Dilma Rousseff se convertirá el 1 de enero en la primera presidenta de Brasil al suceder en el cargo a su mentor, el carismático Luiz Inácio Lula da Silva. La Dama de hierro de Brasil era prácticamente una desconocida hace un año entre el electorado brasileño, pero en un tiempo récord ha logrado sortear las críticas a su falta de experiencia y de carisma, gracias a la decisiva figura de Lula da Silva, un mandatario que deja el cargo con el 80% de popularidad. Fue el todavía presidente quien la escogió personalmente para sucederle en el cargo, una apuesta clara por su mano derecha a la que no ha dejado de apoyar en toda la campaña. De hecho, "Lula" y "continuidad" han sido las palabras más repetidas por Dilma.
La conoció el mismo año que salió elegido presidente por primera vez, en 2002, durante una reunión con un grupo de expertos sobre política energética y meses después le ofreció el cargo de ministra de Minas y Energía. Tres años después la escogió como ministra de la Presidencia y, finalmente, la lanzó a la carrera presidencial, a pesar de que nunca se había sometido antes al voto popular ni contaba con la experiencia de otros cargos del Partido de los Trabajadores (PT) en la materia. Pero Lula confía en su seriedad y capacidad de trabajo. Sabe que su candidata no cuenta con el carisma que le ha llevado a él a convertirse en uno de los líderes más queridos, pero ha apostado por la lealtad y la eficacia de Dilma Rousseff. El mandatario suele decir que la eficiencia en la administración y la capacidad política de esta economista de 63 años lo convencieron de que se trata del mejor nombre del PT. Dilma es conocida también por su rigidez y su fama de "mandona". De hecho, durante la disputa electoral, los asesores de imagen de Rousseff tuvieron que dulcificar el discurso y la expresión de la candidata con un vestuario, maquillaje y peinados más suaves para enfrentar la postura dura y seria que la caracterizaba antes de su aspiración presidencial.
Una vida dura Hija de un emigrante búlgaro comunista, Rousseff pasó más de dos años encarcelada durante su juventud y fue torturada por su militancia en movimientos clandestinos que luchaban contra la dictadura militar (1964-1985). Nacida en Belo Horizonte, capital del estado de Minas Gerais, Rousseff participó en varias organizaciones clandestinas, militancia por la que fue condenada por subversión.
Ingresó en el Gobierno de Lula desde el principio y, poco a poco, se fue ganando la confianza del presidente. En 2005, cuando un sonado escándalo de corrupción le costó el cargo al entonces ministro de la Presidencia, José Dirceu, Lula la escogió para esa cartera y el año pasado la designó a dedo como la candidata a sucederle como jefe de Estado, a pesar de la resistencia de sectores de su partido, el PT, que la consideraban una advenediza en el partido, al que se afilió hace once años. Divorciada y madre de una hija, Rousseff se convirtió durante la campaña electoral en abuela y las imágenes en el bautismo de su nieto fueron usadas para afianzar su discurso religioso en medio de una polémica por su supuesto apoyo al aborto, tema en el que se mostró ambigua en un principio y que finalmente tuvo que negar, ya que le restó votos en el país con más católicos del mundo. De marcado perfil técnico, durante su gestión en el Gobierno de Lula da Silva, Rousseff fue una de las impulsoras del programa de desarrollo energético de Brasil y desde el Ministerio de la Presidencia planificó y gestionó el Programa de Aceleración del Crecimiento, un ambicioso plan de obras de infraestructura que le dio más visibilidad. Rousseff es una luchadora. Sobrevivió a las torturas y recientemente a un cáncer linfático. Sin duda, esa fortaleza será una de las señas de identidad de la primera presidenta de Brasil.