o de ellos no es fichar cada mañana en una oficina o ir a diario a la misma fábrica. Alguno probó ese estilo de vida, otros tenían claro desde hace tiempo que eso no iba con ellos y que lo suyo era el campo y los animales. Asier Sagasta (25 años), Aritz Eizagirre (22 años) y Maider Intxausti (45 años) saben que son una excepción. Los jóvenes de hoy en día no ven en los caseríos su oficio hasta el punto de que algunas explotaciones y terrenos de Euskadi empiezan a quedar abandonados al no haber quien los cuide. Vivir del primer sector no es tarea fácil, implica estar disponible las 24 horas y los 365 días del año, pero lo que obtienen a cambio, afirman estos tres jóvenes, no lo consiguen en ningún otro lado.

Aritz Eizagirre tenía claro desde los 14 años que se iba a dedicar a la ganadería. “Lo que me dan las vacas no lo consigo en otros trabajos. Nunca he querido oír ni hablar de fábricas ni de oficinas. Sé que es muy atado, pero no lo cambio por nada”, cuenta este joven ganadero de Zestoa que, no obstante, llegó a estudiar mecánica e incluso fue a un taller “a probar”.

Pero lo que a él le tiraba era el caserío familiar; estar en contacto con las vacas, cuidarlas y ordeñarlas. Por lo que hace unos años, cuando en casa tuvieron que elegir entre ampliar la nave o sacar el producto a la calle, vio su oportunidad. Ahora, con tan solo 22 años, Aritz tiene su propia marca de leche, Xarrondo Esnea, a la que ya le está dando continuación con los primeros yogures que ha sacado al mercado. “Sé que no es lo habitual, en mi cuadrilla no hay nadie que viva del caserío y solo conozco a uno de mi edad que lo haga. Es un sacrificio grande y aguantas muchas cosas”, comenta.

Con tres años más, Asier Sagasta tiene una cuadra de 450 cabezas y una quesería, Atzalde Gazta, en Eskoriatza. Desde pequeño ha convivido con animales, ya que en su caserío familiar siempre ha habido ganado, aunque “nunca han vivido de él”. “A mí siempre me han interesado y a día de hoy puedo decir que yo sí que vivo del caserío”, explica este pastor que estudió en la Artzain Eskola y realizó un grado medio de ganadería en Iruñea antes de embarcarse en su propio caserío.

“Para poder vivir hay que dedicarse a algo. Lo normal es ir a la fábrica y listo, pero no es lo mío”, comenta, al tiempo que señala que la decisión de trabajar en el primer sector es también una manera de reconocer el trabajo de las generaciones anteriores y seguir su tradición: “Si no hay quien siga este oficio, acabaremos comiendo todos pastillas”.

“Es verdad que muchos caseríos se están quedando vacíos y hay tierras libres porque las nuevas generaciones no quieren seguir viviendo del primer sector, pero, por otro lado, en las formaciones que realizo veo a muchos jóvenes que se embarcan en proyectos propios y que quieren vivir de esto”, opina Maider Intxausti, enfrascada desde hace dos años en el cuidado de caballos, yeguas y potros en el caserío Ojarbi, en Idiazabal.

Maider ha llegado a este sector de rebote, cuando su marido y la familia de este decidieron convertir su afición por los caballos en su negocio y ella necesitaba conciliar ser madre de cuatro hijos con su oficio. Así, pasó de trabajar en una empresa de alquiler de construcción a hacerse cargo de la explotación de una cuadra. “Voy de la mano de mi marido, que es el que sabe del negocio, y no paro de formarme con cursos. No es solo ser ganadera, es también introducir las nuevas tecnologías en el sector. Tengo ganas de innovar y quiero seguir ampliando el abanico de ideas que tengo”, apunta.

Este giro profesional “ya se lo olían” en su cuadrilla, por lo que nadie quedó extrañado cuando anunció que iba a vivir de un caserío. Aunque como en todo “hay opiniones de cualquier tipo”, tampoco recibió malas miradas de sus compañeros de profesión al sumergirse en un mundo dominado por hombres. “De por sí no hay muchos ganaderos, así que las mujeres son muy pocas, pero yo ya venía de un sector como el de la construcción donde era una excepción, así que tengo el callo hecho”, apunta entre risas.

Ilusión para no abandonar

“Es un oficio atado y con muchos sacrificios”

Hacerse ganadero o pastor implica olvidarse de tener días libres y vacaciones. Hay que estar disponible las 24 horas y los 365 días del año. Algo que siendo joven es muy difícil de asumir. “Es un oficio atado y con muchos sacrificios. En mi caso, sobre todo, durante la temporada de ordeño. Si sales con los amigos, por ejemplo, tienes que tener claro que ellos al día siguiente van a poder quedarse en la cama a dormir sin problemas, pero tú a las seis de la mañana tienes que estar despierto”, advierte Asier.

Aritz lo corrobora. Afirma que ser ganadero “es diferente a cualquier otro trabajo” y debes adaptar tu vida social y de ocio a ello. Un domingo puede quedar perfectamente con su cuadrilla para comer, pero la sobremesa, por mucho que le apetezca, nunca puede entrar en sus planes; a las 19.00 horas debe ordeñar las vacas. “Tengo gente y familia que podrían ayudarme y hacerlo, pero no es lo mismo. Si estoy un día sin ir a ordeñar a las vacas, no me siento agusto y no soy feliz”, asegura, añadiendo que al ser un negocio suyo lo ve como una obligación que le corresponde a él: “Así, si algo sale mal, no puedes echarle la culpa a otra persona”.

Maider, aunque considera que su forma de vida “no ha cambiado”, sí que reconoce un cambio de mentalidad que todavía le está costando aceptar.

“En época de parto, a pesar de tener cámaras para monitorizar la vigilancia, tenemos que estar todo el tiempo encima para controlar. No es nada sencillo”, apunta. No obstante, para ella renunciar a cierta vida que antes podía hacer no es un sacrificio. “No lo considero así porque estoy muy ilusionada. Tener ilusión es la clave para trabajar en el primer sector, porque no es fácil adaptarse”, indica Maider.

Ninguno de estos tres baserritarras tiene dudas de su elección y animan a los jóvenes, sobre todo a los que proceden de un caserío familiar, a continuar con el oficio. Eso sí, teniendo claro lo que implica y siendo conscientes de sus limitaciones. “Empezar de cero hoy en día es imposible. Hay muchos gastos, por lo que hace falta tener una base y un colchón. Otra cosa es empezar con algo pequeño, con ocho vacas, por ejemplo, para vender tu propio yogur”, asegura Aritz.

Asier, por su parte, aconseja que antes de dar cualquier paso se tenga claro lo que ello conlleva: “Es bonito verlo desde fuera, pero hay que hacerlo. Si se está mentalizado de ello y, sobre todo, si es tu pasión, adelante”.

“Lo que me dan las vacas no lo consigo en otros trabajos. Sé que es muy atado, pero no lo cambio”

Pastor de 22 años

“Lo normal es ir a la fábrica, pero no es lo mío. Si no hay quien siga este oficio , solo comeremos pastillas”

Ganadero de 25 años

“Hay que aprovechar la tecnología. Aunque sea de dedicación completa, buscamos conciliar”

Ganadera de 45 años