uando pensamos en una casa de madera o de paja nos viene irremediablemente a la cabeza la popular fábula de los tres cerditos, que, para protegerse del lobo, decidieron construirse cada uno su propia casa. El más pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder salir a jugar. El mediano construyó una vivienda de madera, y, al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él. Y mientras, el mayor, ajeno a sus ociosos hermanos, siguió trabajando sin descanso hasta terminar su edificación de ladrillo. Al acercarse a la casa de paja, el lobo sopló y sopló y la derrumbó. Lo mismo sucedió con la de madera, pero fue incapaz de derribar la que había sido construida a base de ladrillos.

Sin embargo, la bioconstrucción nos demuestra que materiales reciclados, reciclables, extraíbles mediante procesos sencillos y de bajo coste e impacto, que no supongan toxicicidad para las personas y el medio ambiente -como por ejemplo la paja, la madera o el adobe- son capaces de crear una estructura sólida y muy duradera, pero además ecológica y sostenible.

Siguiendo esta filosofía, Beatriz Ochotorena y Óscar Labat pusieron en marcha en 2017 el primer curso de bioconstrucción en todo el Estado, de la mano del arquitecto navarro Iñaki Urkia. Su deseo era levantar la nave principal de la Granja Escuela de Ultzama para acoger su proyecto de escuela slow food, presidida por el símbolo del caracol que identifica al movimiento slow food. Estas jornadas educativas resultaron todo un éxito y sirvieron para dar a conocer esta práctica de construcción alternativa. Gracias al esfuerzo e interés de los especialistas en esta materia llegados de todo el Estado, junto a 22 personas desempleadas que acudieron al taller a través del Servicio Navarro de Empleo y el Centro de Referencia Nacional en Energías Renovables y Eficiencia Energética (CENIFER). Este experimento colaborativo dio excelentes frutos, ya que esta original construcción circular con aspecto de caracol, que hace las funciones de cocina-comedor y sede de la Escuela Slow Food de Ultzama, conquista a todo el que llega a la Granja Escuela.

eficiencia energética

Dentro del caparazón de este caracol arquitectónico, se mantiene una temperatura estable, aislada del mundo exterior. Como curiosidad, a través del enorme ventanal que se adapta a la pared curva de su fachada, se asoma la paja que esconden sus gruesos muros. "En total se emplearon cercade 900 fardos como si fuesen ladrillos. Entre ellos se reparte la madera y sobre ellos se asienta el techo. Este sistema, a pesar de parecer novedoso, fue utilizado hace más de 2.000 años por los Fenicios", explica Óscar Labat. Una de sus ventajas es que este sistema no requiere de ningún tirafondo pues una biga se sujeta con la siguiente hasta formar la espiral central. En cuanto al suelo, éste está formado por una capa de 473 ruedas de coche, recicladas, que funcionan como un barco en caso de movimiento sísmico.

A través de este diseño de bioconstrucción, nuestros anfitriones tratan de transmitir sus valores a los visitantes de este espacio gastronómico "con el que tratamos de apoyar al sector primario, con el que ya contábamos gracias a la granja escuela. ¡Qué mejor manera de dar vida a una iniciativa slow food", exclama Labat. "Es necesaria la formación reglada en bioconstrucción, porque al igual que en fontanería o albañilería hay estudios, deberían existir también en este ámbito", añade Ochotorena, convencida de que "poco a poco esta forma de construcciónva a ir extendiéndose, pues son cada vez más las personas van a apostar por este tipo de casas".