abriel García Márquez nos hizo viajar a Macondo, una tierra onírica inspirada en su Colombia natal, que conocemos como la palma de nuestra mano todos los lectores de ‘Cien años de soledad’, exponente universal del realismo mágico. Para dibujar con palabras ese escenario, presente también en algunas de sus obras anteriores, este periodista, convertido en uno de los escritores más importantes de la literatura latinoamericana -(6 de marzo de 1927, Aracataca, Colombia - 17 de abril de 2014, México D.F.)- se inspiró en lo que mejor conocía, Arataca, su pueblo, perteneciente al Departamento de Magdalena, al norte del país andino.

En ‘Vivir para contarla’, su obra más autobiográfica, García Márquez recuerda el momento en el que con 23 años regresó a Arataca con su madre, en febrero de 1950, tras varios años de ausencia, para vender la casa donde él había pasado su infancia. Cuando ella se presentó ante él y le dijo: “Vengo a pedirte el favor de que me acompañes a vender la casa”. Él cuenta que: “no tuvo que decirme cuál, ni dónde, porque para nosotros sólo existía una en el mundo: la vieja casa de los abuelos en Aracataca, donde tuve la buena suerte de nacer y donde no volví a vivir después de los ocho años.” Al llegar después de ese viaje con destino al pasado, “mitad en lanchón, mitad en tren”, con su madre vestida de riguroso negro, de luto por la muerte de su abuela, lo que se encontró fue ese pueblo solitario y polvoriento que describiría años después en ‘Cien años de soledad’.

Pero sin embargo, la motivación de Gabo, como así le llamaba su círculo más cercano, era escribir historias “para hacer más feliz la vida a un lector inexistente”, del que no conocía ni siquiera su existencia. Una filosofía que hizo que, partiendo de un imaginario tan personal, llegase a conectar con el público de forma universal, ya que sus novelas han conseguido conquistar y siguen haciéndolo a millones de personas en todo el mundo. Más tarde su pretensión cambió. “Escribo para que me quieran más mis amigos”, llegó a decir.

El joven Gabo, como así le conocía su entorno más cercano, comenzó a estudiar Derecho, pero pronto abandonó esa carrera para dedicarse al periodismo, un oficio que amó hasta el fin de sus días. Trabajó en diversos diarios sin dejar de lado su interés por la literatura. Y para ello tenía ciertos rituales que le ayudaban a encontrar la inspiración, como tener siempre una flor amarilla sobre su escritorio, lleno de tintas y papeles, para poder trabajar.

Lo cierto es que este Premio Nobel de Literatura, admirador del siglo de oro español, Rubén Darío, Ernest Hemingway, William Faulkner y Franz Kafka, tenía también una larga lista de supersticiones en la que figuraban diversos objetos y animales que él consideraba que atraían la mala suerte, como los caracoles, los pavos reales o las flores de plástico. Y con estas manías en ciernes y una nutrida trayectoria en la que nunca releía sus obras publicadas, con 39 años se enclaustró durante año y medio seis horas al día para relatar la vida de la familia Buendía, una historia que llevaba construyendo durante dos décadas en su envolvente imaginario y que le encaminó hacia el éxito literario a pesar de no haber recibido un sí inicial por parte de las editoriales, y eso que desde su debut en 1955, con ‘La hojarasca’, ya llevaba publicadas las novelas de ‘El coronel no tiene quien le escriba’ y ‘La mala hora’, además de su libro de relatos ‘Los funerales de la Mamá Grande’.

Nada más publicar ‘Cien años de soledad’, en 1967, barrió en ventas, llegando a agotar su primera edición en unos pocos días. Y después de ese éxito, inesperado totalmente para él, buscó refugiarse de la fama y para ello eligió Barcelona, donde vivió entre 1968 y 1974 y escribió ‘El otoño del patriarca’ y cuentos como ‘Isabel viendo llover en Macondo’ o ‘Relato de un náufrago’. Después alternó su residencia entre México, Cartagena de Indias, La Habana y París.

Cuando se anunció que recibiría el Premio Nobel, en 1982, sus vecinos en México le escribieron en la entrada de su casa “Felicitaciones, te amamos”. Y ya en su consagración escribió ‘El amor en los tiempos del cólera’ y ‘El general en su laberinto’, que precedió a ‘Doce cuentos peregrinos’, ‘Del amor y otros demonios’ y ‘Noticia de un secuestro’. En su última etapa, coincidiendo con el cambio de milenio, elabora sus obras más autobiográficas con ‘Vivir para contarla’, ‘Memoria de mis putas tristes’ y ‘Yo no vengo a decir un discurso’, donde incide en que su sueño siempre fue ser reportero porque la literatura no daba plata. Y restando mérito a su talento innato llegó a decir en una entrevista en 1991: «Soy un periodista, fundamentalmente. Toda la vida he sido un periodista. Mis libros son libros de periodista, aunque se vea poco».

“A mí me gustan todos los libros de Zootropolis y de Disney. ‘La bella y la bestia’ me gustó”

“Los libros de Gabriel García Márquez me han marcado. Son mis preferidos ”