Como si fueran dos fortalezas que vigilan la frontera que les separa, el vizcaíno macizo de Itxina y y las alavesas Peñas de Oro parecen representar en piedra el momento en el que dos miradas espirituales sobre el mundo entraron en contacto hace ya unos siglos. El monte Gorbea, con una ladera en cada uno de los territorios, se alza ocultando uno de otro y manteniendo la magia de ambos mundos.
Itxina, un macizo de leyendas
Paredes de roca caliza se alzan formando una cresta con picos que superan los mil metros de altitud y dan forma al macizo de Itxina, una formación kárstica con un perímetro de 15 kilómetros y 571 hectáreas en el corazón del Parque Natural del Gorbeia.
Como otras formaciones de este tipo, aunque las rocas son las protagonistas principales del paisaje, es el agua su creadora y las cuevas y simas el resultado de su trabajo de erosión. El aspecto un tanto intimidante de los farallones a medida que los caminantes se van acercando por las diversas rutas y el misterio que nace de un entorno cuajado de oquedades, simas y grutas cala en la mente. Este temor atávico a lo que puede salir de su interior es un aviso sobre el peligro real que supone recorrer Itxina sin vigilar dónde se ponen los pies.
Así que no es de extrañar que Itxina se convierta en el último reducto de mitos y leyendas que los pobladores vascos han transmitido frente al fuego de sus hogares. Y son muchos los montañeros, vecinos y visitantes habituales que recomiendan no internarse por estos pasos sin la guía de alguien que lo conozca.
El acceso más cómodo y sencillo sale del parking de Pagomakurre y está señalizado con indicaciones hacia el Ojo de Atxular, la entrada mágica al interior de Itxina. Las diferentes sendas y rutas hacia los lugares más emblemáticos están señalizados y balizados, pero no deja de ser un terreno para montañeros experimentados.
Cimas como Lekanda, Gorosteta, Ipergorta, Altipitatz, Arranabaltza, Txiritxakoatxa o Askorrigane, entre otras, esperan a los audaces . Y también cuevas, como la de Supelegor, que se supone morada temporal de Mari, la dama de Anboto, y en donde se reunía con lamias y sorgiñas. También es ahí donde sus encuentros con Sugaar, una serpiente de fuego que algunos creen su marido o pareja, hacían estallar temibles tormentas que aterrorizaban a pastores, leñadores, carboneros y a todos quienes vivían de los bosques y prados, obligándoles a buscar refugio en otras cavidades o en pequeñas bordas toleradas por los legendarios dueños de estas tierras. Basajaun recorre estos bosques protegiendo a quien respeta este lugar.
Otras cuevas muestran huellas de un uso humano antiguo, como la de Urratxa, en la que se han hallado huesos grabados y herramientas de sílex de hace 10.000 años, o la de Axlagoro, también llamada Arko Axpe o Itxulegor, cercana a la de Supelegor. Especial atención se debe prestar a la sima de Lezabaltz, un estrecha grieta con 40 metros de caída. Un ejemplo evidente de que no hay que desviarse del sendero ni distraerse con el paisaje.
En el centro de Itxina, los prados de Lexardi esperan en verano los rebaños que aquí suben, o subían, a pastar. Restos de pequeñas bordas dan fe de este uso. Pero no es el único del que quedan huellas. También de las txondorras de los carboneros, viejos caleros o antiguos neveros, como el de Nevera barri, cerca del paso llamado Kargaleku, por donde se bajaba el hielo a la Llanada. La llegada desde aquí a las campas de Arraba indica que ya se ha salido de Itxina, un paraje de memoria ancestral.
Las tormentas y la niebla sobre Itxina evocan historias de gentiles.
Santuario de Oro
Más allá de la ladera sur del Gorbea, fuera ya del parque de Gorbeia, se encuentra el valle de Zuia, en Álava. En el centro se alza un no muy alto macizo calcáreo de pared rocosa en casi todo su perímetro menos en el lado norte, el que encara hacia el Gorbea, y el escondido Itxina. Es Oroko Haitzak, Peñas de Oro. Casi en su cumbre se encuentra el el Santuario de Oro, hogar de la Virgen de Oro, considerada por los vecinos patrona del valle, aunque no exista un registro escrito que documente tal título.
Desde el santuario, y más aún desde la cima, la panorámica se abre sobre todo el valle de Zuia, con el vigilante monte Gorbea dominando la comarca desde el norte y con las sierras de Badaia y Arrato por el sur.
La ascensión a la cumbre de Peñas de Oro resulta sencilla y familiar, al alcance de todos. Dejando el coche en el parking del santuario, una sencilla senda lleva por el borde del macizo hasta la cima del Atxal, pasando primero por la de los Sobrados. Para los que les guste andar y tengan una mejor preparación, desde las cercanas Murgia y Vitoriano sale una sencilla ruta que en alrededor de una hora lleva hasta el templo.
Los amantes de la escalada, o quienes se inicien en ella, disponen de unas amplias paredes rocosas donde practicar y entrenar. No son muy altas, de hasta 40 metros, pero disponen de una amplia variedad de vías. La más compleja, de momento, es una catalogada como ‘7c’.
La presencia humana en Peñas de Oro se remonta a la Edad de Bronce.
El actual templo ha sufrido diversas ampliaciones y reconstrucciones, en especial después del incendio de 1913, que prácticamente acabó con él. La iglesia pudo salvarse, pero el santuario quedó muy dañado.
Se calcula que el templo primigenio era románico, aunque no queda apenas rastro. Según recogió el sacerdote y etnólogo José Miguel de Barandiaran, el primer santuario comenzó a levantarse en el despoblado de Urabiana, en la falda del Oro, pero cuenta la tradición que desapareció. No es la única leyenda que sobre ella se cuenta. Otra creencia implica la Virgen de Nuestra Señora de Oro y a las cercanas vírgenes de Jugatxi y de Vitoriano. De las tres se dice que son hermanas y periódicamente se visitan entre ellas en sus respectivas ermitas y santuarios.
La imagen de Nuestra Señora de Oro que se venera en el templo data de entre los siglos XII y XIII. En su hallazgo, al menos en el que se conoce, no intervienen pastores ni árboles milagrosos. Fue en 1928 cuando fue localizada, apartada en un rincón del santuario, en muy mal estado. Los expertos la catalogaron con antigüedad del siglo XII. Tras un estudio más detallado, se concluyó que era la que presidía la antigua ermita románica. Una vez restaurada, volvió a su casa. Además, se hicieron dos reproducciones de la talla en 1964, una para donarla a la provincia de El Oro, en Ecuador, y otra para sacarla en procesión. Pero la ocupación humana del macizo de Oro es muy anterior a la llegada del cristianismo. El padre José Miguel de Barandiaran fue quien en 1934 encontró materiales arqueológicos que permitieron confirmar la presencia de un asentamiento humano permanente en la zona.
Entre los años 1964 y 1967 se desarrollaron cuatro campañas arqueológicas en varios puntos de Peñas de Oro. En estos trabajos descubrieron una serie de viviendas, tanto en la zona defensiva del poblado, como en la zona interior. Los objetos recuperados más antiguos se remontan al final de la Edad de Bronce, en el siglo IX a.C., y los más modernos al Bajo Imperio romano, en el siglo I d.C. Entre la documentación escrita, un texto de 1138 ya confirma la existencia de una ermita en este lugar.
Con la llegada del cristianismo, las deidades paganas y los gentiles cruzaron el Gorbea hacía Itxina y la protección de Zuia recayó en la Virgen de Oro, que protege a los devotos curando los dolores de cabeza. Además es también abogada y protectora de la infancia. Por ello, el día de San Antonio de Padua, el 13 de junio, es festivo en el Santuario.
Otras jornadas festivas en Oro son el día de la Ascensión del Señor, que este año es el 18 de mayo (40 días después del Domingo de Resurrección); el segundo día de la Pascua de Pentecostés (el domingo 28 de mayo en este año 2023); y la fiesta de la Cofradía de Nuestra Señora de Oro (que es el primer domingo de septiembre para la romería de los hombres y el tercer domingo de septiembre para la romería de las mujeres).
El haya de Azekieta
Si la aproximación hacia Itxina se hace desde el sudoeste, desde Belaustegi, desde el aparcamiento, una visita opcional es el paraje de Azekieta, en cuyo hayedal se encuentra el ejemplar de este especie más grande de Bizkaia, con un tronco de 7,4 metros de perímetro y una altura cercana a los 26 metros. Como muchos de su entorno, se trata de un árbol trasmochado. Esto significa que las ramas de 15 ó 20 años de hayas de más de 50 se podaban para que los carboneros pudieran montar sus txondorras y convertirlas en el apreciado carbón vegetal necesario para ferrerías y hogares. Hace años que el oficio de carbonero ha desaparecido y los leñadores ya no realizan este trabajo, pero ahí siguen las hayas con su peculiar silueta de troncos cortos y ramas largas y gruesas.
Pero, además de su tamaño, ésta de Azekieta tiene otra historia más intima y más humana. Vista de cerca, en su tronco se pueden observar unas iniciales: CPR. Son las que grabó el pastor Cirilo Picaza Rotaetxe en 1950, con 16 años, durante una de esas terroríficas tormentas que parecen desatadas por Mari y Sugaar. Según recoge el etnógrafo local Iñaki García Uribe, el miedo tras diez horas bajo rayos y truenos le hicieron temer por su vida y grabó sus iniciales y la fecha. Pasada la tormenta salió de allí y no volvió hasta 50 años después para recordar el suceso y grabar ‘2001’. Cirilo murió en 2011 y ya hay quien la llama el haya de Cirilo.
Un oro que no es áureo
A pesar de lo que pudiera parecer por el nombre, en el Santuario de Nuestra Señora de Oro no hay protagonismo de este valioso metal dorado. El término oro en este caso es un término muy extendido de la toponimia vasca. Parece derivar del afijo ‘or-’ y suele hacer referencia a una altura, elevación o eminencia sobre el terreno. Son abundantes los ejemplos a lo largo de toda Euskadi. Así, a modo de ejemplo, en el municipio gipuzkoano de Aretxabaleta existe un barrio con el nombre de Oro. En Navarra existen Salinas de Oro y su ermita de San Jerónimo de Oro y ambas aluden directamente a una antigua villa y a un castillo. Otros ejemplos de nombres derivados Oro son Orobidea, en Lekaroz; Orobio, en Amorebieta; y Oronda, antigua denominación de la actual Foronda.