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62 años de "Nakba", la tragedia del pueblo Palestino

Rodeados por el muro de hormigón israelí y ladesesperanza ante un futuro incierto, los palestinos que residen en elúnico campo de refugiados de Jerusalén viven su particular "Nakba" oTragedia todos los días.

62 años de "Nakba", la tragedia del pueblo PalestinoEFE

CAMPO DE SHUAFAT. Mañana, 15 de mayo, los palestinos conmemoran una jornada de duelo en recuerdo de la catástrofe que para ellos supuso el establecimiento del Estado de Israel en 1948, el exilio forzoso y la pérdida de sus hogares, sin que de momento haya perspectivas de solución para los millones de refugiados y sus descendientes.

En Shuafat, como en todos los campos de refugiados a lo largo y ancho de Cisjordania, Gaza, el Líbano, Jordania, Siria se recordará la efeméride 62 años después, para que generación tras generación no olvide una de la cuestiones fundamentales del conflicto en Oriente Medio, considerada punta de lanza de la causa palestina.

Establecido en 1966 por la Agencia de la ONU para el Socorro a los Refugiados Palestinos (UNRWA) para dar cabida a más de 300 refugiados de la guerra del 48, Shuafat fue entonces la solución interina para aquellas familias de desplazados que habían saturado el campamento de Mascar, que se emplazaba en el barrio judío de la ciudadela antigua de Jerusalén.

En la actualidad es un gran barracón que ocupa una superficie de 0,2 kilómetros cuadrados, donde se hacinan unas 20.000 personas (de ellas 15.000 son refugiados) y rodeado por los cuatro costados por enormes bloques de hormigón de ocho metros de altura.

Para entrar y salir del saturado enclave hay que atravesar un puesto de control israelí, lo que asfixia más si cabe a sus residentes, que al amanecer tienen que aguardar largas colas para poder ir a trabajar, estudiar o al médico.

"En los últimos dos años mucha gente ha perdido su trabajo porque no puede llegar a su hora por los atascos en el puesto de control. Setecientos estudiantes lo atraviesan cada día", explica Yamal Awad, responsable de los servicios que la UNRWA presta en el campo, como educación, sanidad e infraestructuras.

El paisaje dominante, como en la mayoría de los campos de refugiados palestinos es de color gris, del cemento armado y el precario pavimento que alfombra las intrincadas calles. También es patente la falta de planifcación urbana y la escasa o nula existencia de saneamientos adecuados.

A la miseria se suma la incertidumbre, pues Shuafat está rodeado totalmente por el muro, aunque en los mapas queda del lado israelí.

"No sabemos qué sucederá con nosotros en el futuro, si nos quedaremos del lado de Jerusalén o de Cisjordania", advierte Awad.

Y es que el hecho de ser el único campo de refugiados dentro del perímetro municipal de Jerusalén, que Israel considera su "capital eterna e indivisible", confiere a sus vecinos un estatus especial.

No en balde, el 70 por ciento de sus residentes trabaja en el sector privado israelí, según la UNRWA, al que pueden acceder gracias a que tienen tarjetas de residencia permanente en Jerusalén, lo que les garantiza derechos de residencia en la ciudad y acceso a determinados servicios sociales, incluidos los sanitarios.

Pero para Tayer Seik, una estudiante de 23 años, no por ello los habitantes de Shuafat son unos privilegiados: "Tienes que salir de tu casa dos horas antes para pasar el puesto de control. Si tienes el carné azul (residencia israelí) es mucho mejor que el verde (palestino), pero en ambos casos tienes que esperar".

La espera infinita y el paso de los años no ha conseguido, sin embargo, borrar la memoria colectiva de los desplazados.

En la casa de Halil Munir Ahmad Yaber, 69 años, once hijos y 54 nietos, no conservan la llave de su antigua vivienda, como es habitual entre las familias de refugiados palestinos. No le hace falta.

Lo que guarda consigo cada día son los recuerdos de cómo milicianos judíos mataron a su tío y a su hermano en el regazo de su madre. Era un viernes del mes de abril de 1948 en Deir Yasín, donde más de un centenar de palestinos fueron masacrados.

Tenía apenas ocho años, pero rememora perfectamente que los disparos hicieron que el estómago de su tío explotara y salpicara la pared de la casa. Luego los subieron a un tractor y comenzó el exilio.

"Nosotros no la conmemoramos mañana. Para nosotros es Nakba todos los días", concluye con la mirada baja.