Conforme las últimas hojas se desprenden del árbol de 2018 quedan desnudas las ramas y expuestas las cicatrices del pasado que nos recuerdan la fragilidad del presente frente a los riesgos conocidos y las previsiones del futuro. Hace un siglo, Europa podía verse a sí misma destruida y arruinada tras el desenlace de la Gran Guerra. Esta sensación de tragedia e incertidumbre que hoy nos embarga la resumía muy bien el poeta francés Paul Valéry en un interesante artículo publicado en 1918 y titulado Política del Espíritu que comenzaba diciendo: “Nosotras, las civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales”.
Una frase que invita a la reflexión, máxime en una fecha tan señalada como la de hoy porque las heridas y fracturas de la última crisis no han quedado debidamente cicatrizadas ni olvidadas, como tampoco el Tratado de Versalles cerró las abiertas por la guerra. Entonces y ahora, “sabemos que somos mortales”. Claro que, a diferencia del tiempo que nos ha tocado vivir, hace un siglo un poeta se atrevió a ser racional en medio de una Europa surrealista para asegurar que “a nuestra generación no le ha bastado aprender por experiencia propia cómo las cosas más bellas y las más antiguas, y las más formidables y las mejor ordenadas, son perecederas por accidente; ha visto, en el orden del pensamiento, del sentido común, y del sentimiento, producirse fenómenos extraordinarios, bruscas realizaciones de paradojas, brutales decepciones de la evidencia”.
Palabras sabias que se oponen al hecho de que, en Europa, hemos sido educados y aleccionados en la idea eurocentrista de ser médula y motor del progreso socioeconómico sin fin, hasta el punto de creer que los acontecimientos se ajustan a pautas previsibles. Pero eso no deja de ser una ilusión porque lo imprevisto puede cambiar nuestras vidas como bien se ha demostrado en la última década. En el escenario económico, lo imprevisto se llama cisne negro desde 2008, cuando Nassim Taleb acuñó el concepto por el que identifica un evento que nadie, en el pasado, pudo imaginar que fuera posible, que acarrea un impacto enorme y que sólo se puede explicar tras acontecer y estallar.
Parece claro que, hoy en día y por fortuna, la economía vasca goza de buena salud. Un diagnóstico que no garantiza su inmunidad frente a la continuidad en los próximos meses. En cualquier caso, no hace falta tener una bola de cristal para prever que habrá problemas porque estamos a merced de la volatilidad de esos cisnes negros y de nuestra fortaleza para hacerlos frente. En este escenario, el trabajo y las relaciones personales siguen siendo fundamentales, pero se han vuelto fragmentarias, provisionales y electoralistas, como lo demuestra el desenlace parlamentario en los debates sobre los presupuestos para 2019.
Las heridas del pasado no cicatrizadas y las previsiones antes citadas han conformado un escenario en el que despunta el descontento generalizado y el auge del populismo proteccionista.
Para evitar daños irreparables no basta con posturas maximalistas que terminan siendo irreconciliables. Es necesario, urgente e importante apuntalar la economía vasca en aquellos sectores fuertes y, como después de la crisis “sabemos que somos mortales”, debemos ser conscientes de la precariedad que rodea a toda economía por muy fuerte que crea ser.
Por ello y para evitar hipotecar el futuro también es necesario, urgente e importante aprender a convivir con los cisnes negros y aceptar que lo imprevisto puede afectar nuestras vidas. Se trata de compartir un diagnóstico en el conjunto de la sociedad vasca (Gobierno, empresarios, sindicatos, trabajadores y jubilados) para evitar los accidentes que nos hagan más precarios. Zorionak eta urte berri on!