ntes de poner rumbo a Benidorm conviene despojarse de la mochila de prejuicios, de los viajes del Imserso, de las playas atestadas como en el metro de Tokio y de turistas europeos dando la nota por sus calles. Conviene cerrar y volver a abrir los ojos y hacerse una o dos preguntas básicas: ¿cómo empezó todo? ¿Qué o quién fue el detonante de la metamorfosis urbanística y del cambio de paradigma de esta otrora apacible localidad costera? ¿Benidorm cuándo empezó a ser Benidorm?

Viajemos al pasado: año 1951.Desvelemos un nombre propio, el del alcalde Pedro Zaragoza Orts (1922-2008), quien aspira a superar las penurias económicas de la dictadura con un planteamiento revolucionario: impulsar esta ciudad de mar y pesca y convertirla en la “Nueva York del Mediterráneo”. El plan de urbanización se adecuaría al turismo costase lo que costase. Zaragoza lo resumió con la siguiente filosofía, liberal y atrevida para los cánones puritanos del franquismo: “Si quieres que la gente venga a tu pueblo para pasar sus vacaciones, tú debes estar preparado para acomodarlos, no solo a ellos, sino también a sus culturas”. El cortometraje ‘Bikini: una historia real’ (Óscar Bernácer, 2014) cuenta en clave de humor un asunto que cambió el destino de la ciudad alicantina para siempre. El atrevido alcalde se montó en su Vespa y tras un viaje de ocho horas se presentó ante el mismísimo Franco en el palacio de El Pardo. Tras la conversación, logró su bendición para el uso del traje de baño de dos piezas en las playas del municipio. “Le dije a Franco la verdad. Necesitábamos divisas y el turismo nos las ofrecía”, resumió. “A partir de ahora, Zaragoza, cuando tenga algún problema, no vaya al gobernador civil, trátelo directamente conmigo. Ahora, márchese a Benidorm y haga lo que tenga que hacer.”, le dijo Franco. Este señor quijotesco cambió la cara de su ciudad por completo. Benidorm pronto se convertiría en la potencia turística que más o menos hoy conocemos gracias, entre otros, al Festival de la Canción que lanzó al estrellato a cantantes como Raphael o Julio Iglesias.

Hasta aquí el preámbulo histórico. Repasemos ahora algunos hitos actuales menos conocidos, atendiendo a la música, pero también a otros encantos menos conocidos, como la gastronomía y la arquitectura, que convierten a esta villa alicantina, delirante y fascinante a partes iguales, en una de las mecas turísticas del sur de Europa.

Aunque parezca mentira, la ciudad que adora los bares de tributos a Dylan, Lady Gaga o Take That, esta suerte de Las Vegas castiza y mediterránea que parece haberse congelado en el tiempo, es todo un referente de música alternativa. Sus festivales así lo acreditan. Desde hace tres lustros se celebra el Funtastic Dracula Carnival, una de las citas de rock and roll más canallas que existen; uno no sabe muy bien cómo se las ingenian sus asistentes para salir con vida de la sala Penélope, construida en 1968, cuando Benidorm afrontaba su reconversión urbanística y económica. El logotipo es célebre, se contempla desde el exterior: recrea la silueta de una joven bohemia que lleva un sombrero ligeramente ladeado cubriendo una larga melena.

Al parecer, la artista francesa Paule Rosset le había echado el ojo a una moderna chica llamada Mao y reprodujo en la ilustración convirtiendo la figura en todo un símbolo. El Funtastic siempre ha cuidado este tipo de detalles que lo hermanan con el espíritu bizarro de Benidorm. Antes se celebraba en una discoteca con forma de OVNI que se inauguró con un concierto de, atención, Led Zeppelin en 1977. Las noches locas y vertiginosas son aquí legendarias, de ahí que las cerca de mil entradas se agoten en un santiamén. Vuelan en cuestión de tres o cuatro minutos. Y así hasta la próxima edición, que suele coincidir con la noche de Halloween a la que, por supuesto, se le rinde pleitesía.

El hermano mayor del Funtastic (y algo más moderno y aseado) es el Fuzzville!!!, que se celebra coincidiendo con la Semana Santa. Los ingredientes musicales son parecidos, solo que con menos dosis de frikismo y una programación que quizás atraiga a un público más joven, en una franja de edad que oscila entre los 25 y 35 años. “Fuzzville!!! es la fiesta definitiva para los amantes de los sonidos salvajes, del punk-rock y de los sellos underground nacionales e internacionales”. Así nació el certamen en 2015, que aquel año se llevó el galardón de festival revelación en los prestigiosos Premios Fest.

Otro festival destacado, esta vez en el cajón de sastre indie, es el Low Festival, tal vez el más famoso de todos los que ahora tienen lugar en Benidorm. Antiguamente denominado Low Cost, organizado por los mismos que el Fuzzville, la promotora Producciones Baltimore, los ‘lowers’ han visto a The Horrors, New Order, Foals, Psychedelic Furs o Massive Atack, entre otros. En Benidorm, ya se sabe, las fronteras son más líquidas que en cualquier otro lugar: todo vale. Es el territorio de María Jesús y su acordeón y la inmortal `El baile de los pajaritos´, que ha sonado ininterrumpidamente durante 50 años, hasta la partida de la peculiar artista de la localidad costera a finales de 2019. Aquí también empezó a gestar su dominio mundial un jovencísimo Julio Iglesias durante la X edición del Festival de Benidorm de 1968, el mismo año en que se levantó la sala Penélope. `La vida sigue igual´ ganó y la vida de aquel “muchacho que iba para futbolista y que un accidente dejó en la estacada” cambió para siempre pulverizando todos los récords de ventas de discos y convirtiéndose en un ídolo sin fronteras.

Volvamos al visionario Pedro Zaragoza. En 1964, mientras los primeros rascacielos empezaban a surcar el cielo y la playa se llenaba de bikinis, el alcalde diseñó una operación conocida como B-B. En colaboración con el ayuntamiento de Bilbao, invitó a unas 150 parejas vizcaínas a que pasaran 12 días de ensueño en Benidorm. Los recién casados hablaron maravillas de la estancia a su regreso a Euskadi, encantados con el soleado clima y, sobre todo, con el trato VIP que habían recibido del alcalde, incluidos fuegos artificiales, champagne francés y hasta, dicen, caviar. Al año siguiente decenas de vizcaínos se apuntaron en tromba al viaje a Benidorm. Ese fue el origen de la `euskoinvasión´ levantina. A día de hoy, se calcula que son unos 15.000 los turistas vascos que pisan la ciudad cada año. Se sienten como en casa. Se juntan y celebran los San Fermines, la bajada del Celedón y la Tamborrada. El flechazo con Benidorm se cristaliza en la céntrica calle Santo Domingo, más conocida como la calle de los vascos o la calle del coño por ser un lugar de encuentro: “¡Coño, Aitor!, tú por aquí?”. Para los turistas alemanes e ingleses es sencillamente el punto cero de las tapas. Lo que sirven en los bares de Santo Domingo es una versión, más o menos lograda, de nuestros clásicos pintxos (gildas, txaka, rabas, mejillones tigre y txangurros, entre otros muchos), sidrerías y tascas. Una de las grandes estrellas de esta ruta con eusko lábel es La Mejillonera del paseo de la Carretera, que triunfa en Trip Advisor (más de 1.000 comentarios, una nota media de 4,5 sobre 5) y donde se pueden degustar raciones de pescados y, cómo no, exquisitos mejillones cocinados de mil maneras distintas.

Pero estamos en el Levante, donde la paella es la incuestionable reina de la gastronomía local. Hagámosle un hueco, teniendo en cuenta que debemos estar alerta con la clásica trampa al turista: una paella no es `arroz con cosas´. Las tropelías desgraciadamente abundan hasta en los lugares más insospechados. El arroz típico valenciano es uno de los platos más vejados: hasta el chef Jaimie Oliver se empeña en echarle chorizo. No sucederá nada de esto en las arrocerías Esturion, Jardín Mediterráneo, Aitona, Casa Guillermo o Ulia, a un coste de unos 20-30 euros por persona. ¿Quieres abrir el apetito a la comida internacional? No es en absoluto una idea descabellada: el 30% de los 74.000 habitantes censados en Benidorm son extranjeros, una cifra que se dispara en temporada alta cuando se alcanzan los 400.000 residentes. Y qué mejor que dejarse llevar por uno de los manjares ingleses por excelencia, el fish and chips. Este plato pierde puntos si el pescado se sirve congelado, atajo que evitan como la peste en Rays II Chippy, “uno de los secretos mejor guardados de Benidorm”.

Calles estrechas, empedradas y generalmente peatonales, el perenne recuerdo de marineros y pescadores, casas blancas, edificios antiguos, arcos de piedra, alma de pueblo... ¿Seguro que seguimos en Benidorm, la ciudad con más rascacielos por habitantes del mundo? Estamos en pleno casco histórico, en el cruce de la avenida de Ruzafa con la avenida Emilio Ortuño, embrión del antiguo bastión de pescadores que dio de comer a sus vecinos durante siglos antes del seísmo turístico. Esta es una pequeña muestra de lo que en su día fue la villa. Con el inmenso azul del mar asomando por todos los costados, se puede optar por subir, siempre cuesta arriba, por el callejón de los Gatos hasta la iglesia de San Jaime y enfilar, a continuación, hacia el mirador del castillo. Los feriantes y artesanos toman la plaza en verano, que se llena de música y turistas en verano. Los cañones siguen en su sitio, vigilando el territorio como si de un momento a otro acechase un barco pirata desde el horizonte. El mirador de la Punta Canfali o el Balcón del Mediterráneo cuenta con una barandilla que es uno de los eternos símbolos de esta ciudad antigua pero moderna que siempre sorprende.

“Allí es muy normal ver a la gente pelear por ‘su sitio’ en la playa. En la zona que vivimos hay un jubilado que se levanta a las 7.00 de la mañana a coger ‘su sitio’ y luego se va”

“Hemos ido mucho a Benidorm y siempre hemos tenido un buen recuerdo de estar allí. Además es un sitio donde hay mucho ambiente”

“En Benidorm tenemos casa y hemos estado este años tanto en junio como en septiembre”