Cerca de 1.500 kilómetros de costa de agua dulce, barcos turísticos, 50 áreas naturales protegidas… La comunidad extremeña, ubicada en el suroeste de la península ibérica, la región que en la segunda mitad del siglo XX sufrió un éxodo de cientos de miles de habitantes en busca de una vida mejor, luce sus mejores galas en verano. Frente a la creencia popular y el desconocimiento generalizado, es una región de amplios cielos azules y refrescantes aguas cristalinas. Se contabilizan un total de 37 zonas autorizadas para el baño en piscinas naturales, gargantas, playas fluviales y de embalse.

Es verdad que el pasado mes de julio ha sido testigo de sobrecogedores incendios en la frontera limítrofe entre la provincia de Cáceres y Salamanca. Pero hace tiempo que se sacudió el cliché de la leyenda negra retratado por el cineasta Luis Buñuel (‘Las Hurdes, tierra sin pan’) primero y, ya en los años 80, por Mario Camús en la recordada película ‘Los Santos Inocentes’. Extremadura ya no es aquella tierra de señoritos despiadados y criados abandonados a su suerte. O, al menos, no se parece tanto como uno cree a las ideas que, por ejemplo, se desarrollan en el famoso libro ‘La España Vacía’ de Sergio del Molino. Escribe el autor madrileño: “Buñuel, Azorín o Almodóvar la convirtieron en escenario. Los políticos la visitan en campaña electoral y la olvidan en cuanto llegan al gobierno. Los urbanitas vuelven a ella soñando con una vida más fácil. Y los que la viven bajan a Madrid a gritar que existen”. 

“Ramiro y yo no somos muy de viajar, pero nos gusta ir a Extremadura a visitar a la familia”

María Dolores Melabé

No es causalidad que el lema elegido por la Dirección General de turismo de Extremadura haya sido “todo lo que imaginas donde no te lo imaginas”. Rompiendo estereotipos, sorprendiendo al viajero y quitándose de encima el engorroso peso de la historia reciente. Todo de golpe. Eso mismo es lo que se va a intentar en esta pequeña guía que tratará de esquivar -en la medida de lo posible, no existen varitas mágicas- el abrasador calor del interior. 

1.Mar de agua dulce

No es un meme irónico, sino la pura realidad: de norte a sur, Extremadura está regada de agua. No hace falta irse hasta la costa andaluza o del Levante para darse un chapuzón. Solo la provincia de Badajoz cuenta con ocho banderas azules: son las correspondientes a las playas de Orellana la Vieja, Cheles, Alange, Campanario, Los Calicantos (Casas de Don Pedro), Isla del Zújar (Castuera), El Espolón-Peloche (Herrera del Duque) y Talarrubias-Puerto Peña (Talarrubias). Hay todo tipo de paisajes de agua protagonizados por cascadas, gargantas, meandros y formas curiosas de la naturaleza. La mayoría se encuentran en la zona norte, en lugares como Sierra de Gata, Valle del Jerte, La Vera, Las Hurdes, Plasencia y el Geoparque Villuercas-Ibores-Jara.

A esto se le suma una amplia oferta de turismo termal (con seis balnearios, dos de ellos con vestigios romanos en Baños de Montemayor y Alange, este último declarado Patrimonio Mundial de la Unesco); turismo fluvial (incluidos paseos en barco por los ríos Tajo, Alagón y Guadiana); y turismo activo (para la práctica de vela, piragüismo, buceo, pesca deportiva y barranquismo, entre otras actividades). Parece un chiste, pero para nada lo es: se puede conocer la región navegando en barco por territorios de gran belleza y valor ecológico. Extremadura es un edén de agua dulce.

2.Vías

Estos caminos naturales para todos los públicos se han acondicionado sobre antiguos trazados ferroviarios de líneas en desuso. Son seguros y muy asequibles y están convenientemente señalizados durante un total de 130 kilómetros de relajadas excursiones. En una comunidad históricamente maltratada por sus deficientes comunicaciones ferroviarias con Madrid, no es mala idea darle la vuelta a la carencia y hacer el viaje a pie. Aunque solo sea un rato y sin propinarle una paliza al cuerpo. Si cerramos los ojos, emularemos a los cuatro jóvenes actores que caminan sobre antiguas vías del tren en la icónica película de los 80 ‘Cuenta conmigo’.  

Las vías verdes están para ser disfrutadas sin atender (demasiado) al estado físico y poder disfrutar de los estupendos parajes naturales. Entre otras muchas, se recomienda la llamada ‘Ruta de la plata’, que sustituye el viejo tramo de ferrocarril Astorga-Plasencia a lo largo de un itinerario de 25,80 kilómetros accesible para personas con movilidad reducida; los 17 kilómetros que discurren por el municipio de Malpartida de Plasencia, una de las puertas de entrada a Monfragüe, Parque Nacional y Reserva de la Biosfera, que sigue la línea de tren Cáceres-Madrid; y los más de 56 kilómetros que transcurren entre las provincias de Badajoz y Cáceres, concretamente sobre la línea de ferrocarril en desuso entre Talavera de la Reina y Villanueva de la Serena. 

3.De noche, al teatro

El Teatro de Mérida.

Los teatros son uno de los grandes reclamos del catálogo romano de Extremadura. 2.000 años después, algunos de estos espacios arquitectónicos todavía aguantan el envite del tiempo. Curiosamente, los historiadores cuentan que los romanos no eran grandes aficionados a las artes escénicas, pero una ciudad de la talla de Augusta Emerita debía tener el suyo propio, con capacidad para 6.000 espectadores. Todos los veranos, durante los meses de julio y agosto, se celebra el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, el más importante en su género y también el más antiguo de la península. Con la de este año, se han celebrado un total de 68 ediciones sobre el majestuoso edificio levantado en los tiempos del emperador Augusto. 

Más certámenes al aire libre. Cuando cae la noche y las temperaturas dan un respiro en las calles y plazuelas del pueblecito de Alcántara (1.500 habitantes, provincia de Cáceres), se celebra durante los primeros días de agosto el Festival de Teatro Clásico. También en Hervás (Festival de los Conversos, con la obra ‘El saco bendito’ y otras propuestas culturales que difunden su legado sefardí) y en el municipio Zalamea de la Serena que popularizó Calderón de la Barca en su obra cumbre, ‘El alcalde de Zalamea’, se puede asistir a funciones teatrales a salvo del calor extremo. 

4. Millones de estrellas

De nuevo nos refugiamos en el frescor nocturno para dejarnos llevar por el evocador turismo astronómico y contemplar, maravillados, el firmamento. Los aficionados a la astronomía están de enhorabuena bajo el limpio techo extremeño, uno de los cielos con menor contaminación lumínica de Europa. La guía ‘Extremadura, paisaje de estrellas’, editada por la Dirección General de Turismo, propone diez zonas de observación en los que disfrutar de este entretenimiento de las alturas: Sierra de Gata; Reserva de la Biosfera del Tajo Internacional y Sierra de San Pedro; Tierras de Granadilla; Castro Capote (Higuera la Real); Reserva de la Biosfera de Monfragüe; castillos y dehesas de la Sierra Suroeste de Badajoz; Geoparque Villuercas Ibores Jara; Parque Temático Natural Alqueva; Valle del Jerte; y Valle del Ambroz.

La Dehesa extremeña.

5.Póquer urbanita

Conocida por sus territorios poco habitados, grandes extensiones rurales y escasa densidad de población, la historia de Extremadura se reescribe sin parar. Mérida y su conjunto arquitectónico, declarado Patrimonio de la Humanidad, está tocada por la varita mágica del antiguo imperio romano; la alcazaba árabe que se levanta sobre el cerro de la Muela de Badajoz nos transporta a la época almohade de una ciudad que, en torno al siglo IX, fundó el muladí Ibn Mrwan Al-Chilliqui; Trujillo es la cuna de los descubridores, puente entre Europa y América desde hace 500 años y que conserva su esencia viajera en el corazón de Extremadura, en una comarca de 2.500 kilómetros cuadrados de riqueza paisajística; la última carta ganadora corresponde a la señorial capital del Jerte y del norte de Extremadura, Plasencia, que con su imponente muralla pone los puntos sobre los íes. 

6.Zafra, ‘Sevilla la chica’

Serena, blanca y bella, Zafra merece un apartado propio. Ubicado en el sur de Extremadura, este municipio de 16.000 habitantes es una de las indiscutibles joyas de la Comunidad. Su casco histórico -con estrechas callejuelas rodeadas de iglesias barrocas y atestadas de flores decorativas- seduce como la mismísima capital de Andalucía, de ahí la inevitable comparación y el posterior apodo. Zafra también está bañada en historia. Antes de la llegada de los influyentes duques de Feria, los grandes mecenas arquitectónicos de la ciudad, estuvo en manos de romanos, musulmanes y cristianos.  

 

7. Jamón y queso, tándem de primera

Dicen que la mejor gastronomía del interior se degusta en Extremadura, con la intensa y cremosa torta del Casar y el preciado jamón del Monesterio como emblemas y orgullos regionales. Otros emblemas serían el pimentón de la Vera, el aceite de oliva virgen y las cerezas del Jerte, entre otros. El origen y el proceso de los grandes iconos culinarios extremeños se puede conocer a través de cuatro itinerarios turísticos: la Ruta del Queso, la Ruta del Aceite, la Ruta del Ibérico ‘Dehesa de Extremadura’ y la Ruta del Vino y Cava Ribera del Guadiana. 

El Palacio de Toledo-Moctezuma, en Cáceres. Pixabay

La identidad extremeña está marcada por la influencia de las diversas culturas (la romana, visigoda, árabe y sefardí) que han habitado esta tierra y que ha llegado hasta las cocinas de las casas. Para los morros más finos, existen al menos una veintena larga de establecimientos premiados y reconocidos por la Guía Michelín y la Guía Repsol. Por cantidad y calidad, tal vez destaquen Cáceres y su entorno, donde se encuentran templos gastronómicos como los de Albalat, B-Nomio, Atrio, Eustaquio Blanco, Javier Martín y Madruelo.