parís. La quinta huelga en Francia contra el retraso de la edad de jubilación que planea Nicolas Sarkozy mantuvo ayer un alto nivel de movilización, según los sindicatos, que aseguraron que el malestar de los trabajadores conserva su vigor ante un Ejecutivo que considera que la protesta pierde fuelle.

Los sindicatos aseguraron que se movilizó a casi tres millones de franceses en las más de 220 concentraciones convocadas en todo el país, un "éxito" que demuestra, según ellos, la determinación para tumbar una reforma que el Ejecutivo está sacando adelante apoyado en su cómoda mayoría parlamentaria.

En los últimos días los líderes sindicales habían enfriado las expectaivas sobre la participación en la huelga, temerosos de que la fatiga de los trabajadores y la percepción de que la reforma es irreversible pesara sobre su capacidad de movilización. Pero las cifras les hicieron recuperar la euforia y elevar el tono amenazante contra el Ejecutivo: si no hay rectificación, la presión de la calle proseguirá.

El Gobierno no lo ve de la misma forma y ofreció cifras mucho más modestas, menos de un millón de manifestantes, algo menos que el día 7, cuando reconocieron que la movilización de la calle fue la mayor en ocho años, con 1,12 millones.

El proyecto del Ejecutivo ya superó el primer trámite, el de la aprobación por los diputados, que tuvo lugar el pasado día 15. Los senadores comenzarán a revisarlo el próximo día 5, un trámite donde los sindicatos consideran que debe producirse la rectificación.

"Ningún Gobierno puede permanecer sordo a este clamor", aseguró el líder del sindicato FO, Jean-Claude Mailly, quien señaló que si no hay rectificación "habrá que continuar con la presión". Su propuesta es dejar las manifestaciones masivas y dar un paso más, paralizar las empresas públicas, en particular las de transportes, durante varios días, una fórmula que ya fue empleada en 1995.

Hoy viernes se reunirán los líderes sindicales para determinar la continuidad de su movimiento, aunque de las declaraciones de los últimos días se desprende que no hay unanimidad entre ellos.

En esa diatriba se encuentran los sindicatos en su intento de tumbar una reforma que ya hicieron abortar en 2002, cuando a base de protestas callejeras obligaron a retroceder al entonces primer ministro, Jean-Pierre Raffarin, en su intento por retrasar la edad de jubilación. Aquel histórico triunfo está estos días en boca de todos los sindicalitas, que lo consideran como un ejemplo de la fuerza de las manifestaciones, el único arma que tienen. Los partidarios de radicalizar el movimiento recuerdan más las protestas de 1995, cuando lograron paralizar el país durante varios días, lo que hizo caer al primer ministro Alain Juppé y propiciaron la llegada de la izquierda al Gobierno.

Ahora deben decidir el camino que toman ante un Sarkozy que no parece mostrar signos de flaqueza sobre la que considera como la reforma estrella de su mandato.