Bikram Choudhury (Calcuta, 1944) se hizo de oro con esta vuelta de tuerca del yoga de siempre. Su idea arrasó en los Estados Unidos: abrió cientos de franquicias, coleccionó decenas de coches de lujo y se estima que había amasado una fortuna de 75 millones de dólares. Sus clases de yoga se pagaban a miles de dolares por un curso de apenas dos meses y la imagen de un tipo semidesnudo paseándose por el gimnasio con un Rolex en la muñeca le daba un excéntrico toque pop. El documental ‘Bikram: yogui, gurú, depredador’, inaugurado en el Festival de Toronto de 2019 y disponible en Netflix, destroza el mito. Describe a un encantador de serpientes megalomaníaco, un depredador sexual y corrupto hasta la médula que hizo la vida imposible a los asistentes de sus clases, muchas de ellas mujeres, que lo definen como “diabólico” y “manipulador”.

Desde 2014 se ha enfrentado a varios juicios por abusos y agresiones sexuales, incluidas violaciones, y trató, en vano, de patentar su negocio para obligar a los profesores de yoga a que pagasen cánones desorbitados por utilizar su nombre. Perseguido por todos los flancos de la justicia, el gurú huyó del país y tiene prohibida la entrada a los Estados Unidos. La humildad no es una de las virtudes de Bikram Choudhury: “No eres lo bastante inteligente, sabio ni experimentado para saber quién soy”, dice en el documental. Según su controvertido y fugitivo mentor, al que algunas noticias ubican en México, el paso del tiempo no debería ser un obstáculo. “Nunca eres demasiado viejo, ni estás demasiado enfermo, ni es demasiado tarde para comenzar de nuevo”.