os encontramos ante lo que en economía se define como shock de oferta, una paralización parcial o total de la actividad económica en ciertos sectores o industrias. No es difícil aventurar que la situación va a ser a ser peor que la crisis derivada de la quiebra de Lehman Brothers, en la medida en que impacta de forma mucho más significativa a los flujos globales de producción, oferta y demanda. La pasada semana el secretario de estado de EEUU Steven Muchin estimaba que la tasa de paro actual del 3,5% del país podría incrementarse hasta un 20% debido a la pandemia. La Organización Internacional del Trabajo afirma que el virus puede erosionar 25 millones de empleos en el mundo, y Goldman Sachs que en 2020 se perderán 300.000 empleos en España si la crisis dura solo un mes. A partir de ahí, in crescendo. En cuanto a España, un dato. El turismo representa el 14,6% del PIB y emplea a 2,8 millones de personas con un empleo temporal del 27%. Echad cuentas solo con eso. Es para ponerse a temblar.

El problema es que las medidas de estímulo económico convencionales no van a servir en este momento, ni algunas de las aplicadas en la crisis derivada de las subprime (que por cierto, tampoco surtieron el esperado efecto en aquel entonces). Al final, el dinero para comprar deuda suele acabar en las estructuras macro en lugar de ir a salvar a las empresas, autónomos y empleos. La cuestión es que no estamos ni en una tesitura de falta de liquidez, ni de demanda, sino que es el sistema el que se ha parado. Como apunta acertadamente Marc Vidal, cuantos más días de parálisis se sucedan, más complejo será abordar las soluciones al “viejo estilo”.

Se puede discutir si han sido tarde o cuando se ha podido (en lo que respecta a Europa, aun a verlas venir, con eso lo digo todo), pero los gobiernos han lanzado una batería de medidas en progresión. En un inicio fueron timoratas e insuficientes. Las medidas de flexibilización tributaria y avales significan únicamente aplazar la pena de muerte para las empresas, habida cuenta de que la mayoría de pymes y autónomos no tendrán qué avalar ni caja disponible. Preguntadle a un autónomo qué le aporta poder aplazar sus cuotas si no están facturando ni un puñetero duro, ni sabe cuándo podrá hacerlo. Si las empresas no pueden operar, no facturan, y si no facturan ni operan, quiebran. Y el empleo se va al carajo. ¿Qué porcentaje del tejido empresarial tiene liquidez suficiente como para soportar dos meses de actividad sin ingresos?

A todo esto, la semana pasada el Gobierno español activó un plan a costa de déficit con una cuantía equivalente al 20% del PIB. Cobertura a pymes y autónomos, expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) donde el coste de las personas trabajadoras lo asume el Estado con el seguro de desempleo, iniciativas para dar liquidez a empresas, moratoria de hipotecas y reducciones de pagos de servicios básicos para personas que hayan caído en situación de desempleo. Iniciativas para que empresas y trabajadores puedan recurrir a una generalización del teletrabajo, 30 millones de euros destinados a potenciar la investigación de una vacuna contra el virus, iniciativas para blindar a las empresas españolas para impedir que en esta debacle bursátil capital extranjero pueda comprarlas aprovechando la merma en el valor de sus acciones, etc.

En lo que respecta a Euskadi, movilización de más de 1.000 millones en total de los cuales 586 millones de euros son para apoyar las empresas. A costa de déficit, pero también de remanentes. Y con el detalle de que, a diferencia de España, cuenta con unas cuentas saneadas. 200 millones para el sistema sanitario, una línea de 500 millones a través de Elkargi para aportar liquidez a empresas, exoneraciones de pagos de alquileres a desempleados por causa del virus, compra de producción excedentaria a pequeños productores agroalimentarios, 18,4 millones para adquisición de tecnología que fomente el teletrabajo, y aplazamiento de alquileres para empresas, entre otros.

Y todo esto, ¿va a ser suficiente? No lo creo, porque la que está cayendo es de manda narices. Quizás sea interesante fijarnos en Dinamarca. El Gobierno danés, en un plan que moviliza lo equivalente al 13% de su PIB, se ha dirigido a las empresas afectadas por la crisis para ofrecer que el Estado les abonaría el 75% de los salarios de sus empleados para evitar los despidos masivos con un importe máximo por trabajador. Por otra parte, también ha decidido garantizar con el respaldo del Estado hasta el 70% de los nuevos préstamos a empresas. De Alemania y Francia, poco reseñable que resaltar. ¿Y la UE? Pues su falta de cintura hasta el momento es alucinante. No sé a qué carajo esperan para dejar de plegarse a Alemania y crear un tesoro único que emita los tan necesarios eurobonos que permitan aliviar las tensiones de deuda pública de las naciones, esperamos que lo hagan más pronto que tarde.

Sobre la paralización de la actividad económica en su conjunto, coincido con la reflexión de esta semana de Zigor Urkiaga y las dos dudas que planteaba: ¿qué es lo esencial y qué no lo es? Y la segunda, ¿somos conscientes del nivel de interrelaciones de una actividad/sector con otros? Tal y como apuntan los expertos sanitarios, lo sensato es que aquellas empresas que no puedan garantizar la desinfección en sus instalaciones, minimizar el riesgo de contagio de las personas trabajadoras u optar por lógicas de teletrabajo, bajen la persiana. Sin discusión. A partir de ahí, caer en maximalismos de que hay que cerrar “todo lo no esencial”, pues no lo veo. Porque si se para por completo va a haber empresas que no van a volver a arrancar. Si no se formalizan operaciones empresariales, el porrón de millones en avales que plantean las ayudas no van a servir para nada, considerando que para muchas empresas, cesar la actividad y dejar de proveer a sus clientes implica indemnizaciones contractuales de suficiente calado como para dejar en barbecho o quebrar la actividad. ¿O podemos costear toda esta parada? Quizás, el error sea esperar soluciones simples para una situación tan compleja como la que nos ocupa. Toca sufrir. Fuerza y ánimo.Mondragon Unibertsitatea. Investigación y transferencia