o está de más reconocer que el número de empresas que obtienen resultados exitosos haciendo básicamente lo mismo que han hecho en las últimas décadas es aún significativo. ¿Por qué cambiar si nos va bien? Ahí van dos datos: En el Estado español hay aproximadamente 3.280.000 empresas. De todas ellas, solo 41 tienen más de 150 años de historia. Echen cuentas. De ahí deduzco tres cuestiones: la primera, que seguir haciendo lo que hemos hecho siempre no es estar igual, sino retroceder. Y segunda, que es mejor comenzar a testar alternativas en épocas de números positivos que cuando se tiene la soga al cuello.

Hace tiempo manejo la tesis de que la innovación, al igual que otros ámbitos de la empresa como los gestión económico-financiera, marketing, calidad, fabricación o la cadena de suministro, requiere una disciplina de gestión con todas las letras. Sin embargo, los indicios apuntan a que “lo de la innovación” lo incorporamos en el discurso, pero el día a día se parece más a un vano intento de nadar y guardar la ropa, cuando no de hacer trampas al solitario.

Quizás lo difícil sea asumir las implicaciones de lo que verdaderamente consiste gestionar la innovación, porque veo demasiada mentalidad de experimentar poco, pretender acertar a la primera y satanizar el fracaso. Y con frases como las de “ya intentamos aquello y salió mal”, o “entrar ahí va a ser más que complicado”, es más que posible que nos vayamos a freír puñetas. ¿Y qué implica pues innovar? Recientemente un estudio arrojaba datos sobre el retorno de inversión que obtenían las entidades de capital riesgo que financiaban proyectos de innovación y nuevas empresas de EEUU en los años comprendidos entre 2003-2013. De los resultados de centenares de proyectos, el estudio concluía que sies de cada diez inversiones (64,8%) realizadas en proyectos iniciales habían perdido dinero y no consiguieron dar retorno a las apuestas realizadas. ¿Y positivos? Pues tres de cada diez (33,7%) ganaron dinero. De esos tres de cada diez que obtuvieron buenos resultados, el 25,3% dieron un retorno equivalente a entre uno y cinco veces el dinero invertido, el 5,5% retornaron cantidades entre cinco y diez veces a las invertidas, y solo cuatro de cada diez (0,4%) devolvieron unos resultados extraordinarios a los invertidos (más de 50 veces lo aportado).

¿Lección? Innovar significa experimentar mucho, fracasar incurriendo en el menor costo posible para que de todas las apuestas, las exitosas cubran la inversión de las que caigan en saco roto y generen resultados positivos. Por el contrario, la realidad de muchas empresas se encuentra inmersa en una lógica de lanzar una o dos iniciativas y pretender que den en la diana, no pocas veces crucificando a las personas que tratan de impulsarlas si no lo hacen de forma exitosa. A menudo, la no asunción del riesgo inherente a la innovación y de la poca cultura del fracaso viene a fortalecer una concepción que nos lleva al “síndrome de la rana hervida”, donde si pones al bicho en agua tibia y progresivamente se va calentando, el anfibio termina hervido antes de que sea consciente y pueda escapar. La innovación requiere asumir el riesgo y la incertidumbre, ser capaz de establecer una forma de funcionamiento en la que se generen, testen y adapten nuevas ideas a través pruebas controladas basadas en evidencias, pero incurriendo en el menor coste posible.

La cuestión es que eso de entender que el fracaso es parte inherente de cualquier iniciativa innovadora nos va mejor cuando son otros/as los que fracasan. Sin embargo, pretender acertar con una o dos balas es contrario a lo que nos enseñan las evidencias. ¿Cómo hacerlo entonces? Es posible que estos 4 principios o recomendaciones puedan resultar de especial ayuda: 1. Aprovechando recursos propios, socios y colaboradores, invertir y gestionar un portfolio de proyectos e iniciativas antes que poner todos los huevos en un mismo cesto. 2. Comenzar con apuestas pequeñas de inversión y recursos mientras que el riesgo y la incertidumbre de los proyectos sea alto. 3. Incrementar las apuestas de forma incremental e ir introduciendo más fondos a medida que la evidencia de los testeos y experimentos sugieran un nivel de riesgo y potencial real y 4. Gestionar y tener la concepción del retorno de inversión del conjunto de iniciativas, y no de los proyectos individuales.

Se trata de fracasar mucho, lo antes posible y con la menor inversión, porque de un número amplio de pruebas será de donde seamos capaces de aprender y desarrollar iniciativas que verdaderamente aseguren la sostenibilidad de las organizaciones.

Insisto. Es fundamental olvidarse de la idea de que se vaya a acertar con un único proyecto y centrar la mirada en el retorno del portfolio de proyectos en su conjunto. Sobre el cómo configurar un portfolio de proyectos de innovación se trata de gestionar un conjunto de iniciativas en paralelo y atacando distintos tipos de innovación (eficiencia, sostenibilidad y transformacionales), cuestión que trataré en posteriores artículos. Al final, la innovación es una disciplina de gestión que es fundamental preservar… mientras el día a día acapara la práctica totalidad de los recursos. Es el arte de asumir el fracaso como aprendizaje sin morir en el intento, a sabiendas que de diversos intentos se obtendrán algunas opciones ganadoras. Ahí su dificultad.

En suma, si no somos capaces de asumir las implicaciones de lo que verdaderamente implica comprometerse con la innovación, por lo menos seamos conscientes de ello. Por lo demás, siempre nos queda ir languideciendo haciendo lo que siempre hemos hecho, o viviendo de éxitos pasados que sí o sí tendrán fecha de caducidad.

Mondragon Unibertsitatea. Investigación y transferencia