Majestuosas, repletas de aristas, rascacielos de roca que cortan el cielo y rasgan las nubes, los Dolomitas, las montañas pálidas, embellecen con su brutalismo el Giro. La mirada pétrea de su salvajismo resulta hipnótica. Las catedrales de Italia, con sus pináculos, torres y sistemas kársticos, talladas por el cincel del agua, las bautizó el geólogo francés Dieudonné Dolomieu, que descubrió las propiedades de la dolomía, una roca caliza riquísima en mineral dolomita, que nutre la cadena montañosa. El genio Le Corbusier, uno de los más prestigiosos arquitectos del siglo XX, definió el skyline de roca como “la más bella obra arquitectónica del mundo”.

En ese anfiteatro fastuoso para el ciclismo, el Giro se emocionó. Dan Martin alcanzó el nirvana con una actuación conmovedora que le llevó al éxtasis en la cima de Sega di Ala, una montaña que estrenaba el Giro. Sobre ese coloso, Simon Yates afiló los incisivos de su ambición para arañar a Bernal. El todopoderoso líder mostró grietas. Yates le llevó al límite. A las dudas. Al diván. El inglés le rascó 52 segundos en la cumbre. Yates humanizó a Bernal, doliente y cansino en su caminar cuando el pizpireto Yates descerrajó el muelle de sus piernas. Convencido, el inglés reapareció en su mejor versión para recordarle a Bernal que el Giro aún no le pertenece. Yates sabe lo que se oculta en la tercera semana. La gloria se le cerró de un portazo en 2018 cuando era feliz como Bernal ahora.

El Giro era suyo, pero entonces le sometió Froome. La amenaza de Bernal es Yates, que no tiene intención de sacar la bandera blanca aunque aún luce a 3:23 del colombiano. El sofoco de Bernal, rescatado por Daniel Martínez, su alfil, sitúa la carrera en otra fase. El líder también padece y tiene ángulos muertos.Yates hizo palanca en Sega di Ala y Bernal mostró las costuras. Con todo, en un mal día, Bernal amortiguó el impacto del inglés y supo gestionar la derrota. El líder llegó de la mano de Caruso. Mantiene la misma renta sobre el italiano. Del retrovisor de Bernal cayeron Carthy, Vlasov, Bardet y Ciccone, todos ellos retratados en una montaña sin piedad. Están a más de seis minutos del líder, que perdió color en los Montes Pálidos.

Así conocían los lugareños a los Dolomitas antes de la aparición del geólogo francés, se sonrojan con el amanecer y la puesta de sol. Sus paredes se maquillan de rosa. El fenómeno se conoce como enrosadira. Rosa para la carrera rosa. Ese tono llega del océano. Hace 250 millones de años, las montañas que sirven de leyenda al Giro, eran una acumulación de conchas, corales y algas sumergidas en el mar. Hace 70 millones de años sacaron la cabeza. Desde entonces muestran todo su esplendor. En ese escenario mágico, onírico, con los bosques exuberantes, abrazando las lenguas de asfalto, reemprendió el Giro la marcha en su última semana.

Bajo el sol de mayo y un cielo amable, estupendo, se creó la fuga de siempre, precedida por el crepitar de los fuegos artificiales en bosques frondosos. En esas dos primeras horas de carrera, voló el Giro. Supersónico. El caos y la estampida antes de que se reunieron una quincena de dorsales, que fue encogiendo a medida que el centrifugado de los Dolomitas apolilló las piernas. En Passo San Valentino, una montaña enlazada, con herraduras, tremendamente fotogénica, Bouchard, Moscon, Dan Martin y Pedrero mandaban. En el retrovisor, Mikel Nieve, celebraba su cumpleaños afinando el pelotón. A Simon Yates, trémulo, víctima del frío, la lluvia y la nieve que se adentró en Giau, le reconforta el roce de las temperaturas templadas. Le pone a tono el sol. Le cargó las baterías. Energía solar.

En el descenso de San Valentino, no hubo amor. Ruptura. Caruso, Ciccone, Nibali, Nieve y Evenepoel se estrellaron en una curva rápida. Cada uno, a su modo. Evenepoel salió por encima del guardarrail. Los descensos son un calvario para el belga. Evenepoel, que sufrió una caída durísima en el Lombardía, continúa con su penitencia en las bajadas. El pánico le bloquea. El belga, valiente, se reconstruyó y siguió adelante. Dispuesto a sufrir. Alma de campeón. A Ciccone la caída, le cortó. El italiano, además, padeció una avería mecánica.

Entre los viñedos de la bodega que es Italia, Carboni y Ravanelli se enroscaron al cuarteto de cabeza. En el grupo de favoritos, Bernal silbaba su dominio. Disimulaba. Ciccone enlazó jadeando tras una persecución en apnea. El Deceuninck dispuso a sus lobos para cazar. Almeida era su apuesta. Astana imaginaba el arrebato de Vlasov. La mente lo sostiene todo; el cuerpo, no. Bernal, con Moscon por delante, tamborileaba los dedos en el manillar de la calma. Entonces Dan Martin espabiló en la fuga. El irlandés quiso reivindicarse en Sega di Ala, una montaña tiesa, bronca, con el ceño fruncido. Entre los nobles, Bernal situó a Castroviejo al frente. El zapateo de Castroviejo resquebrajó a Vlasov. El ruso, con el maillot a dos aguas, era un libro abierto de impotencia. Perdía hojas, carcomidas por el esfuerzo. Amarilleó su maillot blanco. Las montañas cargan años. Ciccone, que se había desgañitado en la persecución, se encasquilló del todo.

Las herraduras no reparten fortuna en las montañas. Vlasov y Ciccone se quedaron con la compañía de su soledad cuando a Sega di Ala le restaba un continente. Lo exploraba Dan Martin. Con Bernal resistían Caruso, Carthy, Yates, Pello Bilbao, Almeida… Castroviejo, no contento con liquidar a Vlasov y Ciccone, mostró al resto los límites. Nadie se movía sin su consentimiento. Constante, monótono, pero machacón. Solo Dan Martin escapaba de su radio de acción. Castroviejo despedazó a Carthy y Bardet, laminados por la fatiga. Bernal, como un general, pasó revista. Vio a Caruso, Yates, Pello Bilbao, Martínez, Almeida…

YATES NO SE RINDE

Se enroscó la montaña. Almeida, que fue un fado en la primera semana, recuperó el tono. El luso se lanzó a por Martin. Yates, con el picor de piernas, envidó con determinación. Bernal le puso la mano encima. Almeida, Yates, Bernal y Daniel Martínez deshojaron a Caruso, que corría a pecho descubierto. Pello Bilbao también cedió. Yates cargó de nuevo con rabia. Memorias del Zoncolan. El inglés quiso cambiar la historia. Ira y fuego. Bernal pedaleaba plomo. Se quedó. Figura de cera. El colombiano alado subía a chepazos. Vacío. De repente, estaba hundido, pero no desesperado. Caruso recuperó el resuello y se anudó a Bernal.

Yates, orgulloso, izó su bandera pirata. Almeida le acompañó. El líder, enrojecido, cabeceaba. Negaba su cuerpo. Martínez era su salvavidas. El de Caruso, Pello Bilbao. El gernikarra, maravilloso, alcanzó al grupo del líder para tirar del italiano. Por delante, Dan Martin, colosal su actuación, se coronó en Sega di Ala y cerró el círculo. Solo le faltaba ganar una etapa en el Giro. En la cima, Yates bailó su amenaza sobre Bernal, que entró torcido, encogido, con el rostro cambiado. Nada de sonrisas tras dos semanas con cara de ganador. El inglés se personó en el podio del Giro. Es tercero tras desterrar a Carthy, Vlasov y Barder. Caruso se sostiene. El líder manda, pero no tanto como parecía. Yates agrieta a Bernal.