiten. "El ejército de Gadafi disparaba contra todo para provocar el miedo y que la gente abandonase sus casas", asegura Khaled. Por eso, el martes por la tarde, alrededor de dos centenares de personas, muchos de ellos combatientes procedentes de otras localidades como Tobruk, Derna o Bengasi, se concentraron para reivindicar Ajdabiya como territorio liberado. Aunque sus vecinos no se fían. Y costará tiempo antes de que vuelvan a hacer las maletas para instalarse en unos domicilios que necesitarán ser reconstruidos.