Desde la península del Sinaí hasta El Cairo, se repite la misma imagen: controles ciudadanos improvisados con barriles, contenedores o maderas que realizan una exhaustiva inspección al viajante. El objetivo, evitar saqueos y robos como los vividos los días pasados. Al cruzar la frontera egipcia, apostados a lo largo de las carreteras, los beduinos tratan, mediante estos recursos caseros, de saber quién circula por sus tierras. Al igual que en los barrios cairotas, donde, armados con palos, bates y hasta perros, familias enteras han montado barricadas y paran a todo el que pasa, le registran el capó, le realizan un cuestionario -a dónde se dirige, de dónde viene, por qué e incluso le piden el pasaporte. "Yo mismo me he convertido en policía", dice Hosam, en uno de los barrios del sur de El Cairo. "Algunos de los que se escaparon de las cárceles, estuvieron ayer (por el domingo) pegando tiros y tuvimos que llamar al Ejército. Esto parece el Chicago de los años 30", agrega este egipcio, que participa en una de estas patrullas ciudadanas junto a otros compatriotas.

Llego a El Cairo pasadas las 15.00 horas, cuando empieza el toque de queda y el Ejército trata de conseguir que cada uno se refugie en su casa, cerrando el acceso al centro de la ciudad. Los militares dirigen el tráfico y se muestran amables con los manifestantes. Incluso, aunque haya pasado más de una hora del inicio del toque de queda, no se muestran nerviosos ni gritan a nadie a pesar de que muchos egipcios sigan aún en las calles y algunos puestos de fruta y verduras sigan abiertos. Esta es la actitud que han adoptado los uniformados egipcios en esta revuelta y la que uno se encuentra cuando viaja por Egipto. A 180 kilómetros de El Cairo comienzan los controles militares que, básicamente, preguntan al viajero hacia dónde se dirige, tras lo cual le dejan pasar sin mayor impedimento.

Mientras, los ciudadanos egipcios no hablan de otra cosa en las calles. ¿Conseguirá la revuelta derrocar a Hosni Mubarak? "Queremos un cambio, claro que sí, pero no que nos gobiernen los Hermanos Musulmanes, porque entonces se abriría la frontera de Gaza y entraría Hamás, y tendríamos problemas con Israel. No queremos más problemas", manifiesta Mahmud, un taxista. "Mubarak ha perdido credibilidad por robar y eso ha hecho que crezca el apoyo a los musulmanes", explica.

Sobre la llegada del premio Nobel de la Paz Mohamed El Baradei, otro taxista apunta: "Es un oportunista, ha venido corriendo cuando ha visto la oportunidad, pero no tiene el apoyo del pueblo". La situación en los barrios cairotas es tranquila, a pesar de la imagen de coches quemados y blindados en las rotondas. No es así, en cambio, en el centro de la capital egipcia, donde según relataba la agencia Efe miles de egipcios repitieron ayer en la plaza Tahrir las protestas, pero en esta ocasión la tranquilidad fue la nota dominante. Hombres, mujeres y algunos niños, con actitud relajada, compartían ese espacio con los tanques situados en las entradas del amplio espacio público.

"Hacemos turnos con mi familia. Estamos yo, mis amigos y mis padres", señalaba una de las manifestantes, Rana al Nemr. Otro participante en la protesta, Jaled Said, que lleva cuatro días durmiendo en la plaza Tahrir, sólo tiene una razón para abandonar: "Hasta que no se vaya Mubarak no me marcharé".

El hecho de que el Ejército haya garantizado que no cargará, da tranquilidad a los concentrados.