Vitoria. ¿Cómo valora las revueltas contra los regímenes en los países árabes?

Más que revueltas y rebelión, lo llamaría revolución. Lo valoro muy positivamente a pesar de los muertos, a pesar de la destrucción y del terror. Como en toda revolución, hay un reajuste y hace falta paciencia y tiempo para que las cosas vuelvan quizás a la normalidad.

¿Hay algún rasgo característico de la religión en estas protestas?

De momento no ha aparecido ningún rasgo religioso excepto que he identificado en alguna de las camionetas de rebeldes en Libia la frase Dios es grande, junto a la palabra revolución en árabe, con la fecha del 17 de febrero. Es interesante ver este filón islámico y al mismo tiempo el filón revolucionario.

Los jóvenes encabezaron la caída de Mubarak y empuñan las armas rebeldes en Libia, ¿qué les ha empujado a levantarse?

Lo que les ha hecho levantarse son dos cosas: en primer lugar la búsqueda, la sed y el hambre de dignidad que tienen, y al mismo tiempo darse cuenta de que los dictadores no daban respuesta a los sueños y al futuro que tienen los jóvenes. Esas cosas han hecho de detonante. Los derechos humanos y la democracia en un mundo en el que los jóvenes quieren ser libres.

Estos jóvenes, ¿ven algo más?

Ven que estos dictadores han estado en el sillón de mando durante muchísimo tiempo, tienen la coraza llena de roña, no quieren apearse del caballo y son incapaces de dar respuesta a los problemas, a los desafíos y a los retos de los jóvenes.

¿Qué opinión le merece la intervención aliada?

Se ha tardado muchísimo tiempo en intervenir. La guerra incivil, porque no hay ninguna guerra que es civil, en Libia comenzó el 17 de febrero y la decisión por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de intervenir militarmente ocurrió un mes después. Se ha retardado todo bastante, aludiendo que ha habido peligro de guerra. No entro en los caprichos verbales, sino que sencillamente ha habido una guerra en acto entre el dictador tirano de Libia contra la población inerme y a la que él, que dice que "amaba mucho a su pueblo", decidió lanzarle los misiles, las bombas y las detenciones y atrocidades que se pueden cometer para mantenerse en el poder.

¿Cómo valora la actuación que está teniendo Occidente?

No se ven las cosas muy claras. Por una parte, Francia estaba dirigiendo todo y estaba con las manos en el volante. Después, se ha pasado a los Estados Unidos y ahora tenemos a la OTAN. Creo que tiene que haber una coordinación y, al mismo tiempo, una armonía en lo que se quiere obtener. Todos están jugando con la palabra guerra.

EEUU y Francia han tenido negocios con Gadafi y ahora se enfrentan a él.

EEUU y Francia son los primeros que han vendido nuevo armamento a Gadafi y ese armamento se ha estado utilizando por Gadafi y sus aliados, sus compinches y sus amiguetes contra los ciudadanos libios. Al mismo tiempo, Francia y EEUU han creído demasiado lo que ellos decían de Gadafi, que era un hombre que merecía confianza y era un buen interlocutor, pero han dejado pasar que este señor lleva en el poder casi 42 años. Un señor que ya era tirano desde el comienzo se ha vuelto en un dictador infernal y malvado contra su propio pueblo.

¿Cuál es el fondo de la cuestión?

Si nosotros queremos hacer negocios porque tienen los recursos económicos o tenemos que buscar incentivar, fomentar los derechos humanos, la dignidad de cada persona, por encima de los negocios, por encima de la economía y de todas las ganancias que queremos de los países que tienen los recursos naturales.

¿Qué papel juegan los civiles no armados en la guerra de Libia?

Como en toda guerra son los que pagan el pato de todas las hostilidades. En Libia hay cosas que son escalofriantes: por una parte, el desmembramiento de las familias, entre los heridos, los muertos y desaparecidos, los detenidos y encarcelados, o los que se han largado; en segundo lugar tenemos una fragmentación de esa sociedad, porque se creó ya un espíritu nacional, el sentido de las fronteras y el espacio geográfico, que hoy prácticamente está fraccionado y quizá lo sea en el futuro.

Los rebeldes libios tienen interés en controlar Sirte, ciudad natal de Gadafi, ¿dan más importancia al simbolismo que a la estrategia?

El feudo de Gadafi tiene un matiz simbólico porque es donde se formó, donde se considera que tiene sus aliados más fieles y sus amigos de larga data. Para ellos ese simbolismo significa la decapitación del poder dictatorial.

¿Prevé alguna solución para este conflicto?

Soluciones, a largo plazo. Tenemos que ser muy pacientes y tomar las cosas con muchísima calma. Doy un ejemplo. Revolución en árabe se dice zaura, y la revolución quiere decir en términos concretos, el simún del desierto que se levanta en torbellinos verticales y que se desplaza con grandísima fuerza y acomete contra todo lo que encuentra a su paso. Esto significa que hay basura, arena y polvo que muchas veces puede estar hasta días y semanas en el aire. Y al mismo tiempo, será difícil volver a la normalidad.

¿Existe algo después de ese viento?

Cuesta muchísimo trabajo, empeño y afán reconstruirlo materialmente, pero las secuelas y huellas que deja un conflicto eso uno lo lleva en el alma y los libios lo llevarán hasta el final de los días.

¿Cuál es la novedad en esta revolución?

Que se han dado cuenta de que los tiranos no vienen del exterior, sino que estaban en casa. Los títeres estaban en casa, los explotadores eran autóctonos.

Tras 11 días de protestas en Siria, más de 60 muertos en el sur según las ONG y la dimisión del Gobierno, ¿qué salida le queda a Bachar al Assad?

Le quedan por lo menos tres cosas que hacer. En primer lugar, suprimir todas las leyes de emergencia, todas las leyes marciales, que están en vigor desde 1963; en segundo lugar, le conviene para su propia supervivencia escuchar la voz de los miles de ciudadanos sirios que no quieren vivir más en el terror; y tercero, tiene que poner la cuestión de la ciudadanía en el centro de la constitución. Los sirios no pueden ser súbditos, esclavos y aborregados de un régimen militar si quieren ser ciudadanos libres. Si el presidente sirio está dispuesto a hacer todo eso, podremos hablar de un inicio de democracia, de libertades y de derechos humanos.

¿Cómo va a ser esa transición hacia la democracia en estos países?

Va a ser muy dolorosa y muy penosa, porque hasta ahora hay un monopolio político, de los recursos, de las comunicaciones, de los derechos de los ciudadanos. Los ciudadanos no quieren que sus derechos y su dignidad estén en el juego o en el capricho de los dictadores. Quieren que esos derechos estén en manos de una plataforma constitucional y que el estado sea el garante de que esos derechos sean respetados.