El día del cambio de hora, ese momento que unos odian, otros aman y a algunos les trastoca los ritmos vitales, llega este otoño la madrugada del sábado 30 al domingo 31 de octubre (la fecha se fija siempre tomando como referencia el último domingo del décimo mes). Esa noche a las tres de la madrugada habrá que atrasar los relojes (muchos ya lo hacen solos) a las dos, con los que los más juerguistas dispondrán de una hora más de fiesta y los más dormilones una hora más de cama. Vamos, que ese domingo día 31 será un día de 25 horas. La otra consecuencia es que amanecerá antes.

Quienes no lo verán con buenos ojos serán aquellos a quienes les parece dramático que a las seis de la tarde empiece a anochecer y también las personas a las que el cambio de horario les provoca un desajuste de sus ritmos vitales, que no son pocas, y que se traducen en cansancio, somnolencia o falta de atención, más notable en bebés, ancianos y personas con patologías, pero también en mascotas. Es una sensación similar a la del jet-lag, aunque pronto el organismo se adapta.

Este cambio al horario de invierno (que durará hasta el 27 de marzo de 2022) no es caprichoso, sino que ha sido de obligado cumplimiento para todos los Estados miembros de la Unión Europea, a través de la directiva europea 2000/84/CE. Desde 1996 tiene lugar el último fin de semana de octubre, pero antes era en septiembre. El objetivo es adecuar la jornada laboral a las horas de luz y en principio se instauró para lograr un ahorro energético. De hecho se remonta a la década de los 70, con la primera crisis del petróleo, cuando varios países decidieron adelantar la hora para aprovechar la luz solar y consumir menos electricidad. España se unió en 1974, y en 1980 la Comunidad Económica Europea (aún sin España) publicó la primera directiva para regular el tema.

Los datos avalaban el cambio. El Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía estima que el ahorro energético ronda el 5% en España, lo que se traduciría en 350 millones de euros, 100 de ellos de consumo doméstico, unos 7 euros por cada hogar.

Europa quiere que cada país fije un horario

Pese a ello, parecía que estas modificaciones horarias tenían los días contados. La Comisión Europea propuso acabar con ellas ya en 2019, dejando a cada país que eligiera si se quedaba definitivamente con el horario de verano o con el de invierno, y después el Parlamento Europeo retrasó el proyecto y propuso que el último año con cambio de hora fuera este 2021. Pero la iniciativa resultó demasiado precipitada, ya que requiere de estudios por parte de cada país, y además poco después llegó la pandemia de covid-19, con lo que parece que al menos durante unos años todo seguirá como está ahora.

España no ha decidido con qué horario se quedaría. El Gobierno designó un comité de expertos para que tomara una decisión, pero no llegaron a un acuerdo y se mantiene un periodo de reflexión. Por un lado el horario de invierno acercaría a España a los horarios europeos, pero por otro lado, al ser un país tan ligado al sol y al turismo podría interesarle quedarse con el de verano y que anochezca más tarde.