afael Moneo (Tudela, 1937) logró uno de los premios más importantes de su extensa trayectoria en la pasada Bienal de Arquitectura de Venecia, en abril de 2021, al ser galardonado con el León de Oro por su carrera. El comunicado firmado por el comisario del festival, Hashim Sarkis, se deshizo en elogios hacia el arquitecto, profesor, crítico y teórico navarro. “Es uno de los arquitectos más transformadores de su generación. Durante su larga carrera, ha mantenido su destreza poética, recordándonos el poder de la forma arquitectónica para expresar, moldear pero también perdurar. Además, ha estado tenazmente comprometido con la arquitectura como acto de construcción”.
El escritor Manuel Vicent decía que su honestidad le había llevado a la arquitectura y que de ahí había dado el salto al desafío y a la inevitable polémica. Ya le ocurrió con el imponente edificio Urumea, que se escapaba del clásico edificio burgués donostiarra hace casi 50 años. Vicent describe perfectamente “al maestro de arquitectos, que ha hecho del eclecticismo una filosofía y de su forma de construir una dedicación al ingenio honesto. Tiene una huella digital muy personal por eso siempre se reconoce como un moneo cualquier obra que realiza. Su acción nunca grita, solo se limita a ejercer su espíritu didáctico y polémico, pero al final siempre conciliador”. A continuación, nos adentraremos en el universo Moneo con una selección de sus obras más representativas.
Uno de sus tres proyectos donostiarras, junto con el Kursaal y la iglesia de Riberas de Loiola, y su primer hito arquitectónico. Ubicado en la desembocadura del río frente al hotel María Cristina, a tan solo unas manzanas de su obra mayor al borde de la playa de la Zurriola, se juntó con los arquitectos guipuzcoanos Javier Marquet, Xabier Unzurranzaga y Luis Zulaica para levantar unas viviendas sobre el solar del viejo frontón Urumea. Los inicios no fueron fáciles. Los cooperativistas ya habían llegado a un acuerdo con el trío de arquitectos y, una vez que Moneo se había incorporado al proyecto, se propuso una nueva versión que debía ser validada por los dueños.
Él entendía que el cambio era necesario “si se quería que el proyecto reflejara la importancia que tenía el actuar en un lugar tan destacado como éste en San Sebastián. El esfuerzo que ello supuso es ahora un recuerdo anecdótico, pero habla de la convicción con que los arquitectos afrontaban una cuestión como ésta: la íntima relación entre la residencia y la ciudad”. Y así, el Edificio Urumea, con el portal diáfano y unificado de una punta a otra, le cambió la cara afrancesada a la ciudad desviándose de su tradición decimonónica.
El ingeniero Javier Martínez de la Hidalga tenía la función de construir la nueva sede social de Bankinter en el Paseo de la Castellana. Encomendó la tarea del proyecto a los arquitectos Ramon Bescós y Rafael Moneo, ambos compañeros de promoción. Fue una decisión aventurada que encargaran la remodelación de un gran banco en el corazón financiero de Madrid a dos jóvenes de 35 años. Pero salió bien. En lugar de insertar el nuevo edificio y derribar el antiguo, decidieron mantener el palacio del marqués de Mudela, una construcción de finales del siglo XIX. Ambos conviven en armonía, cada uno en su espacio asignado.
Tardaron cuatro años en levantar un llamativo bloque anaranjado de ladrillo prensado, idéntico al que utilizaron para el caserón de al lado, y que puede llegar a recordar a la proa de un barco. Información extra y relevante que aporta el equipo de arquitectos de Moneo: “Convendría señalar que en tiempos en los que el brutalismo prevalecía, Bankinter apostaba por la precisión y la calidad. Algo que se refleja en el cuidado puesto en el diseño de los elementos y de un modo particular en el de las ventanas. Y que confirma el hecho de incluir obras de arte, sea el fresco de Pablo Palazuelo en el foyer o los bajorrelieves de Francisco López Hernández en las plantas altas”.
La tarea encomendada no podía ser otra que construir sobre lo ya construido, es decir sobre un montón de ruinas de épocas pasadas, incluida la civilización romana a la que se iba a aludir directamente en el museo. “Comienza como proyecto de un muro de contención de una calle -José Ramón Mélida-”, relatan desde el propio estudio de arquitectos, y que llegó a ponerse en peligro “por los trabajos de los arqueólogos, que habían excavado toda una manzana encontrando en ella lo que esperaban: acueductos, peristilos de casas romanas, cimientos de patios renacentistas, cisternas, atarjeas e incluso restos de una iglesia paleocristiana”.
Para convivir con los restos existentes, a Moneo le pareció adecuado utilizar los mismos medios de construcción y servirse de idénticas técnicas que sus antepasados romanos, siempre del modo más respetuoso. Y hubo que hacer frente a la disyuntiva de “replicar e insistir en las orientaciones definidas por las construcciones romanas o reconocer las trazas de la Mérida contemporánea”. Al final se llegó a un inteligente punto medio por el que se partía de tiempos remotos para enlazar con la ciudad actual, “lo que era tanto como decir la entera historia de la ciudad, la historia de Mérida, no tan solo de la Mérida romana”.
El ministerio de Transportes tenía la intención de acometer una transformación global de la estación de Atocha. En 1983 se convocó un concurso que ganó el proyecto presentado por Rafael Moneo. La ejecución de la obra no fue un asunto menor: incluía la ampliación y remodelación de la marquesina histórica, la creación de una estación de cercanías, la construcción de un intercambiador de autobuses y un área de aparcamiento. El intercambiador es la pieza arquitectónica clave y el elemento icónico del conjunto con forma de cilindro/linterna que ilumina y avisa desde lejos la presencia de la estación, favoreciendo asimismo el giro de los autobuses y orientando a los viajeros. Las obras culminaron en 1992.
El proyecto de la estación de Atocha tuvo una segunda parte, ya entre los años 2007 y 2012, con motivo de la apertura de nuevas líneas de trenes de alta velocidad que conectaban la capital madrileña con Barcelona y Valencia. Para distinguir las llegadas y salidas de los viajeros y procurar un desalojo de trenes lo más “rápido y eficiente” posible hubo que contar con dos accesos a distinto nivel. “La inteligente y sensible” intervención del pintor César Paternosto en el vestíbulo de llegada de la estación completó la obra.
El solar donde está ubicada la creación de Moneo, icono inapelable de San Sebastián, fue un quebradero de cabeza durante dos largas décadas. El edificio Gran Kursaal, inaugurado en 1921, se prestó a lucir su imagen cosmopolita y lúdica en los años floridos de la Belle Époque donostiarra como casino y teatro. Cuando Primo de Rivera prohibió el juego, afectó de lleno a una parte importante de su actividad. Con el Kursaal de capa caída, casi 50 años después de su inauguración, en 1971, los propietarios acordaron su derribo y el espacio vacío pasó a manos del Ayuntamiento. Tras una serie de proyectos fracasados, de dimes y diretes y de agrias disputas políticas, finalmente, se convocó a seis grandes arquitectos (Mario Botta, Norman Foster, Arata Isozaki, Rafael Moneo, Juan Navarro Baldeweg y Luis Peña Ganchegui) para que diesen con una solución arquitectónica al boquete. Era 1989.
Como ya se sabe, el proyecto de Moneo salió elegido entre una gran polémica ciudadana. No fueron pocos los donostiarras que consideraban que con el nuevo Kursaal se estaba corrompiendo la identidad de la ciudad y poco menos que profanando los restos de lo que en su día fue el símbolo de sus años de esplendor burgués. El plan siguió su marcha. Las obras de los dos cubos se ejecutaron entre 1995 y 1999 y se inauguró ese mismo verano con varias actuaciones simultáneas. Sede de conciertos, obras de teatro y de los principales festivales de la ciudad (Jazzaldia, Zinemaldia y la Quincena Musical), nadie pone en duda su valor cultural, arquitectónico y hasta estético, símbolo de la Donostia del siglo XXI.
El jurado lo tuvo claro desde el principio, hace más de 30 años: “Por el acierto en la consideración del solar K como un accidente geográfico en la desembocadura del río Urumea, por la liberación de espacios públicos como plataformas abiertas al mar y especialmente por la rotundidad, valentía y originalidad de la propuesta”.
El Paseo del Prado es testigo de la madurez de la obra de Rafael Moneo. Hablamos de la transformación del Palacio de Villahermosa para convertirse en el Museo Thyssen-Bornemisza, la intervención del Banco de España y la ampliación del Museo del Prado. En un principio, Moneo no estaba destinado a realizar este trabajo. En 1996 se había convocado un concurso en el que se seleccionaron 10 proyectos finalistas, pero cuyo primer premio quedó desierto. En una segunda tanda, el proyecto de Moneo venció por unanimidad. Llevaba como lema ‘Buen Retiro’.
En 2007 se dio por finalizada la ampliación más importante de la historia del museo, que básicamente consistió en añadir un edificio de nueva planta articulado en torno al claustro restaurado de los Jerónimos. En paralelo, en 2009 se inauguró el Casón del Buen Retiro como sede del Centro de Estudios del Prado. La pinacoteca madrileña se modernizó sin perder su esencia.
“Mi referente es
mi hermano
mayor, Julen ‘El Magnificus’. Trato de seguir sus pasos”
“Me gusta pintar
y admiro a Wassily Kandinsky,
Juan Gris y la escuela cubista”
“Uno de mis referentes en mi campo es el arquitecto navarro Rafael Moneo”