Bajo las llamas del sol asesino, despiadado, un sol de aluminio incandescente, más blanco que amarillo, corrió despavorido el pelotón. Una huida hacia delante, al centro mismo del calor. Corazones de fuego por una carretera de lava. Un disparo, un cañonazo de entusiasmo y velocidad, levantó la persiana sobre una recorrido hirviente, una caldera. Bamboleaba el calor a borbotones. El sofoco causó la enajenación, turbados los ciclistas, chamuscados, flirteando los 40 grados el termómetro. Agobio y bochorno. Una locura. Ni eso afectó a un hombre venido del norte, el danés Magnus Cort Nielsen, otra vez en la peana más alta de la Vuelta. El danés, que alcanzó el cielo en el Alto de Cullera, se sobrepuso al infierno para congelar a todos con su pose felina en Córdoba. Aire fresco para la Vuelta. Viento del norte para la ceniza que cubre la carrera, volcánica. No se libra el zarandeado Roglic, que también festejó la llegada a meta.

El esloveno sufrió una caída en el Alto de San Jerónimo, que danzaba sobre un asfalto burlón. La Vuelta intenta descabalgar a Roglic en curvas malditas que le derriban y le erosionan para comprobar del material del que está hecho. El esloveno, una roca, se mantiene en pie. Rebelde con causa. Se repuso a tiempo y no cedió ni una sola pulgada a sus rivales. Libró otra batalla y salvó el pellejo en Córdoba, donde Cort Nielsen, francotirador excelso, asomó en el momento exacto para cobrarse otra pieza de caza mayor. El danés supo leer la carrera a la perfección y observó cada recodo de los giros de guion de la etapa con sabiduría. Eso le encumbró. Se valió del estajanovismo del UAE y del BikeExchange para dispararse a la gloria. Apoyado en los muelles de Keukeleire contó otra victoria fantástica y se arrancó el recuerdo amargo de Valdepeñas de Jaén.

En medio de la canícula, Mikel Iturria (Euskaltel-Euskadi), Sebastian Berwick (Israel), Sander Armée (Qhubeka), Julen Amézqueta (Caja Rural), Jetse Bol (Burgos-BH), Stan Dewulf (AG2R), Chad Haga (DSM) y Maxim Van Gils (Lotto) se despegaron. No demasiado. A pesar del sofoco, o tal vez por ello, el pelotón tenía prisa. Sobre todo cuando la carretera giró hacia el Alto de San Jerónimo en un paisaje inanimado con recuerdos de vestigios del pasado en Medina Azahara. No estaba el pelotón para hacer turismo. La ruina de la fatiga les clavó la vista al suelo. Lectores de carreteras. Enclaustrados los ciclistas, que corren con una estufa en la cabeza sobre un suelo que crepitaba. Una brasa. Ni los maillots abiertos a dos aguas ofrecían consuelo a la piel, que ardía. Cuerpos en la hoguera. El agua con hielo se convertía en té caliente apenas salía de las neveras.

No hubo sombra que ofreciera tregua. Omar Fraile se derritió al sol. El santurtziarra, hombre de mar, que bogó en la Sotera de joven, se deshidrató en una subida que secó la gargantas de polvo. Pulmones de arena. Carapaz también coleó. En medio de la pira, una llamarada de tensión alcanzó a Roglic, que se cayó. A su lado, Adam Yates, Oliveira, el peor parado, y algún otro. Se encendieron las alarmas. La Vuelta, al rojo vivo, es un tobogán de sensaciones. El esloveno, que besó el suelo en Almáchar, se enredó en una curva. No existe jornada en la oficina para Roglic. De nuevo en la cuneta el dueño de la carrera. El Jumbo frenó en seco para rescatar a su líder en una carretera altiva donde el UAE aceleraba con saña. No miraron atrás. Los porteadores de Roglic formaron una cordada. Llevaron a hombros al esloveno, que se soldó en su lugar habitual después del susto que le rastrea. Yates también enlazó. Para entonces, Iturria, con el combustible de la ambición, se quitó las esposas y dejó a sus compañeros. El impulsó apenas le alcanzó para unos planos. El UAE no se relajó. A fuego. Trentin era su apuesta en el casino del esprint.

Aguardaba con la guardia alta el Alto del 14%, que bautizaron con ese particular nombre por su descenso, que marca ese porcentaje para advertir del peligro. El puerto del revés. Iturria se deshojó en sus faldas. Van Gils retrató a Amézqueta y al resto. Entre los favoritos, ráfagas de miradas torvas. Eiking, el líder, y Guillaume Martin compartían baldosa. Vidas cruzadas. Van Gils espolvoreaba empeño. Lastra, corajudo, se lanzó a por el belga, lengua fuera y pecho descubierto. El bilbaino anunció al grupo. Todos juntos. Giraba de nuevo la ruleta. Ciccone y Vine dieron velocidad. Reaccionó Bardet. Henao se colgó del trío. Plegaron el 14%. Al menos su nombre. Entre los nobles de la Vuelta se tomaron un respiro en la cima. El descenso pedía cautela. La bajada incitaba a los kamikazes. Siempre hay alguno. Trentin trazó con endiablada destreza. Deseaba la victoria. Ion Izagirre, otro amigo del vértigo y del riesgo, se enroscó al italiano en la periferia de Córdoba. En el pelotón, el BikeExchange tomó el mando para catapultar a Michael Matthews. Sirenas de persecución. En el callejero de la ciudad, Ciccone, Bardet, Henao y Vine se desvivían entre largas rectas de extrarradio. Eso les condenó en un pulso cerrado.

CORT NIELSEN NO PERDONA

Contaban con medio minuto de renta falta de 10 kilómetros, con 20 segundos cuando restaban 5. El UAE se engastó al BikeExchange para acabar con ellos. Más piernas. Un thriller. Frenesí. Cosieron la herida dentro del kilómetro final. Vine pataleó. Entonces Keukeleire, un cohete, desarticuló a Matthews y Trentin, que perdieron el paso, desequilibrados por el asombro. No lo esperaban. Se quedaron tiesos. Cort Nielsen, extraordinario, un Sansón, asomó su rubio bigote y derrotó a todos, Bagioli incluido, en Córdoba, una meta infernal. Vencedor en Cullera, a un palmo de coronarse en Valdepeñas de Jaén, el danés se arrancó la hiel. Majestuoso, condecoró su Vuelta con otra victoria sensacional. Magno Cort Nielsen en la Vuelta que no deja en paz a Roglic.