Es posible que un trabajo a tiempo completo en una empresa no sea una opción tan mayoritaria en un futuro. La cambiante naturaleza de los trabajos, así como la forma de poder realizarlos está haciendo que en las regiones de mayor dinamismo económico y empresarial un número creciente de personas opten por enfoques distintos al trabajo permanente a largo plazo. Emulando a las actuaciones cortas de un grupo musical (Gig), al trabajo independiente temporal se le ha bautizado como Gig economy. En verdad, diría que es algo que ha existido desde el principio de los tiempos. Sin embargo todo parece indicar que a medio-largo plazo se potenciará incorporando nuevos matices al profesional del siglo XXI.

A grandes rasgos, el trabajo independiente se caracteriza por aportar un alto nivel de autonomía, por acordar una remuneración en función de objetivos y trabajos realizados, y por una relación temporal entre quien contrata y quien realiza el trabajo. Ahora bien, dentro de este saco existen realidades muy distintas que es conveniente diferenciar. La organización mundial del trabajo divide la realidad del trabajo independiente en función de dos factores. El primero está en si se realiza por opción personal o porque no hay otro remedio, y el segundo si el trabajo independiente supone la fuente de ingresos principal de la persona, o es una complementaria a otra de carácter más estable. Según estas dos variables se extraen cuatro tipos de perfiles de trabajadores independientes que van desde personas con minijobs y el concepto de persona trabajadora pobre en condiciones denunciables, a profesionales que al igual que las estrellas del rock, tienen managers que les gestionan contratos de trabajo en proyectos o retos de empresas específicos a cambio de sumas de dinero muy, muy relevantes. ¿Y qué es lo que se paga tanto? Pues el conocimiento escaso y de alta cualificación, el acceso al mismo, la reputación y la diligencia.

Un estudio de la consultora McKinsey de 2016 estimaba que en España había alrededor de 12 millones de personas trabajando de forma independiente, y que este perfil de profesional representaba entre un 20/30% de las personas trabajadoras en EEUU y Europa.

Si vamos a los cuatro perfiles en el estado Español, el apartado indeseable lo encontramos en quien ejerce de independiente por pura necesidad. Según McKinsey esta parte supone aproximadamente un 48% de los 12 millones. Son personas que estarían encantadas de tener un trabajo a tiempo completo que por diversas razones no logran obtener (unos tres millones), así como otras personas, que aun teniendo un trabajo requieren de terceros miniempleos porque con lo que ganan no les llega (dos millones aproximadamente). Evidentemente, aquí hay un drama social que requiere ser tratado con tiento, profundidad, y en otro espacio.

En la otra parte están las personas que trabajan como independientes por decisión propia. Según el estudio corresponden a un 58% del total, divididas entre aquellas que se ganan la vida de este modo (unos tres millones), o aquellas que complementan un trabajo con otras actividades por decisión propia (unos cuatro millones).

Un aspecto relevante a considerar es que el nivel de satisfacción con sus trabajos que muestran aquellas personas que trabajan como independientes resultan significativamente superiores a aquellas personas que tienen trabajos tradicionales. Entre estas últimas, figuran elementos desmotivantes como las consecuencias de pasar gran parte de su vida en trabajos monótonos que no aportan nada, la sensación de trabajar para un tercero, tener a un jefe que coarta la autonomía y el desarrollo profesional, estar cansado de las guerrillas entre departamentos o del politiqueo inherente a toda empresa.

En la era digital en la que estamos inmersos, la proliferación de plataformas online como Upwork y oDesk que conectan empresas, necesidades y profesionales independientes es un hecho. Solo estas dos ofertan más de tres millones de trabajos al año, cinco millones de clientes integran a más de doce millones de personas que trabajan por cuenta propia. El funcionamiento de estas plataformas es sencillo. La empresa que tiene una necesidad define el trabajo que requiere hacer y la plataforma online funciona como intermediaria. Definido el trabajo, los profesionales independientes optan por poder desarrollarlo. Quien resulte seleccionado firma un contrato a través de la plataforma, y ésta última se lleva una pequeña comisión.

El futuro de las carreras profesionales implicará cambiar el concepto de trabajo en sí mismo y la forma en la que se realiza. Cada uno de los agentes involucrados en el mercado de trabajo (empleadores, empleados e intermediarios) deberán reorientar viejas concepciones y entender que distintos tipos de relación pueden aportar conocimiento, perspectiva o energía de la que actualmente carecen muchas empresas.

Parece razonable pensar que se requerirán cambios en políticas y fiscalidad para facilitar que personas en roles tradicionales no vean tantas trabas para volverse en independientes, que otras desempleadas tengan más opciones para poder desarrollar otro tipo de trabajos, y que las empresas normalicen la contratación de servicios y proyectos que, si bien es cierto que lo han practicado desde el principio de los tiempos, no siempre las han utilizado bajo una concepción progresista y/o con resultados beneficiosos para todas las partes.

En cuanto a la Gig Economy, el concepto tradicional de trabajo a horario partido/relevo poco o nada tiene que ver con una forma de trabajo cada vez más significativa que según los vaticinios crecerá de forma progresiva. Indudablemente, se atisban elementos positivos y negativos, pero deja a las claras una clave esencial que a veces se nos olvida, y no es otra que si queremos condiciones de calidad, esforzarse por desarrollar un conocimiento y saber hacer por el que alguien esté dispuesto a pagar será fundamental. Y esa responsabilidad es personal, e intransferible.