Leonardo Bonucci está muy contento: su amigo del alma, Álvaro Morata, sigue siendo la misma persona de siempre, es decir, "un gran chico, un gran padre, un gran amigo y un gran jugador" y a partir de ahora el tío más enrollado del mundo. Álvaro Morata no ha podido salir del bucle amor-odio generado alrededor de su persona y justo en la antesala de la final a la criatura le da por meter el gol del empate, saliendo desde el banquillo para desconcierto de su amantísima pareja de colegas el la Juve, Bonucci, su amigo del alma y a partir de ahora por siempre jamás, y Chiellini, ese tipo con ese rostro tan peculiar, como esculpido para un figurante de una película de Francis Ford Coppola.

Resulta que Morata anotó el gol de la igualada, que desconcertó sobremanera a la escuadra italiana, y fue quien falló el penalti decisivo de la tanda final, provocando el delirio entre los azurriazurri, que están en pleno proceso de regeneración después de no clasificarse ni tan siquiera para el Mundial de Rusia 2018,y ya se han puesto a promover una colecta para levantar una estatua en Turín en honor a ese desarraigado madrileño, casado con una italiana, que sufrió el síndrome de persecución tras su deficiente actuación en la fase de grupos de la Eurocopa, luego alcanzó la redención y finalmente se queda en una especie de limbo, es decir, que en la Juventus, el club donde comparte cosillas con los rudos Bonucci y Chellini, le darán una grata bienvenida cuando se inicie la pretemporada y en el Foro volverán a decir lo de siempre, que Morata no termina de concretarse, o sea, que es un delantero indefinido, capaz de desconectar con un gol majestuoso (recuerdan, ante Croacia, o frente a Italia) y fallar justo en el instante donde jamás se puede fallar, en el penalti decisivo.

Y mira que Unai Simón estuvo espléndido, deteniendo en la tanda de penaltis el primero de los italianos, lanzado por Locatelli. Pero ahí se quedó su historia, al borde de convertirse en un personaje legendario cuando apenas ha iniciado su carrera futbolística.

Ahora bien, ¿mereció Italia clasificarse para la gran final de esta Eurocopa distópica? Realmente no, pero tampoco se puede decir lo contrario. La selección española manejó el partido, confeccionó las mejores jugadas, pero solo en una ocasión, lanzó entre los tres palos de la portería defendida por Donnarumma, y fue precisamente en el espléndido gol de Morata, el antihéroe fustigado, pero desde ahora muy querido en Italia. Puede dar por seguro el delantero que allá no recibirá mensajes siniestros, como los que denunció en Madrid a resultas de su escasa puntería en la fase de grupos, y sí ramos de flores y una tarantella en su honor.

Morata anotó el gol tras controlar y luego definir un magnífico pase de Dani Olmo, sin duda la gran sensación del campeonato. El jugador catalán estuvo en la órbita del Barça y pasó de puntillas en el gigante blaugrana. De repente, un jugador de Terrassa triunfaba en la liga croata, qué exótico. Su buen hacer en el Dinamo de Zagreb le llevó hasta el RB Leipzig, donde ejerce de mariscal.

Así que Dani Olmo ha pasado como inadvertido todos estos años, hasta que el conspicuo Luis Enrique le reclutó para su ejército de pringados, a quién se le ocurre, mira que no convocar a ningún jugador del Real Madrid, y resulta que es un jugador fabuloso, desde luego ante Italia el mejor del colectivo. Jugando entre líneas, sembrando el desconcierto en las filas de los azurri, con el implacable Chiellini dudando si salía de la cueva para sujetarle o se quedaba vigilando la viña. Estaba claro que Luis Enrique también le había echado el ojo a Laporte, titular indiscutible en los seis partidos de la Eurocopa, así que puede ir cualquier día de estos a Agen, su pueblo, y presumir ante sus paisanos, que se joda Deschamps por no haberme convocado para jugar con la archifavorita Francia.

Es curioso. Frente a Italia desfilaron hasta cuatro futbolistas del Manchester City (Laporte, Ferran Torres, Eric García y Rodri), todos ellos suplentes en el equipo de Pep Guardiola. El rebaño de Luis Enrique, gente noble, sin muchas ínfulas y muy aplicada, ha llegado hasta donde casi nadie imaginaba que iba a llegar. España cayó por los imponderables del fútbol (Morata héroe-villano), mientras en Tele 5 los tertulianos ¡aplaudían! como hinchas de bodegón y Manu Carreño gritaba el gol de Morata que ni salido de la Bombonera de Boca.