'Buscando un beso a medianoche' es una joyita indie dirigida por Alex Holdridge que narra el tierno encuentro deambulante de dos jóvenes (intepretados por Scoot McNairy y Sara Simmonds) el día de Nochevieja en una gran ciudad estadounidense. La urbe que Wilson y Vivan descubren a trompicones entrando a sus teatros cerrados y recintos semiabandonados es una durmiente Los Ángeles. Las últimas horas de un año que termina serán, si la cita sale bien, las primeras de una relación prometedora.
La cinta, de 2007, se metió en el bolsillo a la crítica por aportar una mirada fresca y renovada en un género abonado a clichés como el de la comedia romántica. Los Independent Spirit Awards, que apoyan los filmes que buscan la diversidad de personajes y argumentos con presupuestos inferiores a los 500.000 euros, reconocieron la ingeniosa y tierna propuesta de Holdridge con la concesión del premio John Cassavetes 2008. El cartel promocional decía lo siguiente: “14 horas para el Año Nuevo. 12 millones de personas en Los Ángeles. 1 conexión no debería resultar tan difícil...”.
“Nuestro aita nos trajo vaqueros pero se lió con las tallas americanas y no nos valía ninguno”
Una de las cosas que más llama la atención al espectador es el aspecto un tanto desangelado de la ciudad californiana, una de las mecas del espectáculo en el mundo, la cuna de Hollywood; donde, dicen, que todo es posible y los sueños se hacen realidad. ¿Qué hay de cierto en el perfil bajo y apesadumbrado que se nos muestra en la película? La corresponsal de la BBC Patricia Sulbarán lanzaba la siguiente pregunta en un reportaje publicado meses antes de la pandemia: ¿Es Los Ángeles tan cool como dicen?
En primer lugar, conviene distinguir entre la ciudad, de casi cuatro millones de habitantes; su área metropolitana o Gran Los Ángeles, que después de la de Nueva York es la más poblada del país y abarca 196 ciudades en una extensión de más de 91.000 km², la más grande del continente americano; y, por último, el condado de Los Ángeles, que reúne una metrópoli cosmopolita y diversa a más no poder. “La ciudad es enorme y, a primera vista, resaltan los lugares que hemos visto en las películas: Beverly Hills, el famoso aviso de Hollywood en las colinas, el paseo de las estrellas en el bulevar de Hollywood...”, cuenta la periodista.
Realidad versus ficción
“Pero quienes viven aquí dicen que Los Ángeles es mucho más que eso y que, de hecho, eso es lo menos cool”, continúa. En efecto, la primera impresión que tienen muchos visitantes de Los Ángeles y de otras ciudades y localidades adyacentes es la de cierta decepción, como si la realidad estuviera varios peldaños por debajo de la ficción que nos ha mostrado la gran pantalla en tantas ocasiones. Si existe un medio artístico que encapsule el espíritu del siglo XX ese es el cine, con las laureadas y recordadas películas de Hollywood. La industria cinematográfica estadounidense no podría entenderse sin el asfalto, los paisajes y el aroma a celuloide que se desprende en tantos y tantos rincones de Los Ángeles.
En sus calles, barrios y restaurantes se han rodado multitud de largometrajes. La megalópolis californiana ha sido una mina para el séptimo arte. Uno de los ejemplos recientes más notables es la última película de Quentin Tarantino, ‘Érase una vez en... Hollywood’, ambientada en Los Ángeles en 1969, en un momento en el que la industria del cine estaba cambiando y el movimiento hippie sufrió la terrible irrupción de Charles Manson.
Aunque se han emitido hasta la saciedad en televisión, muchas películas que proyectan imágenes de la ciudad angelina siguen enganchando a los espectadores: ‘Sunset Boulevard’ (1950), ‘Rebelde sin causa’ (1955), ‘¿Qué fue de Baby Jane?’ (1962), ‘El Graduado’ (1967), ‘Chinatown’ (1974), ‘American Gigolo’ (1980), ‘Terminator’ (1984), ‘Blade Runner’ (1982), ‘Arma Letal’ (1987), ‘Jungla de Cristal’ (1988), ‘Pretty Woman’ (1990), ‘Reservoir Dogs’ (1992), ‘Un día de furia’ (1993), ‘Pulp Fiction’ (1994), ‘Collateral’ (2004)… Con semejante listado, ‘Un beso a medianoche’ solo puede entenderse como una lectura íntima, parcial y subjetiva de una ciudad descomunal, casi infinita, con tantas caras como las de cada uno de sus 4 millones de habitantes.
Alma moderna, poca mezcla
Patricia Sulbarán rascó sobre la superficie en su investigación periodística y a su paso se encontró con una ciudad liberal, moderna y diversa: “Mujeres transgénero caminando por la calle, personas fumando marihuana sin esconderse en un concierto familiar, profesionales llevando a sus perros a sus oficinas, tacos mexicanos hechos con barbacoa coreana, que me pregunten en casi todos los restaurantes si tengo alguna restricción en mi dieta...”. La segunda urbe más poblada de Estados Unidos es una torre de Babel donde, según el censo de 2010, el número de ciudadanos blancos no llega a la mitad (49,8 %) del total.
La multiculturalidad se aprecia en el nombre de algunos de sus barrios: Koreatown, Little Armenia, Filipinotown, Thai Town… En la zona este de la ciudad, la presencia hispana es abrumadora. Los latinos son, con mucha diferencia, la segunda comunidad más numerosa, muy por delante de los afroamericanos (9,6 %). Al mismo tiempo, la fusión entre culturas dispares y en algunos casos antagónicas está lejos de ser una realidad cotidiana. “Acá (en Los Ángeles) hay gente de todos lados, pero es muy raro que se mezclen”, asegura la reportera de la BBC.
Museo de la academia
Parece mentira que en un lugar entregado en cuerpo y alma a la industria audiovisual no hubiera un museo dedicado al cine. El vacío se resolvió hace año y medio. Entre las calles de Fairfax y Wilshire, y con varios meses de antelación, abrió en otoño de 2021 el Museo de la Academia, que ya se ha convertido en un lugar de peregrinación para cinéfilos. La nueva atracción turística de la ciudad de Los Ángeles no es barata -la entrada cuesta 25 euros-, pero colma de sobra las aspiraciones del turista y aficionado a devorar películas.
“En Los Ángeles fui a los estudios de Universal y vi la maqueta de la película de ‘Tiburón’”
Diseñado por Pritzker Price, el centro ha mantenido una fachada de estilo modernista de los años 30 en un complejo espectacular con varios bloques de edificios separados entre sí. El museo alberga varias salas de exposiciones en las que se pueden encontrar miles de objetos relacionados con clásicos absolutos del cine; el traje de astronauta de ‘2001: Odisea en el espacio’ de Stanley Kubrick, la figura animatrónica de ‘Tiburón’ donado por Steven Spielberg o el muñeco de ‘ET’, entre otros muchos tesoros de Hollywood que forman parte de la memoria colectiva de cualquier amante del cine. La joya de la corona son sus dos salas de exhibición habilitadas con las últimas novedades tecnológicas: el teatro David Geffen, con capacidad para 1.000 espectadores, y el más recogido teatro Tedd Man de 288 butacas.
Se han tenido en cuenta otras sensibilidades y figuras alternativas esenciales del siglo XX como Spike Lee, a quien se le dedica una sala entera, una voz crítica y autorizada para hablar sobre el racismo, la comunidad negra y la pobreza. El museo tiene una cafetería, la típica tienda de souvenirs y se reserva un espacio para las exposiciones temporales. Durante estos meses está abierta al público la muestra ‘Historias del cine’, una aproximación “diversa, internacional y compleja” a los trabajos y creaciones de cineastas. También se puede visitar una curiosa retrospectiva sobre el coleccionista Richard Balzer (1944-2017), quien durante más de 40 años amasó un impresionante catálogo de dispositivos y elementos visuales anteriores al cine que datan del siglo XVII.
Los imprescindibles
Por supuesto, entre los muchísimos rostros de Los Ángeles no hay que olvidarse de los grandes clásicos. Para conocer sus orígenes, se recomienda una visita a Olvera Street y darse una vuelta por sus coloridas esquinas rememorando que fue aquí, en el distrito histórico del Pueblo de Los Ángeles, donde se instalaron los colonos españoles en 1781. Los edificios históricos, las casas de Adobe o la plaza Vieja se encuentran en esta zona. Enfilando la calle Broadway, llegaremos a los teatros levantados en los años 20. Y poco a poco, nuestros ojos curtidos en salas de cine empezarán a reconocer algunos lugares como el edificio Bradbury de ‘Blade Runner’. De nuevo, el binomio inseparable entre Los Ángeles y el celuloide.
En pocos metros se agolpan los monumentos y lugares que se deberían conocer en una primera y fugaz visita angelina: la catedral Nuestra Señora de los Ángeles, el Grand Park, sede de conciertos veraniegos, el ayuntamiento, el Disney Concert Hall, el Museo de Arte Contemporáneo MOCA, y la variadísima comida callejera, resultado de la enorme mezcla de culturas, que se puede degustar en el Grand Central Market. Experimentar y dejarse llevar en sus restaurantes itinerantes es una de las mejores cosas que uno puede hacer en Los Ángeles. La comida mexicana se sirve casi en cualquier parte y su ingesta es muy habitual entre los lugareños.
En el centro urbano o Downtown angelino abundan los grafitis en las fachadas y muros de los edificios del Art District, un barrio de arte urbano llamativo y muy ‘instagrameable’. El vehículo es indispensable en esta ciudad de dimensiones monstruosas. Para llegar hasta Santa Mónica, por ejemplo, se tarda, si el tráfico lo permite, una hora en coche. En dirección a la costa encontraremos el opulento barrio de palmeras altas de Beverly Hills, otra estampa que hemos visto millones de veces en el cine. Por último, para capturar la mejor vista del icónico cartel de Hollywood debemos desplazarnos, también en coche, al observatorio Griffith, al norte de la ciudad. Otra fotografía obligada para subir a Instagram.