Uno de los llamativos, a la vez que preocupantes, reclamos electorales y del gobierno Trump ha sido y es la construcción de un muro a lo largo de la frontera entre Estados Unidos (de América) y los Estados Unidos Mexicanos. Y hoy se convierte en el principal obstáculo para la aprobación del presupuesto de la administración estadounidense, paralizando el país con el cierre de ocho de sus ministerios con sus correspondientes trabajadores y agencias. Grave consecuencia que se une a los trágicos enfrentamientos de su ejército y policías de frontera con la caravana de la dignidad, que pretende entrar en el paraíso norte americano tras largo y penoso recorrido desde Honduras.

Trump se empeña en continuar (de forma acelerada y extrema) con la magna obra iniciada por presidentes anteriores (Bush, Clinton, Obama) levantando muros físicos a lo largo del Río Bravo, haciendo de Estados Unidos y México vecinos distantes. Desgraciadamente, muros del material que sea (incluso aquellos invisibles o intangibles), se han generalizado a lo largo del mundo. Y el muro estadounidense pretende erigirse en aterrador mensaje para poblaciones vecinas llamadas a configurar un espacio común y/o compartible, desde sus propias identidades, aspiraciones y decisiones, en algún futuro post Trump. Afortunadamente, la inteligencia democrática y el desarrollo de espacios naturales termina generando, de vez en cuando, ideas innovadoras en lo que podríamos definir como una novedosa corriente de innovación territorial, geopolítica y socioeconómica, sustituyendo murallas físicas fijas por espacios cambiantes.

En esta confianza, contemplamos casos que por voluntad democrática pueden dar lugar a transformaciones innovadoras como la inevitable generación de “un espacio fronterizo blando”, irlandés, que posibilite un Brexit acordado o la deseada supresión de “fronteras político-administrativas que dividen a un pueblo y comunidad vasca en tres espacios diferenciados dentro de dos Estados diferentes en el seno de la Unión Europea”. En este marco, sin embargo, una de las mayores preocupaciones mundiales no es otra que la migración de las poblaciones. Y una idea dominante (de escasa y compleja aplicación temporal) pasa por proclamar la necesidad de invertir en aquellos países o regiones, comparativamente empobrecidos, origen de los principales flujos de emigración, para “atacar y resolver el problema en origen”. De una u otra forma, el desarrollo rural impediría el desplazamiento hacia las ciudades, la descentralización evitaría la concentración metropolitana y, sobre todo, invertir en los polos origen limitaría la necesidad, real o percibida, de emigrar.

Bajo esta idea general, diferentes modelos de desarrollo se han experimentado trascendiendo de los límites administrativos y políticos vigentes. Un buen ejemplo es la isla de Batam en Indonesia. La limitación de territorio físico de Singapur, su diferencia económica favorable respecto de las zonas próximas de Indonesia y Malasia, así como sus necesidades de expansión manufacturera y, en consecuencia, mano de obra, generaban una demanda migratoria atractiva para la población indonesia. Singapur quería contar con los beneficios de dicha población, pero evitando una masiva entrada de malasios e indonesios, por lo que codiseñó, junto con Indonesia y Malasia, una zona de libre comercio en la isla de Batam. Hoy la Isla de Batam es uno de los principales hubs de desarrollo del triángulo Singapur-Tailandia-Malasia en el creciente sureste asiático.

En esta línea, volviendo al inicio de este artículo, el 1 de diciembre, México estrenaba presidente: Andrés Manuel López Obrador. La fecha coincidía con la caravana de la dignidad, supervivencia y empleo que, desde Honduras y Guatemala, cruzaba el territorio mexicano con un objetivo: entrar en Estados Unidos de América. El presidente Trump enviaba destacamentos militares (decenas de miles) a su frontera, dictaba decretos endureciendo las normas migratorias, detenía y retenía a quienes pasaban ilegalmente, paralizaba autorizaciones en curso de miles de inmigrantes con años de residencia y trabajo (legal o ilegal, formal o informal) y separaba a los niños de los adultos con los que viajaban. Y exigía al gobierno de México “intervenir y cerrar su frontera sur con Guatemala” a la vez que recordaba a congresistas y representantes estadounidenses la necesidad de aprobar el multimillonario presupuesto solicitado para construir el muro fronterizo bajo la amenaza de “cerrar el gobierno y paralizar el país”.

López Obrador anunció en su toma de posesión su contramuro: “contra un muro físico que impide entrar en Estados Unidos, construiremos una zona especial de desarrollo a lo largo y ancho de la frontera. Los 3.180 kilómetros de longitud de la frontera y en una franja de 25 kilómetros de ancho, generaremos el mayor espacio de desarrollo económico del mundo. Más de 80.000 kilómetros cuadrados al servicio de la inversión mexicana y extranjera, con beneficios fiscales, salarios iguales a los estadounidenses, precios iguales de la energía a ambos lados de la frontera y el mayor plan de infraestructuras jamás visto. Trabajo ya con los presidentes centroamericanos y he iniciado conversaciones con EE.UU- para lograrlo”.

Esta semana ha presentado un decreto-ley que pone en marcha la iniciativa anunciada, vigente desde el 1 de enero. Se trata de una zona franca con una reducción de impuesto sobre la renta al 20% (menos de la mitad general), un IVA al 8% (el 50% ordinario en el resto del país), homologación de precios de energía con EEUU, facilidades a la inversión empresarial, grandes proyectos de infraestructura (presas, recursos hidráulicos, carreteras, ferrocarril, logística). El impacto económico y social de este espacio especial supone actuar sobre una población residente, hoy, de casi 8 millones de mexicanos en 43 municipios en 6 Estados limítrofes con 4 estadounidenses. Por esta zona fronteriza cruza el 70% del comercio USA-México y el 85% de los mexicanos que atraviesan la frontera compartida. Estos 6 Estados mexicanos aportan el 23% del PIB.

De momento, su entrada en vigor supone una reducción estimada, en ingresos fiscales, de 120.000 millones de pesos mexicanos (6.000 millones de dólares) que ya dejan de pagar trabajadores y empresas establecidas en la franja. ¿Serán suficientes los buenos deseos, una zona franca con beneficios fiscales para provocar una exitosa estrategia de competitividad, inclusiva y sostenible que no solo retenga a la población y empresas existentes, sino a la emigración mexicana y centroamericana que tiene como máxima aspiración llegar a EEUU?

El gobierno mexicano ha explicado que trabaja en el diseño de una estrategia completa que haga de la innovación, la inclusión social y la diversificación productiva los ejes de su desarrollo. Anuncia que transformará sus sistemas de salud, educativo y de bienestar. Como viene siendo tradicional en los gobiernos anteriores que el actual presidente califica de “neoliberales” culpables de políticas que ha endurecido y empobrecido al país, señala las mismas recetas: potenciar a la microempresa, generar ecosistemas de innovación, generar cadenas de proveedores, revisar y potenciar los acuerdos de libre comercio de México, oficinas de promoción de inversión extranjera y contemplar la apuesta para su aplicación en otras 12 zonas metropolitanas en que se concentra el 81% de las exportaciones del país.

Ya hace años (2003), el entonces presidente de México, Vicente Fox (Partido Acción Nacional), conservador, promovió junto con Honduras, Salvador, Guatemala, Costa Rica, Panamá y Belice el llamado Plan Puebla-Panamá. Su razonamiento era claro: “la inmensa mayoría de la población emigrante de nuestros países hacia Estados Unidos sale de este corredor (...) La única manera de evitar esta dolorosa sangría es generar un eje de desarrollo económico”. Hoy, desgraciadamente, el Plan y su gobernanza inter-países y multi-región no existe, la región sigue mirando a EEUU y sus habitantes engrosan la caravana ya mencionada.

¿Prosperará este contramuro? ¿Estaremos a las puertas de un modelo de innovación geopolítica? Recordemos que las prospecciones definen Estados Unidos con más de 60 millones de hispanos en 2050, cuando México estará más cerca del llamado G-20 que España, mientras USA habrá confirmado perder posiciones en el ranking mundial de desarrollo.

Los espacios naturales, innovadores y disruptivos compartibles entre EEUU y México configuran ya un amplio eje que atraviesa vastos territorios de miles de kilómetros desde el Estado de México-Puebla-Hidalgo hasta los Grandes Lagos, uniendo, sin discontinuidad, un largo y amplio corredor económico donde su población trabajadora y sus familias viven y conviven y, día a día, demandan la misma educación, salud y bienestar. En 2050 conformarán un nuevo espacio sociológico y socio cultural, además de político, claramente distinto al de hoy. Nuevos espacios de convivencia y desarrollo, bienestar e inclusión no son una quimera. La innovación, una vez más, no es solo cuestión de tecnología. Ni la protección y seguridad fronteriza es cuestión de muros.