Sesión de reestreno en los cines mediáticos de orden. El Tribunal Constitucional ha vuelto a dar la razón a Vox y ha tumbado (a buenas horas mangas verdes) el segundo estado de alarma y ruge la marabunta otra vez. "El segundo estado de alarma también fue anticonstitucional por el autoritarismo de Sánchez", clama en primera ABC. Es el anticipo de un editorial de alto octanaje titulado "La ilegalidad como costumbre". Ni me molesto en hacerles copia-pega porque la tesis es la que encontrarán profusamente repetida hasta el final de estas líneas.

De hecho, eso que no hemos puesto de ABC es casi palabra por palabra lo que sí les sirvo del editorial de El Mundo: "La sentencia llega demasiado tarde para producir el efecto debido, pero describe la deriva autoritaria de un Sánchez que parece haber abolido la rendición de cuentas. Cuando los poderes del Estado se acercan, se aleja la libertad de los ciudadanos".

Por lo menos, eso se entiende. Es más difícil saber qué diantre pretende decir en la página anterior un columnero llamado Rafa Latorre. Se supone que escribe sobre lo mismo, ojo: "Por el retrovisor se distingue bien al perro loco. Ese chantaje grosero que lleva rigiendo las relaciones con la oposición desde que el país lo preside un plebiscitario y que en la negociación -es un decir- del delirante estado de alarma semestral se sustanció en el dilema pavoroso de postración o muerte".

Volvamos a ABC para asistir a otro ejercicio en el alambre. Este lo firma el reputado funambulista Juan Carlos Girauta que, rizando el rizo, une la sentencia del TC con la erupción volcánica de La Palma. Vean: "El cono del sanchismo se rompió cuando los estados de alarma, y no ha dejado de correr la lava ardiente comiéndose cuantas instituciones encontraba por el camino, sin contemplaciones, siguiendo la lógica amoral de la naturaleza desatada. Pura dinámica del magma y de las fallas, de las simas y de los movimientos insondablemente profundos que venían trabajando desde el primer día de democracia para cambiar el autoritarismo de Franco por la autocracia decorada del partido único".

Rubén Amón se apunta a los juegos florales desde su blog en El Confidencial. Apenas se nota que tira de repertorio: "Puede comprenderse que Sánchez quisiera sustraerse al control del poder legislativo. El cesarismo y el autoritarismo definen su idiosincrasia. Le sucede con la prensa, igual que le ocurre con los jueces. Recela Sánchez de los contrapoderes. La 'novedad' del segundo estado de alarma consiste en que fuera precisamente el Parlamento quien decidiera disolverse".

Por si nos habíamos perdido, Miquel Giménez nos rescata: "Traducido: el alto tribunal le dice al gobierno que secuestró con intención, premeditación y acaso dolo a la soberanía nacional que reside en la cámara. Dice más el Constitucional, y es que Sánchez no debía haber delegado en las Comunidades autónomas las medidas ante la crisis pandémica, aquello de la cogobernanza, ¿recuerdan?".

Bieito Rubido, director de El Debate, emite su veredicto: "En cualquier otro país de tradición democrática ya hubiese dimitido y convocado elecciones, pero Sánchez pasará a la historia por su apuesta por la incuria social y política y por su escaso crédito democrático".

Y para la despedida y cierre les he reservado a Francisco Marhuenda, que la ha cogido llorona, como verán: "Nos tratan como borregos y somos poco exigentes con nuestros políticos, por ello pienso que es posible que nos lo merezcamos. Nos hemos convertido en una sociedad inane y adormecida que lo acepta todo de buen grado". Y en la próxima sentencia contraria al Gobierno y al sentido común, más.