A los generales romanos que regresaban victoriosos de las campañas militares les reconocían las conquistas con una lluvia de pétalos de rosa. Las flores eran el laurel que enfatizaba el triunfo. Una tormenta, lluvia rosa, en su honor. Se alfombraba con el mullido olor de las rosas la bienvenida tras un logro extraordinario.

El Giro de Italia es rosa, pero sus calzadas, el asfalto que en la memoria contempla a Coppi, a Bartali, a Merckx, a Indurain, a Pantani, a Nibali y a tantos otros campeones es un camino repleto de espinas, las aristas cortantes de una carrera extraordinaria que dibujan los caprichos de las montañas, bellas, crueles y tremendas en Italia. Si al Tour le sostiene la grandeur, ese sentimiento nacional de monumento patriótico, y la Vuelta redefine su identidad cíclicamente, al Giro le impulsa la tradición y un escenario grandilocuente, monumental.

Es la carrera italiana, 3.445 kilómetros y 50.580 metros de desnivel acumulado, un estallido de la pasión de sus gentes y una sacudida sísmica de sus montañas, cimas gigantes capaces de ningunear y empequeñecer al ser humano hasta lo absurdo. Frente a ese paisaje que tejen la historia magna y las montañas extraordinarias parten Mikel Landa y Pello Bilbao.

Sentados en el sidecar del Bahrain, aspiran al encuentro con el podio. El de Murgia, tercero en 2015 -estalló con una aparición sideral en el Giro, en el que enlazó dos triunfos de etapa- y cuarto en 2019, cuando se quedó a 8 segundos del podio, mira con descaro a los salones nobles de la carrera. “Me siento muy bien para este Giro, y después de la caída del año pasado, tengo una nueva oportunidad, me siento súper bien y confiado. Tengo un gran equipo a mi alrededor y mis últimas carreras han sido realmente positivas. Creo que todo ha ido según lo planeado en el período previo a la carrera”, constata Landa.

La carrera nace este viernes en Budapest y cerrará los ojos en Verona, en su Arena, un escenario teatral que servirá como marco a una cita que es un contenedor de grandes retos perfilados por sus cumbres, elevadas a los altares en una última semana mesiánica. Al lado de Landa, el ciclista talentoso que disfruta con las ascensiones, correrá Pello Bilbao, un corredor en proceso expansivo, mecido en el trabajo diario. El gernikarra, agonista, resistente y maratoniano, ha sido quinto y sexto en el Giro. No conviene despreciar el dato.

EL PODIO COMO OBJETIVO

Si no es Landa, será Pello. Esa idea es la que manejan en el Bahrain, conscientes de la solidez del vizcaino y de su polivalente catálogo. Aferrado al manual de estilo de la resistencia, el gernikarra será el plan B de Landa. “El equipo puede confiar en mí. Ya sabe de lo que soy capaz. No tengo la necesidad de reivindicarme. Ya he demostrado mi capacidad. Ellos decidirán qué papel quieren asignarme en el Giro”, advierte Pello Bilbao.

A la vieja, sabia, histriónica, melodramática, cínica, pasional y ampulosa Italia, la unió la máquina de coser del Giro, que hilvanó el sur y el norte, otra vez presentes en la cartografía anímica de la carrera. El día a día de la laberíntica y caótica Corsa rosa resolverá el reparto de papeles en el Bahrain. “Lo importante es que alguien del equipo esté en el podio”, certifica Bilbao. Además del combate contra un recorrido siempre exigente, donde se establece el diálogo del Giro, la dupla vasca deberá superar a un buen puñado de adversarios.

LOS RIVALES

Richard Carapaz emerge por encima de todos. “Es muy bueno. Es un tío muy regular. Ha mejorado en la contrarreloj. Ha ganado un Giro. Es un tío durísimo. Creo que es el gran favorito”, establece Landa. El de Murgia, que en el Giro de 2019 fue cuarto y tuvo que ceder la jefatura en el Movistar ante el empuje de Carapaz, reconoce en el ecuatoriano al hombre a batir.

En otro escalón sitúa a Simon Yates, un ciclista “explosivo” pero ciclotímico. Capaz de la mejor de las actuaciones y de hundimientos extravagantes, el inglés, tercero el pasado año, “llega muy bien y creo que está un escalón por encima de mí”, asume Landa, que continúa arrastrando su debe con la contrarreloj, una especialidad en la que parece haberse corregido Yates. “Calculo que entre las dos cronos, la de Budapest y la última debería perder, a lo sumo, dos minutos”, desgrana el de Murgia.

Alrededor de Carapaz o Yates se sitúan Miguel Ángel López, “un corredor muy explosivo, pero resistente a la vez”; Romain Bardet, que parece haberse aproximado a su mejor versión, el viejo Nibali, cada vez menos pujante pero siempre peligroso; la alternativa de Iván Ramiro Sosa, o la incógnita de Tom Dumoulin, campeón del Giro de 2017. El neerlandés, que también se subrayó con un 2018 extraordinario, parece ajeno al ciclista que fue.

Entre los hombres que tratarán de coronarse en Verona también asoma la firme candidatura de Joao Almeida, que tal vez no sea tan escalador como otros, pero posee una capacidad de resistencia y sufrimiento extraordinaria. El portugués accede a la carrera con el objetivo del trono. Almeida, que se destapó en 2020, es el hombre fuerte del UAE. Joven y ambicioso, es el mejor de los favoritos en la crono y tratará de hacerse un hueco en el podio del Giro de Italia, tan bello como cruel. Rosa con espinas.