Master of City Planning por la Universidad de Pensilvania y licenciada en Urban Affairs por la Universidad de Búfalo (Nueva York), Martha Thorne ha sido directora ejecutiva del Premio Pritzker de Arquitectura, conocido como el premio Nobel de Arquitectura. Con esa perspectiva desde la arquitectura y el urbanismo, Thorne defiende las ciudades como un todo, ecosistemas que no pueden compartimentar sus distintas facetas porque todas se relacionan entre sí. El día 22, intervendrá en el foro Green Cities organizado por DNA.

‘Por un modelo de vida más sostenible’. Palacio de Congresos Europa, 22 de junio. Martha Thorne ofrecerá la ponencia ‘La ciudad como ecosistema’.

INSCRÍBETE AQUÍ

Su conferencia en el foro Green Cities se titulará ‘La ciudad como ecosistema’. ¿Qué significa entender la ciudad como un ecosistema?

Lo que quería expresar es que el modelo antiguo de dividir las personas que trabajan en la ciudad en silos o en segmentos no tiene sentido. Hoy en día en la ciudad hay una gran conexión entre todo, todo lo que hacemos en el mundo físico y digital, el mundo social de gobernanza, y por tanto esas divisiones antiguas que nos ayudaban a estructurar las personas, las acciones, las organizaciones en la ciudad no tiene tanto sentido tenerlos separados. Por ejemplo, cuando hablamos de la ciudad podemos hablar de movilidad por un lado y por otro de vivienda o de la calidad de aire, pero están totalmente mezclados. Donde vivimos es parte del sistema de transporte, dónde queremos ir, dónde necesitamos ir, tiene un impacto en la calidad del aire, tiene un impacto en una ciudad vivible, equitativa. Esta idea, ver las acciones y todas las reacciones posibles, es hacia la que tenemos que ir en el futuro, una integración o entender holísticamente los fenómenos de la ciudad. Por eso yo lo llamo ecosistema.

¿Han tenido las ciudades suficientemente en cuenta a sus ciudadanos? ¿Hemos construido en ocasiones ciudades poco amigables, por ejemplo priorizando el vehículo privado?

Esa idea de que la ciudad era para el coche para un sector o forma de vida, de eso hay muchísimos ejemplos. A veces se han construido carreteras, autopistas, para que un sector fuera de su casa al trabajo, pero cuando lo miras dices ¿y qué pasa con esa persona que primero lleva al niño al colegio, luego visita a un pariente a ver si está bien, luego hace un recado y finalmente van al trabajo? Eso no es un camino de A a B. Esa idea de movilidad no se ha tenido en cuenta, la variedad en la ciudad y el deseo de tener diversidad en la ciudad. Es interesante, porque los coches de promedio en Europa están aparcados el 90% del tiempo; es un recurso que está ahí ocupando espacio y no haciendo ningún servicio, y eso tiene su repercusión en la calidad de los espacios públicos y da la imagen de que el coche y un sitio para aparcar es más importante que la gente. Esto tiene que cambiar y en muchos sitios se está tomando conciencia de que es importante que esto cambie.

¿Y qué papel tiene la arquitectura en estas ciudades sostenibles a las que aspiramos?

Yo creo que la profesión de arquitectura tiene que cambiar también. Pero lo que no podemos pensar es que la solo la profesión de arquitectura puede cambiar esto. Esa idea lineal de que uno decide y que el arquitecto sea un servicio que simplemente responde a lo que quiere el cliente yo creo que no tiene en cuenta los objetivos más amplios de la sociedad. A mí me gustaría que la profesión mantuviera su disciplina profunda, su conocimiento profundo, en torno al medio ambiente físico, pero pudiese participar en esas conversaciones más amplias donde alrededor de la mesa están los políticos, el sector privado, la ciudadanía, el sector académico… Porque tenemos que tener una visión de hacia dónde queremos ir y luego tenemos que dar el poder a todos en su papel de realizar esa visión. Yo creo que ahora mismo la normativa intenta poner límites, pero no siempre son eficaces, no siempre nos están guiando hacia ese futuro que es más complejo y los arquitectos tienen un papel pequeño en las discusiones más amplias.

Algo que ha ocurrido en muchas ciudades es que ha crecido la periferia, muchas veces casi como pequeñas ciudades dormitorio, y que al mismo tiempo el centro de la ciudad va perdiendo densidad de población, ¿Es posible dar la vuelta a este proceso? ¿Sería deseable?

Totalmente. Una de las lecciones del covid es la necesidad de tener flexibilidad en los espacios. Durante la pandemia tuvimos que trabajar, estudiar, vivir, estar con la familia, todo en casa y lo que nos hemos dado cuenta es de que los espacios unifuncionales no son adaptables a otros usos. Tenemos que ver cómo tener más dispersión de sitios de trabajo de todo tipo para que la gente no tenga que desplazarse largas distancias. Necesitamos más diversidad de funciones. ¿Por qué no puede ser un colegio por la mañana, un sitio de coworking o un centro cultural por la tarde y un sitio de baile o un bar de copas por la noche? ¿Por qué no usar nuestros edificios más horas con usos distintos? Una oficina no tiene por qué ser solo una oficina unas horas al día, podría tener más actividades.

¿Es factible el modelo de ciudad de 15 minutos que se ha planteado en algunos lugares?

Es un poco más complejo llegar a todo en 15 minutos, pero sí llegar a las primeras necesidades en un entorno cercano. Luego hay temas en los que habrá que desplazarse, no podemos tener grandes hospitales en cada barrio, o grandes museos o salas de conciertos. Pero sí, la idea de que en un entorno razonable andando, en bicicleta o en un transporte amable se puedan realizar las primeras necesidades cerca de casa es mucho más sostenible y sobre todo ayuda a crear esa idea de comunidad.

Hago un poco de abogado del diablo, a veces quizá se ve a los arquitectos, a su obra, como arte algo alejado del ciudadano que luego se va a mover en determinado edificio o espacio.

La mayoría de la ciudad no la hacen los arquitectos, la hacen promotores que ven el medio ambiente físico como una fuente de beneficios. Por otro lado, tenemos la idea de que arquitectura son edificios emblemáticos o icónicos. Y yo creo que ni es una cosa ni otra. Tenemos que exigir calidad en lo que se hace en la ciudad a cualquier nivel, sea una vivienda, un colegio, un parque o ampliar las aceras. Y con calidad quiero decir que responde a una necesidad, a las exigencias de sostenibilidad, pero también tiene que responder a las necesidades diría emocionales o colectivas de nuestras ciudades, de nuestros ciudadanos. Porque la buena arquitectura no es necesariamente más caro, más grande, más pomposo; la arquitectura puede ser de altísima calidad y ser pequeña, amable, humilde, sostenible. Cualquier obra que hacemos en la ciudad tiene que tener la ambición de contribuir a mejorar ese espacio y ser una obra que la gente aprecia y utiliza. La arquitectura no es solo función ni es solo arte y esta división, para mí como académica y antigua directora del premio Pritzker, es el gran reto que yo veo en el futuro: acercar la buena arquitectura a todos los sectores pero cambiando la formación de los arquitectos para que no piensen quiero ser ganador del Pritzker. Necesitamos mucha gente en el mundo de la arquitectura y la construcción, pero todos tienen que tener una ambición de hacer una contribución al espíritu de los seres humanos.