SIDNEY. El Gobierno de Nueva Zelanda declaró hoy el estado de emergencia e impuso el toque de queda en la ciudad de Christchurch tras un seísmo de 7,2 grados en la escala abierta de Richter, que causó decenas de heridos e importantes daños en infraestructuras públicas y edificios en el sur del país.

Pocas horas después del seísmo, el primer ministro neozelandés, John Key, se desplazó a la zona afectada para supervisar los daños y a los equipos de emergencia, que trabajan para restablecer el suministro de electricidad y agua, y el despliegue de agentes de la Policía con la misión de evitar el pillaje.

"Está resultando difícil mantener la tranquilidad entre los ciudadanos tras el violento temblor. La mayoría de los residentes de Christchuch han respondido bien, aparte de algunos lamentables casos de saqueo", afirmó el primer ministro tras descender del avión.

El terremoto ocurrió de madrugada a 28,4 kilómetros de profundidad bajo el lecho marino y 31 kilómetros al noroeste de Christchurch, según el Servicio Geológico de Estados Unidos, que vigila la actividad sísmica mundial.

El toque de queda fue declarado en Chistchurch a partir de las siete de la tarde por un periodo de doce horas y la Policía desplegó cerca de cien agentes en los barrios más afectados por el seísmo para garantizar la seguridad ciudadana.

Según datos oficiales provisionales, el temblor causó daños por valor de 2.000 millones de dólares neozelandeses (unos 1.400 millones de dólares o 1.100 millones de euros).

El terremoto destrozó varios edificios y dejó sin electricidad y agua a varias zonas de Christchuch, la segunda mayor ciudad del país habitada por unas 380.000 personas, y otras áreas del sur de la isla.

Tras el fuerte temblor se sucedieron varias réplicas.

En prevención, las autoridades cerraron temporalmente el aeropuerto de la ciudad y la red de telefonía móvil se saturó a raíz de la cantidad de llamadas efectuadas por la población.

Las autoridades abrieron varios centros de emergencia para atender a las víctimas e informaron de que los colegios y las universidades no abrirán el próximo lunes.

"Creo que hemos tenido mucha suerte", declaró a los medios el ministro de Defensa Civil, John Carter, al constatar que ninguna persona murió a causa del terremoto.

La Policía local indicó que numerosas chimeneas cayeron desde los tejados, y que los techos y paredes de algunos edificios de barrios de la periferia de Christchurch se derrumbaron o agrietaron.

Mientras las autoridades tratan de restablecer el orden en la ciudad e imponer la calma, algunos vecinos se encuentran en estado de agitación por la interrupción de los servicios de electricidad y agua y las fachadas completamente destruidas de algunas viviendas.

Las filas de vehículos en las estaciones de servicio, que permanecían cerradas, provocaron un atasco en la ciudad, de la que miles de personas intentaban salir y en la que se dan algunas situaciones de crispación.

"Se gritan unos a otros, es demencial", indicó a una emisora de radio local Abbie Rilkoff, una vecina de Christchurch.

"La gente está asustada y tratan de llenar los depósitos para salir de la ciudad, pero las estaciones están cerradas", agregó.

Los bomberos, observados por cientos de curiosos, apagaron incendios registrados en varios establecimientos.

El terremoto de 7,2 grados, el mayor ocurrido en los últimos 70 años, también afectó a otras ciudades importantes del sur del país y a aldeas, que continuaban sin electricidad.

Las autoridades temen el derrumbe el hotel Empire, un edifico histórico en la ciudad de Lyttelton, situada a 448 kilómetros al sur de la capital, Wellington.

Nueva Zelanda sufre cerca de 14.000 terremotos cada año, de los cuales la gran mayoría son de poca intensidad, aunque entre 100 y 150 tienen la suficiente fuerza cómo para ser percibidos.