llegó el verano acompañado por un goteo de malas sensaciones o síntomas desde las sedes del Banco Central Europeo (BCE) y la Reserva Federal de EEUU (FED). En el primero, su presidente, Mario Draghi, no podrá despedirse con una subida de tipos de interés, mientras que al otro lado del Atlántico, Jerome Powell, presidente de la FED, insinuó que podría bajar los tipos para adaptarse al ambiente pesimista que se respira, agravado por las tensiones comerciales y arancelarias entre Trump y Pekín. Digo Trump, y no Washington, porque no es un enfrentamiento entre gobiernos, sino la estrategia personal de quien pone la economía de su país al servicio de sus intereses electorales.

Tanto Draghi como Powell utilizan, respectivamente, el euro y el dólar con la pretensión de hacer más competitivas sus economías y conjurar el riesgo de una nueva recesión que, dicho sea de paso, dicen verla cercana. Las diferencias entre ambos son significativas, aunque sus medidas anunciadas sean parecidas. Pero centrémonos en Draghi, que ve cómo los nubarrones e incertidumbres económicas han arruinado su estrategia en la recta final de su mandato al frente del BCE, hasta el punto de anunciar que puede retomar el plan de estímulos monetarios que ha llevado a cabo desde que advirtiera (26 de julio de 2012) que el BCE “hará todo lo necesario para preservar el euro. Y, créanme, será suficiente”.

Pues bien, pasado este septenio, la situación sigue siendo preocupante. Desciende la confianza del consumidor europeo, persiste riesgo de deflación, el crecimiento está estancado y el mercado laboral sigue siendo precario e inestable. No debe extrañar, en consecuencia, que se busquen medidas para revertir la situación. Claro que, visto lo que se ha conseguido hasta la fecha, ¿qué garantías ofrece el BCE si se limita a reactivar los estímulos monetarios que, de forma palpable, han sido insuficientes? Lo primero es tener un diagnóstico, teniendo en cuenta todas las variables, incluido el Brexit del que ahora se habla poco, pero que se proyecta como un reto de incalculables consecuencias.

Pero sobre todo, es preciso que las instituciones europeas, y sus responsables de la política económica, dediquen más tiempo al mercado laboral, porque, se mire por dónde se mire, el verdadero motor de un crecimiento sostenible reside en las decisiones que toma la ciudadanía respecto al consumo y éste depende de su renta, es decir, depende de la situación laboral y los salarios. En este sentido, habrá que reconocer (para qué seguir con el engaño) que la crisis económica no ha quedado atrás como dicen muchos políticos. Ni se ha recuperado el nivel y calidad del empleo que existía hace más de una década, ni se han solucionado los problemas de endeudamiento, tanto público como privado.

Hay otros problemas, como los créditos bancarios al consumo o el alza de precios inmobiliarios. En ambos casos el BCE alerta ante el riesgo de que los bancos vuelvan a soportar una peligrosa morosidad y que la subida de precios termine en una nueva burbuja en el mercado español, tal y como señala en su Informe de estabilidad financiera de mayo, donde también se dice que 12 países han tomado medidas para atajar vulnerabilidades respecto al sector inmobiliario residencial entre los que no se encuentra España. “Es importante vigilar la calidad de los estándares crediticios para asegurar que los nuevos hipotecados sean resistentes a los vaivenes en sus ingresos y en los tipos de interés”, expone el regulador europeo en el informe.

La pregunta es simple: ¿Puede el BCE revertir esta situación volviendo a la política monetaria que puso en marcha en 2012? O, dicho con otras palabras, ¿Puede estimular de la demanda y el consumo manteniendo o bajando los tipos de interés? Puestos a ver la botella medio llena, la afirmación de Draghi, antes referida, fue como un balón de oxígeno que evitó la quiebra del euro en aquel momento, pero también habrá que reconocer que no fue suficiente porque careció de la eficacia necesaria para reactivar un área económica tan compleja como la eurozona, en la que conviven países con poder industrial, ricos y acreedores junto a otros mucho menos industrializados, más pobres y peligrosamente endeudados.

Como se puede comprobar, los anuncios del BCE sólo ponen mayor incertidumbre en el escenario. Podrá poner más bajos aún los tipos de interés o poner en manos de los bancos más dinero para destinarlo al consumo, pero si no hay una reactivación real del mercado laboral, muchos serán los que no puedan consumir y muchos los que no puedan amortizar sus créditos.