La loma de acceso al castillo de Visegrád, un lugar de reyes, era el reclamo panorámico para la primera maglia rosa. La pila bautismal del Giro de Italia bendijo el tremendismo de Van der Poel, poderoso en una final repleto de electricidad. Monarca. Nadie puso iluminarse como él en un final repleto de voltaje. Tiene estrella el neerlandés, que dejó sin efecto el impulso de Girmay, otra luminaria. El eritreo no pudo soportar la sacudida de Van der Poel, siempre salvaje. Un forzudo. En ese planetario, entró Pello Bilbao, incandescente.El gernikarra supo competir en la agonía. Esquivó la caída de Ewan, que hizo el afilador con Girmay y recogió cuatro segundos de bonificación.

Sabe lo que se hace Pello Bilbao, un ciclista que maximiza cada una de sus actuaciones. Obtuvo premio a su osadía. Abrió la puerta al esprint y perseveró contra corriente. No cedió al ácido láctico. Entendió que no podía vencer, pero recogió un botín estupendo en el amanecer de la carrera. De momento, toma un racimo de segundos y un buen puñado de moral para los días venideros. "Es una buena manera de empezar el Giro", estableció Pello Bilbao, consciente de que el final "era bueno" para mí. El neón de Carapaz, al que todos temen y señalan, también estuvo cerca. Fue sexto. Después hubo una pequeña grieta. Otros cuatro segundos. En ese ecosistema se arremolinaron Landa, Dumoulin, Sosa, Bardet, Yates y Almeida, de la mano en un final disruptivo. Alto voltaje.

En el estímulo de estrenar la maglia rosa pensaban Van der Poel, Girmay, Ewan o Magnus Cort, tipos ideales para anunciarse con estruendo sobre la rodilla del Danubio, donde se sitúa la fortaleza que se construyó para repeler los ataques de los invasores. En la rampa, calcada a la Cipressa, la mítica ascensión de la Milán-San Remo, nadie quería hincar la rodilla. Es símbolo de derrota y rendición. Ewan tuvo que ceder por caída. Mordió la rueda de Girmay y se estrelló.

En ese reparto de tipos veloces y arquetipos de clasicómanos, brotó el perfil de hilo de Pello Bilbao, recuperada la chispa. El vizcaino, terco, de aliento largo, intuyó que en la cima podría rascar algo. No se confundió. Interpretó de maravilla la subida y como un zahorí dio con la corriente exacta. Extrajo unos segundos de renta. Un buen comienzo de cara a la crono de este sábado, el primer test de los favoritos tras la agitación del primer día.

FUGA DE 180 KILÓMETROS

El día de feria instaló su carpa en Budapest. El circo del Giro elevó su estandarte rosa desde Hungría por eso de las finanzas y la economía. El pueblo se tiró a la carretera con los móviles entre vítores. Con un teléfono en la mano es complicado aplaudir. Qué más da, tendrán grabado para siempre esa imagen extraordinaria. La repasarán en la sobremesa y recordarán que estuvieron allí. Nada mejor que los buenos recuerdos, que además uno moldea como arcilla.

Los entusiastas tomaron unos planos. Apenas unos minutos del pelotón de cháchara, que rodó observando la arquitectura de la ciudad con la banda sonora del murmullo del Danubio. Solo Bais y Tagliani se destacaron en la salida. Dos humildes italianos de un equipo modesto, un maillot repleto de pequeño mecenas, a la fuga para engordar el metraje del Giro.

Era lo que tocaba, aunque la salida se produjera en Budapest, el corazón de Hungría. Los hunos, que dirigió Atila, su rey, dominaron la región entre el Danubio y el Volga. Otro Attila está en el Giro. Se apellida Valter. Es húngaro. Una rareza del viejo ciclismo. Attila fue líder de la Corsa rosa el pasado año. Su sueño era que el ciclismo se desarrollara más en su país. Asistió a su deseo. El folklore galopó en paralelo a un pelotón sereno, silbante, hamacado. Los húsares húngaros, una compañía de caballería ligera, cargó por la cuneta con sus estupendos uniformes y el sable en ristre.

Fue un instante de diversión, una onza de emoción en la adormidera de la condenada fuga. Dejaron que se hincharan Bais y Tagliani. Un globo a explotar. El pelotón prefirió ir quitándoles el aire a pellizcos, como se fumiga una barra de pan. Desmigajados, Bais y Taglini se quedaron sin más horizonte después de darse una paliza. 180 kilómetros de desventura. Cavendish y Valverde se enroscaron al final del grupo, ajenos a todo, ensimismados en su descanso activo. El velocista de la Isla de Man se desentendió. Puso las piernas sobre la mesa de la oficina y reclinó la silla.

NERVIOS Y ELECTRICIDAD

La etapa, queda durante tanto tiempo, se revolcó en la alta tensión en la empalizada que daba al castillo. Se erizaron los dorsales, revueltos los que promovían su candidatura a hollar el castillo y los que pretenden reinar en Verona en 20 días. Los intereses se encontraron en la misma bifurcación. Vidas cruzadas. Tratnik, Van Hoecke y Fetter se fueron al suelo en medio de la algarabía de nervios. Naesen despegó desde su altura de pívot. Fue el primero en atreverse.

Carapaz arengó a sus muchachos para marcar el ritmo. El ecuatoriano quiere mandar. Kämna recogió al belga entre las bengalas. Humo antes de la detonación. Allí se perdió el alemán. De la neblina surgieron Van der Poel, Girmay y Ewan. The Pocket Rocket se quemó antes de estallar. Pello Bilbao, que rastreó las señales de humo, contempló de cerca el pleito entre el neerlandés y el eritreo. Resistió más que Magnus Cort. Eso le concedió la tercera plaza. Van der Poel, salvaje, se pintó de rosa. Pello Bilbao se asomó al Giro.